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jueves, 22 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (31º parte) de Adriana Gutiérrez






Con el correr de los años, al llegar marzo, solíamos ir con Liza, Mammy y Margarita a abrir la escuela, a la que se le habían agregado dos aulas y un pequeño salón de actos, tenía un hermoso huerto que los niños cultivaban aún en vacaciones y cuyos frutos llevaban a sus hogares.
Recuerdo que siempre había algunas madres que se nos unían en la limpieza y con las cuales hice amistad, así conocí a Olga y Clara, dos hermanas que habían sufrido tanto que no quedaba en este mundo dolor que no conocieran, ámbas perdieron a sus respectivos hijos en un horrible accidente casero y luego adoptaron un niño y una niña que eran hermanos, a los que daban tanto amos como les hubiera quedado, pero no ese cariño desesperado que reciben los hijos adoptivos porque vienen a reemplazar al que no se pudo tener o se perdió, sino el verdadero, desinteresado y auténtico amor de madre.




Ahora, en las bodas de las gemelas, rodeadas de tanta familia y amigos que las acompañan, con Bruno y su vieja máquina corriendo detrás de los novios y todos riéndose de las escenas tan cómicas de siempre, miro hacia el parque, veo mi plantita de violetas en el lugar marcado, el naranjo de Simón y la hamaca rayada; las preciosas casitas de Val y Maruja. Con la puerta abierta oigo el aparato de música y a Liza cambiando a Pascual, mi hijo de 18 meses, algo que sin ponernos de acuerdo siempre hace si yo estoy embarazada: yo les doy las comidas pero ella los cambia; cierro la ventana y me siento al escritorio.






Sé que mañana tendré más cosas para escribir, pero 
ya no lo cierro como antes, y no lo dejo en el
cajoncito, un día descubrí que Simón había anotado
algo en la hoja siguiente y cuando la di vuelta, leí:
"besar a Gabi sin falta"
Las niñas lo vieron y ellas también quisieron dejar 
allí plasmado lo que hicieron  esa tarde, después
fue Liza y luego Bruno, escribiéndose mensajes
entre ellos.
Por eso mi habitación siempre está abierta y el diario
sobre mi escritorio, y es lo primero que miro al
despertar y lo último al dormir; nuestros hijos
también lo usan aunque solo borronean y dibujan,
pero es nuestra bella tradición familiar.

- F I N -




P.D.

Este cuento fue mi primero, lo escribí a los 14 años.
Tiene un lenguaje un poco anticuado y se darán
cuenta de que las situaciones y personajes respetan
las costumbres de nuestros abuelos, tan diferentes
a las de ahora. No quise cambiar nada por respeto
a la niña que fui, que valoraba tanto el amor puro
y la familia, no me crié con hermanos pero sí con
muchos primos, y ahora, tantos años después, me
parece que estoy fuera de mi época, añoro esa del
cuento y a veces, muchas veces, quisiera volver allá.

Gracias por leerme, A.G., primavera de 2016

"EL NARANJO" (30º parte) de Adriana Gutiérrez




Aún hoy, después de 10 años, siento en mi corazón la
misma gratitud hacia Bruno, por su manera tan
particular de demostrarnos que nos amaba, que deseaba
guiarnos, llevarnos por la vida de su mano para que
no tropezáramos y cayéramos, su deseo tan evidente
de que fuéramos felices; recuerdo que Liza encendió
una luz y nos dijo que Bruno cortaría esa parte final.
"el sermón", como lo calificó él después, para que no
tuviéramos que oírlo cuando quisiéramos ver la
película de las bodas, pero nunca lo hizo, y en
"La Resolana" todo el mundo sabe de memoria, como
un refrán, la parte del sol, la luna, el viento y la lluvia.

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Cuando estaba terminando enero Bruno me llamó una tarde para decirme que era tiempo de arreglar el viejo cobertizo, yo había traído ya, muchas cosas desde el pueblo para mi escuelita, como pizarrones, cajas con tizas, borradores, manuales, libros de textos y un sin fin de útiles escolares; me enamoré en cuanto lo vi, del cobertizo del lado sur, tenía al frente un tristísimo lapacho al que se le había secado su compañera, y parecía resignado a morir en completa soledad, pensé que una escuela llena de niños lo ayudaría a vivir, no sé por qué pensé eso, pero por un segundo "vi" mi escuela, la bandera en el mástil, los guardapolvos blancos y el lapacho florecido.
Bruno no estaba conforme, el cobertizo estaba en ruinas, prácticamente era el techo y las paredes, sus aberturas y la pequeña galería ya no existían y los arbustos lo habían invadido por completo, pero yo lo imaginaba rodeado de plantas, con unas alegres cortinas y me dispuse a convertirlo en un hecho.
Subimos a la rural y empecé a hablar de mis proyectos, Bruno me escuchaba en silencio y cuando llegamos a casa me dijo:
"Gabi, haz la lista de las reformas y mándasela al capataz para
que compre los materiales"; me miró un instante y agregó "no
dudo que el lapacho estará feliz"...


miércoles, 21 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (29º parte) de Adriana Gutiérrez







Cada vez que leo esta página de mi diario, siento irresistibles deseos de ver otra vez esa película.
Recuerdo que una noche, dos meses después de ese maravilloso 20 de Diciembre, Bruno llegó del pueblo muy misterioso trayendo un bulto bajo el brazo, sin detenerse fue directamente a su cuarto y volvió diciendo que después de cenar nos quería ver a todos en la biblioteca.
Inútiles fueron nuestras averiguaciones y preguntas, Simón estuvo tratando de espiar en la habitación de sus padres pero la encontró cerrada; desconcertado, me dijo: "no puedo creer que papá desconfíe de mí..., bueno, sí lo creo" -dijo cuando yo me reí- "Simón, en 10 minutos cenaremos ¿no puedes esperar 1 hora?"
"Está bien -dijo- pero ayúdame para que la sobremesa sea corta".
Como Simón y yo no éramos los únicos apurados, ni bien terminamos la comida fuimos a la biblioteca, allí estaban Val, Pancho, Maruja, Max, Diego que no sabíamos que se encontraría también, y por supuesto Liza y Bruno con las gemelas saltando de impaciencia.
El misterio se aclaró cuando Bruno comenzó a desenrollar una pantalla con tres patas de metal y puso, sobre la mesa, una máquina de proyectar.

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Cuando apareció la primera imagen todos quedamos sorprendidos pues esperábamos ver nuestras bodas, pero era evidente que Bruno nos había estado filmando a escondidas:
a Val hojeando un libro de medicina con cara de ratón de biblioteca, con el cabello cayéndole sobre la cara y los lentes de leer torcidos; a Maruja batiendo enérgicamente algo bajo la crítica mirada de Mammy; a Pancho, estupefacto, tratando de usar una computadora; a Max, distraído, regando un palo seco en la huerta de hortalizas; a Diego corriendo despavorido la noche que los peones le hicieron la broma de la luz mala; a Simón, escuchando con cara de bobo la grabación del día de su cumpleaños, esa de: ¿quieres una naranja? y a mí, con la misma cara, poniéndome una flor de azahar en el pelo; todo ésto acompañado por música de película muda, tan cómico, pero tan tierno, que cuando llegó la parte de los casamientos ya estábamos muy emocionados, y cuando la película terminó, apareció un hermosísimo amanecer y la voz de Bruno que decía:
"Hay seres como el sol, que despiertan a la vida para alumbrar su camino con claridad diáfana y transparente, cuya luz da abrigo y amor; y hay seres como la luna, cuya luz es fría y pobre y no alcanza a disipar las tinieblas de la noche; también hay seres como el viento, arrasan con todo a su paso, destruyendo lo bueno y lo malo; y hay otros, pobres seres, que son como la lluvia, porque donde ellos están reina el llanto de la desgracia.
Ustedes llegaron aquí en el amanecer de sus vidas, son como el sol que ven allí, de ustedes depende lo que serán en el futuro".
Cuando la voz de Bruno se apagó oímos una dulce melodía y al instante terminó la película.

