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miércoles, 31 de agosto de 2016

"EL NARANJO" (8º parte) de Adriana Gutiérrez









Lo hicimos pero ya no fue lo mismo para Diego y para mi, nos esforzamos para que nuestra cara no dejara traslucir lo que sentíamos, pero ellos fueron dándose cuenta de a poco y de a uno que algo había cambiado en nosotros, creo que pensaron que estábamos enamorados, y fue Val, la dulce y delicada Val, la que expresó exactamente nuestro sentir cuando dijo: "Gabi, no creas que porque Pancho y yo nos casamos nos olvidaremos de ti"; "tampoco nosotros lo haremos" -dijo Max, Maruja lo miró y preguntó: "¿por qué nos incluyes?, nosotros no estamos por casarnos", "pero podrían hacerlo -dijo Diego divertido por segunda vez en la mañana- todo el mundo sabe que se quieren menos ustedes, pues bien, se los diré: ¡están-enamorados!
Perdonen, chicos, pero como hermano mayor no podía irme sin dejarlos unidos, solo les pido una cosa: cuiden de Gabi ¿sí?"
Mis ojos estaban arrasados y cuando todos me abrazaron supe que nunca estaría sola, por segunda vez ese día estábamos balanceándonos, antes por Diego, ahora por mí.
Y mientras estaba ahí, apretada entre mis hermanos tan queridos sintiendo el calor de sus cuerpos contra el mío, sus caricias y sus palabras cariñosas, me fue invadiendo una indescriptible sensación de paz, me sentí tan feliz y agradecida y nunca los amé como en ese instante a mis hermosos, entrañables hermanos del corazón.

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Siempre cuando llego a este pasaje termino
llorando con el pequeño diario estrujado entre
mis manos, rememoro los años que siguieron
-los que ya han pasado- y los veo plagados de
bellos recuerdos como ese, tiernas demostraciones
de afecto destinadas a calmar la pena de algún
hermano, reuniones cuando cumplían años los
niños que habíamos tenido, nuestros casamientos,
esas tardecitas memorables todos recostados mirando
a los niños jugar, mientras nosotros no dejábamos
ganar por esa dulce somnolencia después de haber
trajinado el día, los asados bajo el enorme parral,
las mateadas con torta frita en la gran cocina de
los peones cuando llovía por días y días...



martes, 30 de agosto de 2016

"EL NARANJO" (7º parte) de Adriana Gutiérrez





Para el momento en que salió Maruja del despacho del sirector ya todos estábamos eufórico habíamos perdido nuestra timidez y nos sentíamos más seguros al comprobar que todo estaba bien y era tal como lo esperábamos; nos mirábamos, sonreíamos, hacíamos chistes tontos y casi no escuchábamos a Maruja que nos contaba su conversación con don Bruno: "seré ayudante de la cocinera, una mujer grande y buena a la que le dicen Mammy, tendré que llevarme bien con ella, pero dice don Bruno que no me será difícil, ya que para eso solo tendré que hacer caso omiso de sus enojos y reprimendas, pero eso sí, no deberé ¡jamás! llegar tarde cuando ella me imponga un horario, es lo único que no perdona.
¿Y tú, Max?, estaba adentro y no sé qué pasó contigo".
Max se lo dijo y luego todos empezamos a hablar al mismo
tiempo, haciendo planes de ahorro, de reuniones, y al fin pudimos comprobar que nuestra vida solo cambiaba de escenario, nuestras ocupaciones serían las mismas que habían sido en el hogar, cobraríamos por nuestro trabajo y eso sería todo. Nos veríamos diariamente, casa tanto podríamos visitar a Diego, y por lo demás seguiríamos juntos, como hermanos, que era lo importante para nosotros, lo que realmente llegaba a angustiarnos era la idea de separarnos, y ahora, al ver que eso no sucedería, todos nuestros temores nos parecieron tontos y ridículos.




