- Nos presentan a don Bruno -
Eran cerca de las 11 hrs. de la mañana cuando el director nos mandó llamar, como nosotros seguíamos con nuestras ocupaciones habituales mientras no nos fuéramos, estábamos todos desparramados, así que nos reunimos en una salita contigua al despacho del director en espera de que nos hicieran entrar; Jaime, el secretario que nos llamó, nos dijo que don Bruno Matienzo, el estanciero que sería nuestro patrón, ya estaba con el director desde hacía unos minutos, y que hablaría con nosotros de a uno. Ésto nos puso nerviosos, no nos agradaba separarnos y al poco rato no podíamos más de la impaciencia, se nos ocurrió que habría algún contratiempo, que tal vez nos separarían y nos ganó la angustia, sin decirnos nada, es decir, con palabras, empezamos a transmitirnos nuestros temores. Estábamos al borde de una estampida cuando se abrió la puerta y apareció Jaime, "Señorita Valenzuela -dijo- haga el favor de pasar". Todos esperábamos que llamaran primero a Diego, que era el portavoz del grupo, el mayor, y además tenía que contestarle si podía ir esa semana con nosotros, o nó; quedamos desconcertados y solo reaccionamos cuando la puerta se cerró detrás de Val. "¡Pero cómo -saltó Pancho- se le ocurre al director llamar primero a Val, sabiendo bien cómo es ella!" Ninguno fue capaz de decir una palabra, estábamos peor que antes, imaginándonos a la pobre de Val sola allí adentro, con el director, don Bruno y Jaime ¡tres adultos! No habrían pasado ni diez minutos cuando salió, temblorosa pero sonrosada y feliz: "Pancho, dice que vayas tú, me preguntó por nosotros ¡anda, entra!" Pancho entró y todos ametrallamos a Val a preguntas, las contestó a todas con una sola respuesta: "dijo don Bruno que si realmente deseábamos casarnos que él no tenía ninguna objeción, ya que nuestro trabajo sería en la casa grande, Pancho ayudando en la administración y yo ordenando su biblioteca; nos destinará una pequeña ala para que vivamos ¿no es maravilloso?" No tuvimos tiempo de contestarle porque en ese momento apareció Pancho con cara de buenas noticias y yo hube de esperar para saberlas porque me llamaban a mi. Entré lo más segura que pude sobre mis piernas, y cuando me dijeron que tomara asiento y el director me presentó a don Bruno, en el segundo preciso de estrechar su mano, supe que jamás tendría miedo de ese hombre, que lo querría tanto como solo se puede querer a un padre, y que ese amor comenzaba ya a anidarse en mi corazón, mezclado con el respeto que me inspiraba. Tenía las sienes grises, el resto del pelo del color del trigo maduro, de mentón enérgico y nariz aguileña, su semblante era la imagen misma de la comprensión; nunca olvidaré sus ojos marrones de mirar cálido y manso. Médico de profesión, no ejercía pero cuidaba de todos en la estancia y acudía donde lo llamaran, ésto lo supe con el tiempo y hasta hoy no acierto a explicarme por qué todos le temían. Me miró y preguntó: "tú eres Gabriela Viñas ¿verdad?"
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