martes, 20 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (28º parte) de Adriana Gutiérrez




- Luego de la Ceremonia -

Al darnos vuelta para saludar a Liza y a Bruno vimos que no éramos los únicos que no podíamos hablar, ellos también estaban emocionados, así como las otras dos parejas, nos besamos todos y nos dirigimos a la derecha, a la resolana donde el césped estaba recién cortado y había varios sauces llorones, era un hermoso marco para tomar fotografías y después que todos posamos en unas cuantas, Bruno quiso que subiéramos a una pequeña loma
"bajen de la mano y por parejas"; debo reconocer que Simón y yo, por mirarnos, llegamos últimos, así que empezamos a bajar primero el suave declive, es decir, yo creía que Simón venía detrás mío pero no era así, cuando yo empecé a correr, él le hizo señas a Val y a Maruja que salieron detrás de mí, y cuando yo llegué abajo y me volví, me encontré con que mis hermanas me estaban alcanzando y comenzaban a bajar los tres muchachos, los vimos y empezamos a reír y tratar de escondernos, Liza grita:
"¡corran, chicas!" eso armó una desopilante escena en la que nosotras dábamos vueltas alrededor de los árboles, setos y también de todas las personas, sin alejarnos de Bruno para que pudiera filmarnos; Diego, Margarita, Liza y las gemelas, y hasta Mammy nos abrían paso y a ellos no los dejaban pasar, dificultando así que nos dieran alcance, fue muy divertido ver a la vieja Mammy interponer su gran panza floreada delante de alguno de los novios para frenar su ímpetu, mientras lo miraba desafiante, y cómo disfrutaron las gemelas colgándose de su hermano para que yo me alejara; aprovechando ésto me escondí detrás de la hamaca, Simón me buscaba y todo el mundo se reía de su cara diciéndole: está aquí o allá, por fin me descubrió y cuando quise escapar dando vuelta a la hamaca me encontré sentada en ella prisionera de Simón, que me dijo: "ya te atrapé, Gabi, y no te soltaré nunca". Nos abrazamos y en ese momento Bruno cortó la filmación.



lunes, 19 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (27º parte) de Adriana Gutiérrez






Comencé a caminar muy despacio mirando a Simón que no quitaba sus ojos de mi, estábamos a 20 pasos de distancia y él también empezó a caminar hacia nosotros, seguido de Pancho y Max, lentamente nos fuimos acercando, cuando quedamos a dos metros solté las manos de las gemelas y tomé las de Simón que se extendían hacia mi, me besó y luego me ofreció su brazo para dirigirnos hacia el lugar de la ceremonia, detrás nuestro venía Liza con las niñas de la mano, luego Val y Pancho y por último Maruja y Max.
Bajo la pérgola habían colocado un caballete cubierto por un mantel de hilo blanco almidonado, detrás de éste se hallaba sentado el juez y enfrente había, alineadas en semicírculo y en dos hileras, 12 sillas, en las 6 de adelante nos ubicamos las tres parejas,
Simón y yo en el centro, en la fila de atrás se sentaron las gemelas, Liza y Bruno, Diego y Margarita que eran testigos.
Aunque sabíamos de memoria lo que el juez iba a decir y las preguntas que debíamos contestar, era muy grande la emoción que nos embargaba, por turno nos fuimos parando para casarnos, repitiendo juntos lo que cada pareja había elegido; Pancho y Val fueron los primeros, eran los novios más "antiguos" y dijeron, para sellar su unión, esta pequeña prosa que Val tenía guardada desde hacía 4 años:
"Nada te exigiré, lo que tú me des estará bien para mí
siempre te daré lo mejor de mí y siempre estaré junto a ti".
Cuando Pancho besó los labios de Val me dije que nunca los había visto besarse y qué hermosos quedaban haciéndolo.
Les tocaba el turno a Maruja y Max, se pusieron de pie y escucharon al juez rígidos, ellos prefirieron repetir las palabras de rigor ya que no hubo tiempo para escribir nada, y cuando se besaron sentí una alegría inmensa de verlos juntos al fin.





Ahora era nuestro turno, nuestro momento.
Simón y yo nos paramos, sentí que detrás nuestro
Liza y Bruno también lo hacían, el juez observó el
movimiento y quedó esperando, un minuto después
todos estaban de pie y creo que hasta el juez se
emocionó, leyó por tercera vez todo y cuando nos
llegó el momento de repetir el soneto que habíamos
escogido, nuestras voces se negaron a salir de
nuestras gargantas, nos abrazamos fuertemente y
permanecimos así un largo rato, Simón dijo en mi oído:
"te quiero tanto, Gabi, tanto..."
"Simón -dije- yo... yo te adoro".

domingo, 18 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (26º parte) de Adriana Gutiérrez





Si tuviera que vivir todo eso otra vez, desearía que
fuera exactamente igual en todos sus detalles, Bruno
con la cámara corriendo de aquí para allá, Liza
dando el último toque a nuestros vestidos y peinados,
las niñas revoloteando entre nosotras haciendo mil
preguntas que nadie contestaba y nosotras tres,
emocionadas y felices hasta el colmo de la dicha, los
muchachos dando 20 vueltas a la casa tratando de
ver a alguna de nosotras, que nos escondíamos
divertidas por sus reclamos, y hasta Mammy y
Margarita, que habían dejado sus delantales para
asistir a la triple boda.
Sí... me gustaría que todo sucediera como 
realmente sucedió...

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"Bien -dijo don Bruno, con la voz ronca por la emoción- el gran momento ha llegado, ya filmé a los chicos paseando como fieras enjauladas, así que solo resta que salgan las novias.
¿Recuerdan todo? -preguntó mirándonos: Jimena abre la marcha
seguida de Manuela a dos metros, luego Liza, Gabi, Val y Maruja, todas a la misma distancia, yo estaré junto a los pensamientos para filmarlas, vayan despacio, denme tiempo de llegar primero a la pérgola para captar su arribo; bueno, dentro de un minuto pueden empezar a salir".
Diciendo ésto se fue y todas miramos el reloj, Liza abrió la puerta, puso a Jimena delante y dos metros detrás a Manuela, colocándose ella misma en la fila, nos hubicamos las tres y Liza dijo: 
"empieza a caminar, Jimena, Manuela, no te apures, ¡eso es! despacio, miren hacia la cámara cuando pasemos junto a papá
¿cómo van, chicas? sonrían, oigo la máquina de Bruno, Manuela,
levanta tu canastita, sigue derecho y despacio, Jimena mira a papá
y no te detengas! eso es" -dijo sonriendo a Bruno.
Pasamos las seis y don Bruno corrió a nuestro lado, diciendo:
"chicas, aflojen el cuerpo, caminen con soltura"
Siguió corriendo y pronto desapareció de nuestra vista, Liza dijo:
"niñas, no olviden esperar a Gabi a la entrada del rosedal, Jimena, cambia ahora tu canasta de brazo, debes dar a Gabi la mano derecha y tú, Manuela, la izquierda, pero no te apures".
Cuando acabó de hablar nos faltaban unos 10 metros para llegar al rosedal, los hicimos en silencio, las niñas se abrieron para colocarse una a cada lado, les di las manos pues yo llevaba mis flores en la cintura, Liza se colocó entre Val y Maruja que llevaban rosas en sus brazos y así aparecimos a la vista de todos.