Miré a Diego, estaba alegre pero en su rostro había una sombra de tristeza imperceptible, lo vi observar a Val y a Pancho, tan radiantes de felicidad, haciendo tantos y tan hermosos planes sobre su vida en común que pronto iniciarían en la estancia, y como lo conozco sé que los estaba pensando en una dichosa existencia, llena de buenos acontecimientos, disfrutando el uno de la otra en el exquisito marco de una estancia como era la de los Matienzo, con árboles gigantezcos, maravillosas flores, patios cercados por blanquísimas verjas y sombreados por colgantes enredaderas de campanillas, sin hablar de los pájaros, que por cientos alborotaban las madrugadas haciendo que ya desde muy temprano el día valiera la pena de ser vivido.
"Gabi -me dijo- si me estabas mirando sabrás como me siento, y no me digas que soy tonto porque no lo soy"; "no -dije- no lo eres ni yo tampoco, ellos -señalé a los otros cuatro- no se dan cuenta porque se quieren y les basta con estar juntos, pero yo en cierto modo estaré sola igual que tú, solo que los veré todos los días y tú no, pero no te olvides que Val y Pancho se casarán a más tardar dentro de un mes, y Maruja y Max también lo harán en cuanto descubran que se quieren, serán dos matrimonios que vivirán sus vidas y yo la mía; no, Diego, no eres el único que se quedará
solo, vamos, reunámonos con los demás".






lunes, 29 de agosto de 2016

"EL NARANJO" (6º parte) de Adriana Gutiérrez





Me sobrepuse a la emoción y creo que contesté que sí, él siguió:
"contigo era con quien más deseaba hablar, ya que te ocuparás de la educación de los niños de la estancia; como sabrás, tengo dos niñas pequeñas, de 6 años, y me interesa mucho conocer a quien será su maestra, destinaremos uno de los antiguos cobertizos para salón de clases, luego tú misma dirás que hacer, vivirás en mi casa, tendrás tu habitación junto a la de mis hijas, ya que el deseo de mi esposa es que aparte de las horas de clase te ocupes de las niñas en otros quehaceres; te gustará, hija, vé nomás".
"Gabi, llama a Max -dijo el director- y dile a Diego que don Bruno no pone reparos en que vaya con ustedes a la estancia".
En menos de lo que se tarda en escribirlo estaba contándoles todo a los demás y escuchando a Pancho decir más o menos lo mismo que había dicho Val, con el agregado de que en vistas de que pronto sería padre de familia, su sueldo sería algo mayor de lo que se había pensado para él, estaba radiante, todos lo estábamos, y además, agradecidos.
En eso apareció Max y Maruja se levantó antes de que la llamaran, pues era la última, Max dijo: "voy a vivir en el pabellón nº3 y mi trabajo será ¡por suerte! la quinta de hortalizas, de ahora en adelante la estancia no perderá ¡jamás! un concurso de hortalizas".
"Pero Max -dijo Diego- la estancia ¡nunca! ha perdido un concurso..."

