"Bien -continúa Miguel- en la escuela tuve que aguantar burlas y cargadahablaba con "cantito" y me vestía ridículo, pero todo eso pasó y conseguí buenas amistades que conservo, uno de los que más me peleaba fue después mi mejor amigo y salió de testigo de mi boda; planea casarse y yo seré testigo en la suya... ah... me estoy saltando muchos años ¿no?" "Siga con su amigo -dice el detective- después volverá a la infancia". "Entiendo -dice Miguel- Clara y la novia de Tito se conocieron por nosotros y se hicieron amigas,, siempre salimos juntos. Este... Tito es un muchacho de barrio, es hincha de football, fanático, de esos que revolea la bandera y grita desaforado durante todo el partido..." "...¡y no puede aguantar hasta el final si va perdiento!" -interrumpe el detective. "¡Sí! ¿Cómo lo sabe?" -pregunta Miguel. "Siga con la novia -dijo el detective- ese no es un asesino". "¡Eso yo ya lo sabía!" -dice muy seguro Miguel. "¡Pero-yo-no! -contesta el detective- ahora la novia". "La flaca es bárbara -dice Miguel- una piba de hierro, trabaja como negra y compra telas para hacer sábanas, cortinas, manteles y tohallas para su futura casa, no desperdicia un mango, siempre la cargamos porque la única vez que compró algo hecho fue para regalarnos a nosotros. Sí, ya-sçe, debo verla como persona "ajena"; bien, ella salió de una familia humilde que tuvo que luchar mucho, solo tiene la primaria pero lee todo lo que puede y no pavadas, puede hablar de cualquier cosa pero no se da ínfulas, no trata de ser más sabia que los demás y tiene un gran corazón; no es fácil hacerla enojar u ofenderla..." "¡...Ah!" La exclamación del detective los sobresaltó a todos que aprovecharon para cambiar de posición. "¡Así que posee un gran dominio sobre sí misma! ¿verdad? -pregunta el detective- ahora, Miguel, piense cuidadosamente antes de contestar: ¿podría usted asegurar, con absoluta sinceridad y honestidad, que esta flaca bárbara, de fierro y gran lectora sería incapaz ¡pero incapaz!, en determinadas circunstancias ¡que usted tal vez ignora!, ¿de sentir envidia? ¡No me conteste! Piense..." "Sí -dijo Miguel al rato y firmemente- ha dado muestras de eso". "¿Como qué?" -pregunta el detective. "Cmo que no le cuesta reconocer sus sanas envidias, envidias normales como las mías, por ejemplo, que jamás me impulsarían a cometer un crímen". El detective miró a Adrián cuyos ojos decían: ¿no se lo dije?
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