sábado, 17 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (25º parte) de Adriana Gutiérrez





En el living encontramos a Bruno que estaba impaciente esperando "¡ya era hora -dijo- de que apareciera alguna novia!
Los muchachos están nerviosos, tus hermanos, Gabi, han estado tratando de espiar en los dormitorios de las chicas ¡menos mal que Simón no tuvo esa ocurrencia!" Liza y yo nos echamos a reír y Bruno dijo: "¡con que la tuvo, eh, por eso madrugaron y se vistieron temprano! Ven, Gabi, retrocede y camina despacio, te filmaré, quería hacerlo afuera pero es imposible debido a los muchachos, ahora, eso es, mira la ventana para que tu rostro salga luminoso, Liza, enciende aquella lámpara, gracias; Gabi, muévete hacia ella, párate un momento junto a la chimenea y toca algo ¡muy bien! ahora siéntate en ese sillón, Liza, únete a ella ¡bien! -dijo, cortando la filmación- ¡Margarita, trae a las niñas!"
Aparecieron éstas con cara de estar deseando un poco de acción, cuando me vieron prorrumpieron en exclamaciones de gozo.
"Niñas -dijo don Bruno- quiero que ambas, de la mano de Gabi, salgan de detrás del cantero, con cuidado bajarán los escalones y, rodeando la mesa ratona se sentarán en el sofá, cada una a un lado de ella ¿entendieron bien?"
"¡Sí, papá" -dijeron, y fuimos detrás del cantero.
A través de las flores rosadas don Bruno comenzó a filmar y fue girando la cámara lentamente a medida que nosotras avanzábamos pasando junto a él, en ese momento apuntó a mi cara, dimos vuelta a la mesita y llegamos al sofá, nos sentamos muy juntas y como no cortaba, abracé a las pequeñas que me besaron.
Cortó justo cuando apareció Maruja, con sus ojos grises más expresivos que nunca, tratando de reprimir sus emociones, nos quedamos mirando, las dos sabíamos lo que estábamos pensando, corrí a su encuentro y nos abrazamos apretadamente; nos volvimos, don Bruno estaba filmando la escena y de pronto gira la cámara hacia la izquierda, allí estaba parada Val, hermosa y delicada "¡vayan hacia ella! -dino don Bruno- separense para no cubrirla", llegamos a su lado, la tomamos de las manos como antes hicieron las gemelas conmigo y avanzamos hacia don Bruno que retrocedía, nos fuimos juntando cada vez más y al bajar los escalones estábamos abrazadas por la cintura; lentamente, alcanzamos a Liza y a las gemelas para formar con ellas, según don Bruno, el más blanco y hermoso ramo viviente.





viernes, 16 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (24º parte) de Adriana Gutiérrez





Con toda seguridad que Liza sabía muy bien cuanta falta me harían sus palabras en el futuro, y este tiempo que vendría me hizo comprender a mi cómo conocía ella a su hijo y cuánto deseaba que fuéramos felices, gracias a haberla escuchado me ahorré muchas penas y sinsabores, cuando Simón llegaba del campo cansado y sin deseos de hablar, quedándose por horas sentado con la vista fija en ninguna parte, recordaba los deseo de Liza y no dejaba que se apoderara de mi la tristeza, nunca, en esos momentos, llegué a pensar que Simón no me amaba, y eso, como tantas cosas buenas, se lo debo a ella.

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Cuando Liza me dejó sola para que vistiera mi traje de novia, estaba mi ánimo tan lleno de agradecimiento hacia esa maravillosa mujer, que mis movimientos eran lentos a causa de la emoción, sobreponiéndome a ella me quité el vaquero, la camisa y me descalcé, junto a la cama estaban las sandalias con florcitas, sobre ésta, prolijamente extendido, el sencillo vestido de encajes, me calcé, y pareciéndome que era la protagonista de un sueño, levanté el traje sobre mi cabeza deslizándolo hacia abajo, su caricia fresca se ajustó a mi cuerpo, deseando verme caminé hasta el espejo del corredor, a medida que me acercaba iba más despacio y cuando aparecí ante mis propios ojos nombré a Simón, tan deslumbrada estaba en mi propia contemplación que no vi a Liza que se aproximaba "¡Gabi, mira si aparece Simón!" -dijo, arrastrándome de nuevo a mi habitación; ella no sabía cuán acertada estaba, pues Simón venía detrás de ella y oyendo sus palabras se apuró para verme, yo corrí al baño y Liza quedó en la puerta con los brazos abiertos, Simón dijo:
"Gabi está ahí ¿eh? vamos mamá, déjame entrar".
Al oír ésto me paré sobre la bañera y corrí la cortina que la cubre, el siguiente paso sería saltar por la ventana, solo que el baño no la tenía, Liza dijo:
"¡Vete, Simón, espera afuera con los demás!"
"Pero mamá -dijo él- rompamos la tradición, quiero verla ¿comprendes? eres mi madre ¿no?"
"Para ser tu madre -dijo ella- antes tuve que ser mujer y casarme, por eso te digo que no pasarás, vete y espera donde convinimos, no quiero verte espiando por los corredores".
"Está bien -dijo Simón- me la pagarán las dos", escuché los pasos de ambos dirigirse al dormitorio y los de Liza regresando, salí y nos echamos a reír, luego me senté en una butaca frente a la cómoda para que ella me pusiera los azahares en el pelo, eran de "nuestro naranjo", recién cortadas por sus manos; cuando la última florecilla estuvo prendida me hizo dar la vuelta, en su expresión pude ver que estaba complacida del trabajo realizado y entonces, a las 11,30 hrs. exactamente, salimos al corredor.



jueves, 15 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (23º parte) de Adriana Gutiérrez





Me paro y voy hasta la ventana, asomándome sobre el balcón, hacia la izquierda, puedo ver exactamente el lugar donde Simón y yo quedamos sentados después de que sus padres entraron a la casa, recuerdo que puse allí una planta de violetas para marcar el lugar, cuyas flores adornan desde entonces mi mesa de noche;




Simón me levantó de la mano y me llevó a la hamaca, diciendo:
"esta noche no estaremos aquí, así que tengamos nuestra "charla" ahora ¿quieres? Nos sentamos y tuvimos uno de los momentos más dulces de nuestra vida, estábamos a menos de dos horas de dar un paso importante, y nuestros espíritus se hallaban conmovidos por tal acontecimiento, eso hacía que todas nuestras palabras y gestos se refirieran siempre al mismo tema: nosotros mismos.
Tan absortos estábamos que el tiempo pasó y seguíamos allí, ajenos a todo lo que no fuera nuestro amor.
Vuelvo al interior del dormitorio regocijándome en el pensamiento de que el presente es igual que entonces; me recuesto, cierro los ojos y oigo a Simón que entra...