domingo, 28 de agosto de 2016

"EL NARANJO" (5º parte) de Adriana Gutiérrez




- Nos presentan a don Bruno -

Eran cerca de las 11 hrs. de la mañana cuando el director nos mandó llamar, como nosotros seguíamos con nuestras ocupaciones habituales mientras no nos fuéramos, estábamos todos desparramados, así que nos reunimos en una salita contigua al despacho del director en espera de que nos hicieran entrar; Jaime, el secretario que nos llamó, nos dijo que don Bruno Matienzo, el estanciero que sería nuestro patrón, ya estaba con el director desde hacía unos minutos, y que hablaría con nosotros de a uno. Ésto nos puso nerviosos, no nos agradaba separarnos y al poco rato no podíamos más de la impaciencia, se nos ocurrió que habría algún contratiempo, que tal vez nos separarían y nos ganó la angustia, sin decirnos nada, es decir, con palabras, empezamos a transmitirnos nuestros temores.
Estábamos al borde de una estampida cuando se abrió la puerta y apareció Jaime, "Señorita Valenzuela -dijo- haga el favor de pasar". Todos esperábamos que llamaran primero a Diego, que era el portavoz del grupo, el mayor, y además tenía que contestarle si podía ir esa semana con nosotros, o nó; quedamos desconcertados y solo reaccionamos cuando la puerta se cerró detrás de Val.
"¡Pero cómo -saltó Pancho- se le ocurre al director llamar primero a Val, sabiendo bien cómo es ella!"
Ninguno fue capaz de decir una palabra, estábamos peor que antes, imaginándonos a la pobre de Val sola allí adentro, con el director, don Bruno y Jaime ¡tres adultos!
No habrían pasado ni diez minutos cuando salió, temblorosa pero sonrosada y feliz: "Pancho, dice que vayas tú, me preguntó por nosotros ¡anda, entra!"
Pancho entró y todos ametrallamos a Val a preguntas, las contestó a todas con una sola respuesta: "dijo don Bruno que si realmente deseábamos casarnos que él no tenía ninguna objeción, ya que nuestro trabajo sería en la casa grande, Pancho ayudando en la administración y yo ordenando su biblioteca; nos destinará una pequeña ala para que vivamos ¿no es maravilloso?"
No tuvimos tiempo de contestarle porque en ese momento apareció Pancho con cara de buenas noticias y yo hube de esperar para saberlas porque me llamaban a mi.
Entré lo más segura que pude sobre mis piernas, y cuando me dijeron que tomara asiento y el director me presentó a don Bruno, en el segundo preciso de estrechar su mano, supe que jamás tendría miedo de ese hombre, que lo querría tanto como solo se puede querer a un padre, y que ese amor comenzaba ya a anidarse en mi corazón, mezclado con el respeto que me inspiraba.
Tenía las sienes grises, el resto del pelo del color del trigo maduro, de mentón enérgico y nariz aguileña, su semblante era la imagen misma de la comprensión; nunca olvidaré sus ojos marrones de mirar cálido y manso.
Médico de profesión, no ejercía pero cuidaba de todos en la estancia y acudía donde lo llamaran, ésto lo supe con el tiempo y hasta hoy no acierto a explicarme por qué todos le temían.
Me miró y preguntó: "tú eres Gabriela Viñas ¿verdad?"









sábado, 27 de agosto de 2016

"EL NARANJO" (4º parte) de Adriana Gutiérrez




Max era el más bajo de los tres, pero grueso y fuerte como ninguno, tenía el pelo rubio y los ojos verdes y también haría
pareja con Maruja el día que se decidiera a hablarle; Diego, que
hacía dibujos en la tierra, dijo: "ustedes van a estar juntos, yo en cambio estaré solo, esperando sus cartas, así que por favor, no
dejen de mandarme una todas las semanas, mi tristeza no es por
irme de aquí sino por separarme de ustedes; Diego era rubio pero no como Max, tenía el pelo tan claro que a veces parecía blanco, era alto y quemado por el sol, de ojos dorados, todo él era una estatua dorada, era un apolo, hermoso y atlético. Yo dije sin mirar a ninguno; Diego, te prometemos que jamás pasará un día sin que
recibas aunque sea unas líneas de nuestras manos, te lo contaremos todo, nosotros estaremos trabajando y tú estudiando, cuando tengamos un día libre lo pasaremos juntos, quien te dice que no nos podamos ver tal vez todas las semanas, no te apenes
más. Yo, Gaby, como ya dije antes, tengo el pelo castaño, largo y lacio, los ojos pardos, soy alta y delgada, lo único que sobresale en mí es mi cuerpo, pero lo que más cuido y es mi orgullo, al
igual que Maruja, es mi cabello.

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Al llegar a este punto de mi diario no puedo menos
de levantarme y mirarme en el espejo de mi
dormitorio, mi cabello está igual que hace 10 años, nunca
lo he cortado, ni teñido, ni nada, me asomo a la ventana y
observo a mi hija Pamela, de ocho años, correr por
el parque con el pelo al viento, y me parece verme a
mí misma cuando tenía esa edad.
A todos nos ha salido alguno de nuestros hijos siendo
nuestro calco perfecto; me siento al borde de mi cama
para seguir hojeando el diario, ah, sí... la parte de
nuestra llegada a la estancia para nunca más salir
de ella; qué día tan soleado, esplendoroso y lleno
de felicidad fue ese, recuerdo muy bien la fiesta de esa
noche y lo que empezó para mi.






viernes, 26 de agosto de 2016

"EL NARANJO" (3º parte) de Adriana Gutiérrez




Cuando leo estas hojas amarillas de mi diario y cuento
los años que han pasado, me sorprendo al comprobar
que puedo revivir esos instantes como si los estuviera
viviendo en estos momentos, y sentir la dulce emoción
del amor compartido, saber que nos tenemos, que
contamos cada uno con los otros cinco como desde el
primer día que nos vimos, mirarnos y decirnos con los
ojos: te quiero hermano, hermana mía, quédate tranquila
que siempre tendrás mi amor, aunque yo desaparezca...