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Como se aproximaba el momento de cambiarnos y no volvíamos, Liza mandó por nosotros a Margarita.
"Chicos -dijo Liza- si no se apuran ésto se convertirá en un tradicional casamiento lleno de esperas y nervios; Bruno tenía pensado filmar algo en los minutos previos para no perder el sol frente a la casa; "Gabi -me dijo cuando Simón se había ido a su dormitorio- vistamos entre las dos a las niñas, así mientras Margarita cuida que no estropeen sus vestidos, nos cambiamos nosotras", fuimos al dormitorio de las gemelas y comenzamos a ponerles unos primorosos trajes blancos, idénticos, le pedí a Liza que les dejara el cabello suelto y accedió cuando las niñas prometieron no correr para no despeinarse, luego llegó Margarita, ya cambiada y sin uniforme para llevarse a Manuela y Jimena, y cuando las tres salieron Liza me habló así:
"Gabi querida, ven, sentémonos, quiero que sepas que Bruno y yo nos sentimos muy felices este día, en estas cuatro semanas que llevas viviendo con nosotros hemos aprendido a quererte, nos parece que te conocimos siempre y es una suerte, una bendición del cielo que te cases con nuestro hijo, a él, a Simón, no lo entenderás siempre, con el tiempo verás que es alegre a veces y melancólico otras, no todos los días volverá igual del campo, pero si tú tienes con él un poco de paciencia, comprenderás que los inconvenientes en su trabajo son la causa de su mal humor, cuando eso suceda, déjalo, no le preguntes nada, solo quédate junto a él, Gabi, siempre junto a Simón, muchas veces necesitará pensar en silencio, tú no le hables ni desesperes porque no será por tí ¿entiendes, hija?"

miércoles, 14 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (22º parte) de Adriana Gutiérrez




Al rato volvimos a la casa y fuimos directamente al dormitorio de las gemelas, pronto despertarían y siempre las levantaba yo, entramos y vimos que Manuela no estaba en la cama, oímos correr agua en el baño y supusimos que estaría allí, me asomé preguntando: "¿Eres tú, Manuela?"
"¡Ven Gabi, no puedo sacarme el jabón de la cabeza!"
La pequeña se había despertado más temprano y como no respondí a su llamado se metió en la ducha tratando de hacer lo mismo que yo todas las mañanas, con el resultado de quedar convertida en una gran burbuja, llamé a Simón para que me ayudara y juntos enjuagamos el cabello de la pequeña, me di cuenta de que Simón miraba de manera distinta a su hermana, con paciencia dejó que ella lo mojara y no protestó cuando tuvo que sostenerla para que yo la envolviera en la tohalla, él mismo la llevó a su cama y la secó, jugando un rato con ella. Jimena despertó con nuestras risas y en el acto exigió para ella el mismo tratamiento, Simón la llevó a la ducha haciendo que la pequeña se sintiera en la gloria, yo quedé vistiendo a Manuela y en eso entró Liza, quien tenía en su rostro latiendo una pregunta, se asomó al baño y cuando vio lo que allí ocurría se volvió mirándome con los ojos agrandados por el asombro "¡Simón está bañando a su hermana!" -me dijo, en eso él me llamó para que envuelva a Jimena con la tohalla y cuando terminé de vestirlas y Simón se las llevó, ámbas trepadas en sus hombros, me preguntó "¿Quieres por favor, explicarme el motivo de este cambio de Simón con sus hermanas? desde que empezó a considerarse hombre no jugaba con ellas ¿tú sabes algo?"
Le conté nuestra conversación de esa mañana, Liza dijo: "tenías
que ser tú quien lo cambiara... gracias, Gabi, ésto es un hermoso regalo para mí y para Bruno, Simón no podía encontrar a nadie que mereciera más que tú, compartir su naranjo".
Nos dirigimos a dar el desayuno a las gemelas y vimos a una desconcertada Mammy que no daba crédito a sus ojos, es que éstas correteaban por el parque persiguiendo a Simón que, de tanto en tanto, permitía que lo alcanzaran y juntos rodaban por el suelo; Liza terminó de hervir la leche y llamó a las niñas, pero ellas no iban a dejar libre a su hermano tan pronto, ahora que lo habían cazado, y él no parecía tener apuro por librarse, en eso Liza me hace señas en dirección a la entrada y veo que entra la rural de don Bruno, que se apea, como era de esperarse, con una expresión de total incredulidad, pero al instante dejó en el suelo un bulto que traía y colaboró son sus hijas en la caza de Simón, Liza lo imitó olvidando el desayuno por completo y pronto todos estábamos corriendo por el parque, solo Mammy se abstuvo del ejercicio pero no por eso dejó de divertirse, parada en la esquina de la casa, mirando como nos sentábamos en el suelo a descansar.
Bruno miraba interrogante a Liza y complacido a su hijo, Mammy llamó a las niñas y cuando éstas se habían ido, don Bruno preguntó: "bueno ¿quién me lo va a decir?"
"Sucede -dijo Simón- que Gabi estuvo contándome cosas de su infancia en el hogar, donde no hay padres, solo hermanos de crianza, y si ella puede quererlos y disfrutarlos así, no veo razón para que yo no haga lo mismo con las mías, además, es divertido.
Liza miró  Bruno, éste se volvió a mi y dijo: "¿sabes lo que has hecho, Gabi? me has regalado uno de los momentos más felices de mi vida, algo que esperaba desde hacía tiempo; tienes suerte"
-agregó mirando a Simón, y después él y Liza entraron a la casa de la mano.

martes, 13 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (21º parte) de Adriana Gutiérrez




Acabé al fin con mi trabajo y me fui a ordenar mi dormitorio, tendí la cama, guardé el camisón y repasé el baño, luego me dirigí nuevamente a la cocina donde ya estaría Simón, esperándome no solo estaba él sino también Val, Maruja, Pancho y Max, los saludé y nos sentamos a desayunar, ese día lo hicimos en la cocina para no desordenar el comedor, Mammy nos sirvió la espesa leche recién hervida, untamos el pan horneado esa mañana con manteca de campo y dulces hechos por la señora Liza.
Después del delicioso desayuno fuimos a recorrer los caminitos de piedra entre los canteros, eran las 7 menos cuarto de la mañana.
Como hacía muchos días que no pasábamos tanto tiempo juntos hablábamos todos al mismo tiempo, me refiero a mis hermanos y yo, Simón nos escuchaba en silencio y pude observar cuánta atención ponía a nuestro trato; después, cuando ya estábamos los dos solos, me dijo: "te quieren mucho".
"Sí -le contesté- y yo a ellos, significan mucho para mi, nosotros no crecimos en una familia organizada como tú, no tenemos a nadie de nuestra sangre por eso nos aferramos unos a otros, cuando éramos pequeños y nos pasaba algo, no teníamos unos padres a quienes llamar, todos nuestros recuerdos infantiles se remiten a los demás chicos del horfanato y a los empleados, y eso hizo que poco a poco fuéramos sintiendo un amor desesperado por los demás, como nos sentamos en la misma mesa desde que llegó Diego que fue el último, nos criamos como hermanos; Val aún no caminaba y ésta es la primera vez que nos separamos".
Se quedó mirándome, sus ojos estaban húmedos, nos sentamos en el pasto mojado del rocío y tomando mis manos, me dijo: "mientras tú hablabas recordé una vez que, siendo muy pequeño, antes de que tú nacieras, estaba yo montado en un caballo muy manso porque mi padre me iba a enseñar a cabalgar, mi madre lo llamó desde la casa y él me dejó solo por un momento, tal vez yo me moví o tal vez el caballo se asustó, el caso es que de pronto comenzó a andar y a alejarse del patio, yo me di vuelta para llamar a mi padre y ese movimiento hizo que me cayera del caballo que se puso a pastar junto a mi, sentí terror y me eché a llorar, al instante mi padre estaba a mi lado y detrás de él llegó mi madre, ámbos me apretaron entre ellos y sus palabras y caricias me calmaron haciendo que pronto olvidara el temor; qué extraño, Gabi, nunca había recordado ese pequeño accidente mío, hasta que tú hablaste de tu niñez privada de unos padres protectores".
Nos abrazamos y permanecimos mudos largo rato, supongo que pensando, cada uno, en sus años de infancia, y alegrándonos de que nuestros hijos tendrían tanta familia que correría en su auxilio.

lunes, 12 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (20º parte) de Adriana Gutiérrez





- Nuestras Bodas -

¿Por qué ese día desperté creyendo estar en el hogar, si ya hacía un mes que abría los ojos en la estancia?
¿Por qué sentí nostalgia y un poco de tristeza?
Yo creo que pensé en Diego, ahora sí que estaría solo, en cierto modo yo era lo único que le quedaba y, al casarme también, lo convertía en el hermano soltero, el futuro tío solitario que vendría los domingos con los brazos cargados de golosinas y los ojos llenos de esperanza.
Miré mi pequeño relojito y vi que era muy temprano, todavía faltaba como una hora para que fuera completamente de día, en realidad estaba bastante oscuro, di unas vueltas en la cama y cuando no pude más, decidí levantarme.
Antes de salir de mi habitación descorrí las cortinas de la ventana, abriéndola, y vi que la luna todavía se hallaría al alcance de la vista unos minutos más; cerré los vidrios dejando las persianas abiertas para cuando saliera el sol y me fui a la cocina, al abrir la puerta quedé sorprendida de ver la luz encendida y sobre la hornalla la gran cafetera de la que se desprendía un delicioso aroma. "Quien sea que la puso ya volverá
-pensé- seguramente es Mammy que tampoco puede dormir más".
En eso llegó hasta mis oídos una carcajada divertida que identifiqué en el acto como de la señora Liza, salí de la cocina y ya antes de ver lo que ocurría me estaba riendo por lo bajo contagiada de la risa de mi futura madre política, doblé la esquina de la casa y me encontré con un espectáculo que hizo que durante todo el día no pudiera mirar a don Bruno sin tentarme de nuevo: estaba éste sentado en el césped con un enorme tarro de leche junto a él y blanco de la cintura para abajo, también se estaba riendo ahora y eso impedía que pudiera levantarse, con la señora Liza lo ayudamos a hacerlo una de cada mano y se dirigió al lavadero para cambiarse, allí siempre hay una muda de él y Simón, así no tienen que entrar sucios en la casa. Cuando entró en la cocina la señora Liza y yo nos habíamos servido café negro y estábamos conversando, ella se levantó y le dio una taza, los tres juntos tomamos el café caliente y don Bruno salió para el campo, "vendré a las 9 "-dijo. La señora Liza fue a arreglar su alcoba, ella nunca permitió que otra lo hiciera, y yo me fui a realizar mi ocupación habitual: limpiar el comedor.
Era éste, para mí, el trabajo más lindo de la casa, pues sus muebles coloniales, de pulidas superficies y torneadas patas, dejaban correr la gamuza suavemente, la mesa era redonda, con un solo y grueso pie, las ocho sillas, pesadas y de altos respaldos, se componía también de un aparador de puertas talladas donde se guardaba todas las piezas de loza, estaba ubicado en el centro de una pared y a ámbos lados tenía dos esquineros con gran cantidad de pequeños objetos de bronce, todos camperos, en la pared opuesta estaba el cantero, y en la que quedaba en medio, frente a uno de los ventanales, había tres vitrinas de vidrio y armazón de bronce, repletas de cristalería blanca en su mayoría, pero había también algunas de otros colores.






domingo, 11 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (19º parte) de Adriana Gutiérrez




Recuerdo que una tarde, dos meses después de mi boda con Simón, descubrí que Jimena tenía un lunar detrás de una oreja, mientras que Manuela, en cambio, lo tenía en el hombreo, ámbas del mismo lado, y cómo se reía Liza cuando me veía buscando los lunares! en ese momento están las dos sentadas en una de las camas, se paran al verme y Manuela pregunta: "Gabi ¿no te parece que el aire está como cuando te casaste tú?"
"Sí, querida -le contesto- tiene el mismo olor y hay en el ambiente, flotando, la misma paz que aquella noche".
Jimena dice: "Gabi, me siento tan feliz, estamos todos juntos: mamá, papá, Simón y tú, nosotras dos con Leonardo y Damián, tus hermanos y todos los niños que han nacido en estos 10 años... no creo que haya personas más felices que nosotros!"
Como todas las noches, me quedo con ellas hasta que se acuestan, hablamos y hacemos proyectos, les digo que pronto serán tías otra vez y me despido besándolas. "Hasta mañana, duerman y no charlen tanto, de lo contrario se levantarán cansadas y no lucirán hermosas".
Salgo, Liza está en su habitación esperándome, le cuento mi conversación con las gemelas y me dice: "el naranjo está cargado de azahares, y ellas, igual que tú, llevarán sus flores en el cabello; se lo pidieron a Simón".
"Qué dulces son -le digo- me cuesta verlas hechas mujer y pensar que mañana se casarán".
En ese momento entran Bruno y Simón que vienen del pueblo, Bruno dice: "Damián y Leonardo nos esperarán en casa de Damián con sus padres, está más cerca del Registro Civil, después todos vendremos aquí".
"A mí también me parecerá extraño no verlas -dice Simón- pero las visitaremos todas las semanas y ellas también vendrán, como hacíamos con Diego antes de que volviera; los besamos, fuimos a ver a nuestros hijos y junto a la cuna del más pequeño le dije: "ya sabes que habrá otro ¿verdad?"



sábado, 10 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (18º parte) de Adriana Gutiérrez




- La Víspera de las Bodas -

La noche anterior a nuestros casamientos nos hallábamos todos reunidos en la gran biblioteca, era éste un espacioso recinto rectangular, sus dos paredes largas estaban cubiertas de libros, muchos encuadernados en cuero, las estanterías eran de madera oscura muy lustrada y se notaba el prolijo y minucioso trabajo que Val había hecho allí; dos ventanas cubrían enteramente las otras dos paredes, haciendo que durante el día fuera la habitación más agradable e iluminada de la casa y el lugar preferido de sus dueños, en los rincones había sillones de orejera con lámparas detrás, y una pequeña mesita ratona, creando sitios íntimos para leer en soledad, sin molestarse con los demás; bajo los ventanales se hallaban dos poltronas tapizadas en tela borra vino y junto a las estanterías se habían colocado dos mesas con veladores e inclinación para escribir o tomar notas, por último, en el centro y sobre una gruesa alfombra, había una mesa redonda rodeada por cuatro butaquitas plegables tapizadas como las poltronas.
Cuando Margarita entró con el café (ya habíamos cenado), don Bruno estaba diciendo que el único trabajo que se haría mañana y bien temprano, sería alimentar a los animales, "los muchachos y sus familias -dijo- quieren verlos casarse y di asueto general ¿están de acuerdo?" Contestamos que sí y la señora Liza, que nos miraba mucho a Simón y a mi, dijo: "Simón, veo en tu cara la misma expresión que tenía tu padre hace 20 años, por eso, y porque he hablado mucho con Gabi durante este mes  puedo decirte con absoluta seguridad que serán felices...".
Sus ojos se anegaron, nos miró a todos, uno por uno, largamente y con tanto cariño, que sentí que mi garganta se cerraba y su hermoso rostro se fue borrando por las lágrimas; ella se levantó, rodeó la mesa y cuando estaba detrás mío y de Simón, nos abrazó, ya no soporté más la emoción y lloré.