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El ambiente de camaradería se reanudó mientras apilábamos
nuestros petates junto a la puerta de la dirección en espera de que vinieran de la estancia a recogernos.
Nos fuimos a vagar por el jardín y contemplamos por última vez el generoso edificio que fue nuestro hogar durante 13, 14 y hasta 15 años, nos pareció que las gruesas paredes rosadas del antiguo monasterio murmuraban para nosotros palabras de adiós y de aliento, y las transparentes cortinas de sus ventanas eran pañuelos agitados al viento para saludarnos; las ramas del viejo sauce, lágrimas vertidas por nuestra partida y en cada árbol, en cada piedra, en cada pececito de la fuente, creíamos ver una mano amiga que se extendía para retenernos.
Llegamos hasta la enramada y nos sentamos a su sombra, era nuestro lugar predilecto, allí no llegaba el alegre bullicio de los niños pequeños y podíamos hablar sin que los adultos nos oyeran.
Pancho y Val (Francisco y Valeria), se tomaron de las manos, estaban comprometidos desde que tenían 11 años y pensaban casarse este verano; Max y Maruja (Maximiliano y María Eugenia), se amaban pero no lo sabían, y Diego y yo solo nos queríamos como hermanos (y nada menos), lo que era una suerte dado que él seguiría por otro camino.
Nos miramos y de pronto nos dimos cuenta de que estábamos tristes, Val, que siempre empezaba a gimotear primero, dijo: "me parece que voy a llorar.." ella tenía el cabello rubio, los ojos azules y la piel transparente, era frágil y delicada y por eso siempre la protegíamos todos; Pancho la abrazó y le dijo: "Valerita mía, eso te debería ocurrir si te separaras de mi, no de este viejo caserón; Pancho era el más alto del grupo, tenía el cabello negro y rizado, los ojos como el azabache y la tez color canela, formaba con Val la pareja más hermosa que he visto en mi vida y era un regalo para los ojos verlos correr por el campo tomados de la mano.
Maruja y Max estaban sentados muy juntos, no se tomaban de las manos por timidez, Maruja dijo, tratando de aparenta indiferencia
ya que siempre le costó mucho expresar su cariño: "miren... yo...
-recogió un palito- no creo que sea para tanto.." Era la más baja de las tres, tenía unos ojos grises muy expresivos, el pelo negro, kargo y lacio, era su orgullo y jamás permitió, ni aún siendo muy pequeña, que nadie se lo peinara o recogiera en una cinta; Max le contestó: "no será para tanto pero a mi me duele dejar esta
casa, es para siempre ¿no?