Dejo el diario sobre la mesita de noche y salgo de la habitación, cruzo el corredor y entro en la de las gemelas Jimena y Manuela, como hace 10 años es víspera de bodas, esta vez, la de ellas, ya hace tiempo que no se visten igual y es más fácil distinguirlas, pero en la época en que yo las conocí, se complacían en confundirme y ello constituía su mayor satisfacción.

viernes, 9 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (17º parte) de Adriana Gutiérrez




Luego del desayuno jugué con las gemelas y les pregunté sus nombres que aún ignoraba, "yo soy Manuela, cuñada" -dijo una y se echó a reír, la otra se ahogaba por la risa pero entendí que su nombre era Jimena; salieron corriendo y gritando: "agárranos si puedes, cuñadita, ja ja ja..."
Así pasó la mañana, estuve colorada la mayor parte de ella deseando no encontrarme con nadie para que no vieran mi azoramiento.
Como a las 11 llevé a las niñas a la casa para arreglarlas para el almuerzo y pude charlar unos minutos con Val en la biblioteca, su lugar de trabajo; se la veía contenta, me dijo que primero bajaría todos los libros, empezando desde arriba, sobre una gran mesa de roble para desempolbarlos, y luego los iría ordenando en sus lugares definitivos, "debo buscar el sitio justo para cada colección, hay muchos de medicina -dijo- no puedo evitar de hojear algunos, por eso voy despacio, creo que en dos semanas terminaré y podré dedicarme a mi ajuar de novia, dijo don Bruno que nos regalaba los trajes y otras cosas, lo demás lo compraremos con el tiempo y con nuestros sueldos. Gabi -dijo, poniéndose seria- ¿lo quieres?"
"Sí, hermana -contesté- no tengas miedo, lo quiero y él a mí".
"Maruja y yo conversamos cuando nos acostamos -dice Val- pero a tí te vemos menos".
Le conté la conversación de esa mañana con la señora Liza y don Bruno y quedamos que esa noche, cuando las gemelas se durmieran, nos reuniríamos las tres con los muchachos para elegir nuestro día más feliz.
A la siesta todos duermen menos Simón y yo, bajo "nuestro naranjo" le conté el sueño de esa noche y le dije: "hay dos cosas que no comprendo, ¿por qué la gente de la pequeña iglesia blanca no nos veía y sí oyó sonar las campanas? nosotros las tocamos".
"Tal vez -dijo Simón- significa que a veces la gente no presta atención a la gente pero sí a lo que la gente hace ¿qué es la segunda cosa que no entiendes?"
"El Habre -dije- ¿qué es y por qué tú tenías temor de que yo lo cruzara y luego al mirar tus ojos yo también sentí temor?"
"Quizás todos debamos cruzar un habre alguna vez en nuestra vida -dijo serio- y es posible que no sea fácil hacerlo".



 Ni él ni yo sospechamos en ese momento la
importancia que tendrían sus palabras en el
futuro, fueron el "ábrete sésamo" del gran
portón de los acontecimientos: nuestras
bodas,el regreso de Diego, cómo se
agrandaría la familia en ese año que siguió
y cuantas y tantas veces la vida nos haría
pasar por la tristeza y la alegría, el temor y
la seguridad, la angustia y la emocionada
felicidad cuando el peligro pasa; nunca
comprendí más a Simón que el día en que creí
morir después de tener a los gemelos, pensé
que era llegado el momento de atravesar mi
habre y que éste me llevaba de la vida hacia
la muerte... si..., los dos creímos atravesar
nuestro habre esa vez...

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jueves, 8 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (16º parte) de Adriana Gutiérrez






Ante nuestros maravillados ojos amarecieron las plantas más exuberantes de hojas gruesas y oscuras, había en el aire un extraño olor y el trino de los pájaros producía somnolencia, siguiendo un curso serpenteante corría un hilo de agua que al beberla daba frescura, pero en lugar de quitar la sed, la aumentaba.
"Es el Habre -dijo Simón- hay una leyenda sobre él, dicen los ancianos de la región que cruzarlo es peligroso porque es difícil encontrar el camino de regreso, las personas que han ido para el otro lado no han vuelto jamás".
"¿Qué hay que hacer para ir del otro lado?" -pregunté.
"Solo cruza el hilo de agua -dijo Simón, apretando mi brazo- y no podrás volver conmigo".
Miré sus ojos y vi temor en ellos, lo apreté fuertemente contra mi pecho y le pedí: "llévame a casa contigo, Simón".






Esta vez mi despertar no fue tan dulce ya que no estaba entre los brazos protectores de Simón, y aún perduraba en mi mente el ambiente irreal del sueño, me levanté y, con camisón y todo abrí la lluvia, al verme toda mojada y con la tela pegada al cuerpo creí estar en la playa soñada, me quité el camisón y comencé a enjabonarme, primero la cabeza y luego el cuerpo; me sequé, me vestí y salí al patio de atrás con una tohalla y un peine como era mi costumbre, al pasar por la cocina vi a Mammy que andaba trasteando y le dije que Simón desayunaría con conostros, "ya lo sé -contestó- te levantas temprano ¿eh?"
"Sí -le dije- uno de mis trabajos en el hogar hasta hace seis meses era ayudar a preparar el desayuno y me quedó la costumbre; me gusta, mi cabeza se despeja con el agua y el aire".
Fui al sol y después entré, sin decir nada comencé a llevar tazones y bandejas con manteca y dulces al comedor, preguntándome dónde estaría Maruja, como contestando a mi muda pregunta Mammy dijo: "ella fue hasta el tambo a buscar la leche para hervir, es puntual, destro de media hora se sirve el desayuno".
En ese momento entró Simón y se quedó parado en la puerta mirándome, me decían tantas cosas sus ojos y era tan feliz su expresión que sin poderlo evitar fui hasta él y cuando después de besarme dijo: "ven, Gabi", lo seguí dócilmente.
Salimos de la cocina, en el comedor estaban don Bruno y la señora Liza, abriendo ventanas y descorriendo cortinas, se volvieron a mirarnos y yo sentí que mi cara se ponía colorada, quise zafarme de las manos de Simón pero éste no me dejó y don Bruno dijo: "Gabi, Simón y tú se quieren ¿verdad? no, no contestes, tal vez ustedes no lo sepan tan bien como lo sabemos nosotros, solo quiero decirles que Liza y yo nos sentimos felices de que entres a la familia, Simón quiere casarse enseguida y como dentro de un mes se casan tus hermanas, bueno, él pensó que te gustaría vivir tan hermosa experiencia el mismo día que ellas vivieran la suya ¿qué dices?"
No dije nada, solo abracé a Simón, lloré en sus brazos y cuando la señora Liza y don Bruno se acercaron supe que tenía un padre y una madre.





Sentada en una butaca frente a la ventana de
mi dormitorio, a través de la tenue cortina, veo
a Liza y a Bruno que caminan por el cesped
entre los macizos de pensamientos, llegan
hasta unos sillones de hierro y se sientan de
frente a mi, Liza levanta la mano hacia mi
ventana, sabe que a esa hora estoy leyendo mi
diario, sabe también que todos ellos son los
personajes de las nuevas hojas que escribo
todos los días. Pero volvamos al segundo de mi
existencia en la estancia.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (15º parte) de Adriana Gutiérrez





Nos dimos cuenta de que no nos veíamos porque alguien prendió la luz de ese lado del patio, don Bruno asomó la cabeza y dijo:
"Simón, Gabi, a la cama, tuvieron bastante por hoy". Simón me dio el beso de las buenas noches y me dijo: "siempre desayuno con los peones, pero mañana lo haré con la familia ¿quieres decirle a Mammy que ponga otro tazón de cereal para mi?"
Así llegamos hasta el corredor y nos fuimos cada uno a su habitación; las gemelas dormían, las besé despacito y bajé hasta el cuarto de Maruja y Val que estaba en las dependencias de servicio, las dos estaban sentadas en la cama de Val esperándome, y cuando me vieron entrar se abalanzaron sobre mí atragantándose a preguntas: les conté todo sin omitir detalle y Maruja dijo: "estabas tan "entretenida" con Simón que no viste que Max y yo estamos de novio, nos casaremos el mismo día que lo harán Val y Pancho"; quedé muda de asombro, cuando reaccioné les dije: "si no se apuran, tal vez Simón y yo los podamos acompañar"; esta vez tuvimos que prescindir de nuestros tres hermanos varones para abrazarnos, pero sabíamos que ellos, en su dormitorio del pabellón nº3, estaban tan felices como nosotras. Me despedí de Val y Maruja, fui a mi dormitorio, me acosté en la primorosa cama y me dormí para tener el sueño más dulce esa noche.