jueves, 25 de agosto de 2016

"EL NARANJO" (2º parte) de Adriana Gutiérrez





Rodeé la mesa besándolos uno por uno, costumbre mía ésta
de la que no tengo memoria cuándo comenzó, y ante la que
los tres varones protestaban enérgicamente, pero que si 
amenazaba con dejarla se ponían serios.
Finalmente llegue a mi lugar entre Maximiliano y Diego, éste
último era el mayor de todos y ocupaba la cabecera, en la otra
estaba María Eugenia que es la mayor de las chicas, y a los
costados estábamos, intercalados, un chico y una chica en el
siguiente orden: a ámbos lados de Diego nos sentábamos Valeria
y yo, Gabriela, y a ámbos lados de María Eugenia estaban Maximiliano y Francisco; en el instante mismo de sentarme recibí un formidable codazo de Max que me señaló en dirección de
Diego, levanté la cabeza y vi a mi querido hermano mayor con
los ojos llenos de lágrimas y las manos temblorosas, que untaba
con manteca una rebanada de pan, miré a los demás y comprendí que ninguno desayunaría ese día, Maruja tomó una de mis manos y me dijo: "Gabi, háblale tú"; como era nuestra costumbre sin
nadie haberla propuesto, juntamos nuestras manos sobre las de Diego y yo dije: "querido hermano, sabes que recibirán nuestras cartas a diario ¿verdad? los lúnes una mía, los martes de Max, los miércoles de Maruja, los jueves de Pancho y los viernes de Val,
¿crees que tendrás tiempo para contestarlas? Ya deja esa cara y trata de disfrutar el tiempo de cambio que estamos viviendo, la nueva etapa en nuestras vidas que nos dará nuevos recuerdos".
Todos corroboraron mis palabras con manotazos y reproches cariñosos y Diego tuvo al final que convenir con nosotros en
que su destino no era "tan trágico", después de todo. 
"Vengan -dijo- quiero mostrarles algo", nos llevó junto a su cama 
y abrió el armario donde guarda sus libros, sacó una caja de
zapatos, le quitó la tapa con mucha ceremonia y puso ante nuestros emocionados ojos, cinco sobres con nuestros respectivos nombres
"¿ven? -dijo- yo pensaba escribirles una carta a cada uno ni bien
llegara a casa de mi pariente, pero estos últimos días aquí, solo..."
Nos miramos los cinco, lo miramos a él y rompimos a reír... 
e inmediatamente dejamos de hacerlo, al notar en su mirada una
mescla de dolor y desconcierto, Pancho se apresuró a explicarle:
"resulta que eso de toda una semana tú solo aquí nos tenía bastante preocupados, por eso le pedimos al Director que te
dejara pasarla con nosotros en la estancia, al dueño no puede importarle un chico más por unos días, y tu pariente no se
enojará ya que tendrá que hacer menos camino para ir a buscarte allá que para venir aquí; es decir... si tú quieres".
Pancho nos miró buscando apoyo, todos asentimos y quedamos observando espectantes a Diego, éste salió al rato de su sorpresa y gritó: "¿que si quiero? ¡hurra! sabía que no me podían fallar, pero qué mal me sentí hoy ¡gracias, hermanos!"
Y terminamos brazados los seis, balanceándonos suavemente, como siempre que recuperábamos a un hermano cuando lo creíamos perdido.

miércoles, 24 de agosto de 2016

"EL NARANJO" (1º parte) de Adriana Gutiérrez





-La Despedida del Horfanato-


Esa mañana cuando me desperté, y aún antes de tener los
ojos abiertos, ya se había apoderado de mi la sensación de
que algo importante me iba a ocurrir, algo que cambiaría
mi vida, pero lo más extraño era sentir que a ese "algo" hacía mucho que lo estaba esperando.
Retiré el cobertor y ladeé la cabeza para observar a mi
tacuarita que picoteaba el vidrio de la ventana, era mi dulce
despertador, aunque cayera granizo, allí estaba cada
mañana.
Me levanté, me calcé una vieja y cómodas ojotas de cuero
marrón y un solero de algodón estampado, con pequeñas
florecillas marrones sobre fondo amarillo pálido; fui al
baño y me lavé la cabeza como todos los días, luego tomé
una tohalla y un peine y fui a secarme el pelo al sol, lo tengo largo y castaño, lacio y brillante, y me gusta sentir sobre
la espalda desnuda su caricia suave y olorosa; cuando
estuvo completamente seco lo recogí en una banana floja
para que no se marcara y fui al comedor a desayunar.
Al entrar percibí el ambiente de exitación que reinaba
entre mis hermanos y hermanas del horfanato, y entonces
me pregunté si el motivo de mi despertar con esa agradable sensación no sería el mismo que tenía tan contentos a mis
hermanos: es que ese era el último día que pasábamos
en el Hogar, entre esas cuatro paredes tan protectoras,
porque ya teníamos 15 años y era hora de que
emprendiéramos vuelo hacia nuestros destinos.
Avancé entre las mesas de los más pequeños y me dirigí
hacia el sector del comedor que correspondía a los
mayores. En mi mesa éramos seis pero solo cinco
permaneceríamos juntos, porque nuestro sexto
compañero tuvo la suerte de encontrar un pariente
de su padre que lo vendría a recoger la semana
próxima, cosa que no le hacía ninguna gracia porque
debería separarse de nosotros; era muy duro para él
saber que seguiríamos viéndonos diariamente, mientras
que él se tendría que contentar con nuestras cartas
y fotografías.


