- El Sueño de Gabriela -

A la madrugada desperté murmurando, me di cuenta de que estaba sonriendo y de nuevo, blandamente, fui hundiéndome en la tibieza de los sueños para verme a mi y a Simón, ámbos vestidos de ropas blancas y transparentes, largas hasta el suelo, corriendo por el campo, riendo, cayéndonos, levantándonos; luego era una playa de arenas finas y doradas como la piel de Simón, yo entraba al agua cristalina perseguida por él que me daba alcance y juntos salíamos de ella con las ropas pegadas al cuerpo, corríamos al viento y cuando nuestros cuerpos, nuestros vestidos y nuestros cabellos se secaron, entramos en una iglesia cuyas paredes, puertas y ventanas eran blancas, así como los bancos y todas las cortinas, estaba enteramente iluminada por un sol resplandeciente y en ese momento se casaba una pareja, nosotros andábamos entre las personas pero ellos parecían no darse cuenta de nuestra presencia; nos dirigimos hacia el fondo y comenzamos a subir por una estrecha escalera de caracol, llegamos arriba y vimos que era el campanario, nos asomamos por una de las aberturas de las paredes y en ese momento salía el cortejo nupcial, mirarnos y hacerlo fue todo uno: tomamos dos cuerdas cada uno y empezamos a tocar las campanas, eran cuatro y cada una tenía un sonido distinto, todo el aire se llenó de su canto y no quedó en el pueblo una sola persona sin asomarse a su puerta o a su ventana, pronto todo el mundo de hallaba congregado en la pequeña placita frente de la iglesia, todos tenían caras felices y miraban a lo alto, hacia el campanario, la pareja de recién casados y sus acompañantes comenzaron a cantar y al rato el pueblo entero los imitaba a todo pulmón.
Dejamos las cuerdas, bajamos las escaleras y salimos por el fondo hacia un prado verde que bajaba cada vez más, a medida que bajábamos aumentaba la vegetación hasta convertirse en arboleda, de pronto, al doblar un recodo, el paisaje cambió por completo.

martes, 6 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (14º parte) de Adriana Gutiérrez




Las rodillas de su pantalón color arena quedaron verdes, igual que el trasero de mi vestido de hilo blanco, no sé que pensaría cualquiera al vernos volver así, sucios y despeinados, pero lo cierto es que cuando Simón me llevó con los demás y entramos, en ninguno vi reproche o una mirada acusadora, la señora Liza me dijo que fuera a cambiarme y que volviera a divertirme, Simón hizo lo mismo, me dejó en el corredor y allí me esperaba de regreso, en un recodo entre dos tinajas tomó mi cara entre sus manos y dijo: "Gabi, mis padres dicen que tú y yo estamos enamorados desde hace cuatro horas y media, los oí hablar, dicen que les ocurrió igual ¿tú qué crees?"
"Simón, me dolió mucho que te rieras de mi, nunca sentí eso de otra persona, pero tú... no lo hagas nunca más"; me besó, tan lentamente se acercó y fue tan suave la caricia de sus labios que casi no llegaba el momento de cerrar los ojos, yo sabía que debía hacerlo, pero no podía si él seguía mirándome así; se separó de mi, se recostó en la pared de enfrente y me observó, yo también lo hice; luego, como en cámara lenta, nos abrazamos apretadamente en medio del corredor; hacía mil años que nos conocíamos...



Sí, recuerdo que esa era la sensación de ámbos, nos parecía
que siempre estuvimos juntos, que se borraban todos
nuestros recuerdos y que todas las personas ligadas a
nuestra vida estaban en otra dimensión, los veíamos pero
no los oíamos, andábamos entre ellos pero no podían
tocarnos; como entre sueños, entre brumas, los oímos a todos
que nos besan y felicitan, vemos sus rostros sonreir pero
no oimos sus risas y chistes, pasamos hacia la terraza y
como a 20 pasos de la algarabía de los demás nos recostamos
en una hamaca ancha, nos mecemos suavemente, la brisa
mueve nuestro cabello, sentimos calor, no decimos nada, solo
mirarnos de tanto en tanto y besarnos deliciosamente
despacio...
El mundo está desierto, solo hay un árbol en él, del árbol
cuelga una hamaca, y en ella hay una pareja de enamorados
desde hace miles de años...





... Estos recuerdos no están en el diario, no lo
están por la sencilla razón de que también
son presente, son el hoy, porque cada
atardecer, cuando los niños ya duermen
su sueño de ángeles, Simón me busca y me
lleva de la mano hasta la vieja hamaca de
lona rayada, y entonces se repiten los lentos
y dulces besos, las caricias doradas de sus
grandes manos en mi vientre y mis dedos
tirando de su pelo... si... pronto nacerá otro
niño en la Resolana...

lunes, 5 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (13º parte) de Adriana Gutiérrez





Ese día Simón cumplía 19 robustos y dorados años, el sol todavía alumbraba las puntas de los árboles cuando ya todos estábamos bañados y frescos, disfrutando del agradable atardecer, preludio de muchos atardeceres idénticos, eran éstos los momentos más hermosos e inolvidables de la estancia, nos hallábamos sentados en reposeras, banquitos enanos o simplemente en el suelo, bajo la resonada del parral, y recuerdo que pensé: "sería maravilloso que todo siguiera igual como está ahora, y dentro de 10 años encontrarnos todos los que estamos aquí, felices como ahora y deseando otros 10 años más..."
Los padres de Simón llegaron por el camino, venían de comprar el regalo para su hijo, la señora Liza se bajó de la camioneta y corrió a los brazos de Simón que la levantó en vilo y dio con ella tantas vueltas que ámbos quedaron mareados, luego se volvió y sacó del baúl un paquete de regulares dimensiones que resultó ser un grabador-tocadiscos-radio para la habitación de Simón, éste entró corriendo y enchufó el aparato en el comedor, conectó la radio, puso un disco y finalmente accionó el grabador llamándome a gritos: "¡Gabi, ven, dí algo!", todos me miraban y cuando comprendí que no tenía más remedio que hablar, tomé el micrófono y dije: "¿quieres una naranja?"




Aún hoy me es imposible releer esta parte del
diario y no estallar en carcajadas, debió ser
muy cómico para todos ver mi cara azorada
y roja preguntar: ¿quieres una naranja? y a
Simón reírse de esa forma mientras me señalaba
con un dedo y trataba de decir algo que la risa
no lo dejaba, luego Simón me abrazó para mi
total desconcierto y vergüenza y me estampó
el más sonoro beso en el cachete, cuando ya
toto el mundo lloraba de la risa.

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Me refugié en la hermosa alcoba que me había sido destinada y no me eché de bruces a llorar por respeto a la blanca colcha, tampoco me senté en la butaca porque su tapizado era también blanco, de modo que salí y casi sin darme cuenta estaba bajo el naranjo motivo de mi infortunio, pensé en mis hermanos y en ese instante veo a través de mis lágrimas que Simón se agachaba junto a mí, "Gabi, Gabi..."




domingo, 4 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (12º parte) de Adriana Gutiérrez





Al llegar a este punto, es como si estuviera observando
a Liza, parada delante de mi, con esos ojos tan buenos
y llenos de cariño, sin hablarme porque ella sabía que
yo no podría contestarle debido a la emoción tan intensa
que sentía, además toda esa mañana íbamos de emoción
en emoción, y dándose cuenta de mi estado de ánimo se
llevó a las niñas consigo para que yo me repusiera.
También ahora son las 12 del día y ella debe estar en el
comedor dando el último vistazo a la mesa, Margarita
siempre olvida algo y es Liza la que nunca se olvida de
nada ni de nadie... se conserva como entonces, con el
cabello rubio ceniza recogido en un gracioso rodete muy
flojo que hace más perfecto su perfil, vestida siempre
con esos vaporosos vestidos que iguala su edad con la
nuestra aunque nos lleva 18 años; tenía por aquella
época 36, don Bruno 41, las gemelas 6 recién cumplidos
y Simón 19 años; Simón...