martes, 23 de agosto de 2016

"EL DIBUJO" (23º parte) de Adriana Gutiérrez





En la Seccional Moreno los estaba esperando: "no estuvo en su casa ni en lo de su prima Nina, tampoco en lo de la maestra; ni fue a la casa de salud. Tiene una amiga (cosa rara), pero ésta la va a ver cuando María está en su casa.
Tuvimos que decirle todo a los padres; ahora dígame, Nicolás:
¿por qué no ha intentado asesinar a su amiga o a su prima que son casadas? ¿y qué me dice de los padres y demás familiares, vecinos, conocidos, etc.?"
"Porque no es ninguna tonta -dijo éste- y usted se olvida de un gran detalle: lo religioso. Sus víctimas deben tener, por fuerza, un patrón en ese sentido, como la chica que iba a ser monja, una prostituta con un crucifijo, un homosexual de pelo largo parecido a algún antiguo profeta, o los Peralta, que tomaron parte en el pesebre, eso debe buscar".
"Sí..- dijo Moreno- facilísimo ¿no?"
"Deme los archivos y podré decirle exactamente cuales fueron los crímenes cometidos por ella; sabremos su modus operandi al menos".
Moreno lleva a Nicolás al archivo y al volver se encuentra con Miguel hablando por teléfono, éste lo ve y dice en el tubo que esperen un momento: "fue el gordito con el manuscrito, parecía acabado y se retiró enseguida".
"¡Dígale que se lo entregue al agente que lo va a ir a buscar!"
Miguel dio el mensaje y colgó.

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Adolfo, seguido de cerca por el vigía, regresa
a su casa; maquinalmente hace los
movimientos de siempre pero ya no hay gestos
de fastidio por sus olvidos ni satisfacción por
sus aciertos.
Tan abatido está que aún dándose cuenta de la
hora, no enciende la luz.
Se tira en un sillón y permanece con los ojos
cerrados.
Las lágrimas corren por sus mejillas y
¡cuántas ha derramado ya!
Pero éstas tienen otro sabor, son de alivio, de paz.
Lentamente su alma se va tranquilizando.
Está listo, preparado para el último acto de amor
que la vida le exige.
Feliz de haber encontrado para ese cuento
macabro el final adecuado; el único posible.
Arrepentido de no haberlo escrito antes por
cobardía ante la muerte, esa que, suya sola, se
le acerca por la espalda.
Desde el extremo del túnel en que cae ve las
sombras que lo llaman y tratan de alcanzarlo, pero
él, más rápido que todas, huye hacia lo oscuro
vertiginosamente.

                                                               
                                                                  --------------






Semanas después, con el manuscrito inédito en las
manos, Moreno leía para todos el último párrafo
del cuento del gordito:

"..mas o menos así debió ocurrir todo; yo siempre
lo supe; siempre la ayudé; siempre la amé.
Espero que esté tranquila ahora, que descanse.
Yo también lo haré algún día, cuando los crímenes
de su demencia se borren con el tiempo.
La tea ardiente se apagará por sí sola.
El fuego que alienta su vida está tibio ya.
Y yo, que no quise hacer de ángel del pesebre, he
tenido que ser el suyo ¡pobre ángel caído!"