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¿Acaso no sospechaba yo, aún "antes de abrir los ojos", que ese día sucedería algo que cambiaría mi vida? ¿No me había despertado con la sensación de que "algo me esperaba desde hacía mucho tiempo?" Pués bien, ahí estaba, erguido ante mí, cubierto sólo por un short, dejando ver su espléndido corpachón de muchacho sano y vigoroso, con la piel marrón de tanto trabajar en ls campos, el pelo ondulado y del color del trigo maduro como el de su padre, mirándome con esos ojazos color almendra, inquisitiva la expresión y todo el cuerpo tenso por la sorpresa de verme allí, en su rincón privado, aprovechando la espesa sombra del naranjo y calmando mi sed con sus frutos; ahora comprendo la mirada divertida y burlona de don Bruno cuando le dije que nunca dormía siesta, que estaría bajo "aquel naranjo". Claro, era el naranjo de Simón, su sombra era el teatro de sus ensueños y la miel de sus naranjas el potaje embriagador, dormitar la siesta es mejor que dormirla, casi se puede vivir lo que se sueña y cuando uno despierta cree que está soñando.
Se sentó junto a mi, tomó unas cuantas naranjas y con los dientes arrancó un poco de cáscara para chupar el jugo, el ruido que hacía de a ratos me daba rabia y de a ratos me daba risa, comprendí que su intención era que lo dejara solo y por eso soporté estoicamente hasta que terminó con la decimocuarta, estoy segura de que con ocho o diez estaba satisfecho, pero quería hacerme volar de su nido y yo podía sentir a través del tronco del viejo naranjo, el temblor de su impotencia; a mi lado habían quedado dos naranjas peladas y, dándome vuelta se las ofrecí, dijo "¡¿que?!" y me miró con tanto enojo que por un momento me asusté, pero al ver su desconcierto y contrariedad me eché a reír de manera tan escandalosa que no pudo menos que imitarme; cuando nuestros ojos estaban llenos de lágrimas y nuestros estómagos doloridos nos hicieron callar, todo cómico deseo de venganza terminó y a partir de ese momento Simón y yo no nos hemos separado jamás, y ninguno de los dos puede imaginarse viviendo esta vida sin la compañía del otro.

sábado, 3 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (11º parte) de Adriana Gutiérrez





Detrás de ella aparecieron dos niñas gemelas, rubias como su madre, de rasgados ojos celestes y piel como la porcelana, peinadas con una gruesa trenza larga hasta la cintura, de pícara expresión y traviesos instintos, me agradaron al momento no pude evitar adelantarme y tomarlas de las manos, las besé aún sin darme cuenta y la emoción me embargó, las dos pequeñas me echaron los brazos al cuello y lloré como una tonta, la señora Liza se arrodilló junto a mí y dijo: imagino que tú eres Gabi, ven, te mostraré tu habitación y la de las niñas, Margarita llevará tus cosas.



Nos dirigimos por una de las puertas que comunican el estar con las dependencias de la familia atravesando un ancho corredor cuyo único adorno era un gran espejo ovalado, un par de sillas tapizadas con cretona y varias tinajas con plantas para interiores, llegamos a la esquina del corredor y doblamos a la derecha, a la izquierda estaban las habitaciones de los esposos Matienzo; las niñas se adelantaron abriendo una puerta igual a las demás pero más angosta, entramos y pude comprobar que la exquisitez era el
era el don principal de la señora Liza. Sin duda nos encontrábamos en mi habitación, ya que constaba de una cama colonial de tipo italiano, como todos los muebles de la casa, cubierta con un cobertor blanco que era una espuma, la mesita de luz se componía de un diminuto cajoncillo sostenido por cuatro columnas como las de la cama, había una butaca tapizada en terciopelo blanco, una cómoda con cajones y en la pared, sobre la cómoda, colgaban tres espejos, dos de ellos mobibles, el ropero estaba a la derecha y junto a él la puerta que comunicaba con el baño, en la pared de la izquierda se hallaba la comunicación con la habitación de las niñas, estas dos puertas y la del baño de las niñas eran blancas, solo eran marrones las que daban a los corredores; las gemelas me arrastraron a su habitación, que era igual a la mía solo que con dos camas y para salir debían pasar por mi cuarto.


viernes, 2 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (10º parte) de Adriana Gutiérrez





Al rato entramos por un camino vecinal y don Bruno disminuyó la marcha del vehículo, tres kilómetros más y pudimos apreciar la grandeza del casco, rodeado por un exuberante parque donde no faltaban los rododendros, eucaliptus, lapachos y pinos enanos que bordeaban la entrada principal, todo ello conformaba un magnífico marco verde-gris-rosado a la blanca casa colonial de una planta, sus puertas y ventanas eran anchas y con la parte superior redondeada, de madera rojiza barnizada, junto a las cuales se amontonaban los malvones y las vegonias, grandes maceteros con flores de azucar de hojas rosadas y pétalos transparentes, macizos de pensamientos alegraban la vista por doquier y desde la derecha llegaba, entremezclado, el delicioso aroma de los rosales; don Bruno dijo: "bien, chicos, he aquí vuestro nuevo hogar, deseo que les de tantas satisfacciones como el que dejaron, entremos, quiero presentarles al resto de la familia".



Si bien lo que vimos afuera nos dio una idea del interior de la casa, reconozco que sobrepasó el límite de nuestra fantasía para dejarnos asombrados y maravillados, pero claro, no teníamos con qué compararla. Ni bien traspusimos la puerta de entrada nos encontramos en un ambiente que servía de pasillo, de ahí pasamos a otro de grandes dimensiones dividido en estar y comedor por un cantero desde el que se levantaba una reja de hierro negra, por ella trepaba un jazmín de flores celestes cuyo perfume era una maravilla; desde donde estábamos parados había que subir un escalón para ir al comedor, y bajar uno para ir al estar, éste constaba de dos sofás tapizados en azul francia y diversidad de sillones y mesitas con lámparas de tulipas blancas, como las cortinas de los cuatro ventanales y la ovalada  alfombra de felpa, el piso era de cerámica roja, pulida y brillante, las paredes estaban trabajadas a la cal sobre el ladrillo sin revocar, sobre una de ellas había una chimenea cuya repisa estaba cubierta de piezas de ajedrez en tono marfil, y en la pared opuesta habían empotrado una estantería de madera marrón muy brillante, en la que lucía objetos de adorno pequeños y delicados, fotografías enmarcadas en cuero claro y repujado hablaban de la vida de los dueños de casa: cabalgando, pescando con ridículos sombreros, sentados en una lona sobre la hierba.
Don Bruno nos dejó un momento mientras llamaba a su familia, no tenía por qué hacerlo él mismo, bastaba con llamar a una doncella, pero quiso dejarnos solos para que nuestros ojos recorrieran toda esa muestra de decoración y buen gusto, comentamos qué hermoso es todo y que exquisita debe ser la señora Matienzo por el prolijo arreglo de la casa, cuando oímos detrás nuestro una voz suave y educada que decía: "buenos días, muchachos, bienvenidos a nuestra casa, espero que sean tan felices en ella como nosotros lo somos".