- F I N -

lunes, 22 de agosto de 2016

"EL DIBUJO" (22º parte) de Adriana Gutiérrez




La buscaron por todas partes, había media docena de patrullas designadas nada más que a dar con su paradero, doce efectivos más Moreno, y el psicólogo y Miguel que andaban juntos de voluntarios. Éstos últimos eran recibidos en ese instante por la directora "cara de ejecutiva" de la casa de salud. Miguel hizo las presentaciones y el psicólogo expuso el plan, contó someramente las últimas noticias, esperaron a que ella se repusiera del golpe y le pidieron que les permitiera hablar con una de las antiguas ladronas. Tras dejarlos solos por unos minutos regresó para guiarlos a un bello jardín de invierno donde, sentada con las rodillas muy juntas, nerviosa, los esperaba una muchacha de alrededor de 25 años.
"Bueno, Paola -dijo la directora- te ruego que digas la verdad a lo que el señor te pregunte, yo estaré en mi despacho, hasta luego".
"¡Qué mal empezamos! -pensó el psicólogo, y en voz alta: "bien Paola, yo soy Nicolás y él es Miguel ¿cómo estás?"
"Bien, señor -dijo ella.
"Estamos haciendo una encuesta ¿sabés qué es una encuesta?"
"No, señor".
"Es una averiguación a base de preguntas para saber lo que a la gente le gusta, por ejemplo: ¿cuál es la comida que más te gusta?"
"¡Helado!" -dijo Paola rápido, largando una risita que parecía querer decir: qué-pregunta.
"Muy bien, Paola ¿y cuál es tu juego preferido?"
"¡El video que trajeron ahora!"
"¡Por supuesto! Ya nos dijeron que sos una campeona, después vamos a jugar un rato".
La chica ya estaba más suelta y levantaba la vista.
"Paola, nos gustaría que nos contaras algo de cuando recién viniste ¿tenés amigas aquí?"
"Sí".
"¿Cómo se llama tu mejor amiga?"
"Marisa".
"Es un bonito nombre ¿y por qué elegiste a Marisa para ser tu amiga?"
"Porque es buena -dice Paola- me presta cosas".
"Claro, eso es muy importante en una amiga, es feo ser egoísta.
¿Y qué es lo que más te molesta en las otras chicas?"
"Que no juegan, y ni hablan a veces".
"Debe ser muy triste no hablar nunca ¿verdad? ¿Tuviste algún problema con las chicas que están aquí?"
"No".
"Y las otras chicas ¿tienen problemas entre ellas?"
"No sé, si..."
"Bueno, problemas siempre hay en una familia tan grande como ésta, sobre todo cuando algunas son pequeñas, decime Paola, ¿causan muchas molestias las adolescentes, digamos, las de 12 ó 13 años?"
"¡Muchísimos!"
"¿No es ésta una respuesta? -piensa Nicolás mirando a Miguel, quien poco acostumbrado a estarse quieto parece querer salir de su cuerpo. ¿Cómo cuáles? -le pregunta a Paola-  me imagino que serán cosas de niñas".
"Sí -dice Paola- revisan las cosas, las usan..."
"Pero después las dejan donde estaban ¿verdad? "
"¡No!" -contestó Paola, mirándolo con el ceño fruncido.
"¿¡Ah..! ¿Quieres decir que las esconden?"
"Y... claro" -Paola lo mira como si fuera tonto.
"Pero -dice el psicólogo- luego las encuentran ¿no?"
"¡Claro, la celadora se enoja!" -dice muy ofendida.
"¡Por supuesto! Por supuesto, Paola, y a vos ¿alguna vez te faltó algo? Porque me gustaría saber qué es lo que más les gusta sacar a esas niñas".
"Jabones..., perfumes..., pañuelos... ¡yo qué sé!"
"Ese es un dato muy importante ¿ves, Paola? (hizo como que anotaba), quiere decir que si les dieran esas cosas, ellas no las sacarían".
"No... bueno.."
"¿Sí? ¿Es por alguna otra razón?"
"Una vez..."
"¿Cuál fue el motivo, Paola?"
"Que no lo quería".
"¿Qué cosa no quería, Paola?"
"El perfume.."
"¿Quién no lo quería?"
"Ella..."
"¿Cómo se llamaba ella, Paola?"
Paola miró para todos lados como esperando que aparezca "ella" y, despacito, dijo: "la mala".
"Ah, había una a la que decían "la mala", pero ¿cómo se llamaba?"
"La vírgen..."
"Sí, Paola, pero ¿qué nombre tenía?"
Nuevas miradas asustadas a su alrededor y nuevo susurro: "Maria, la virginal Marita..."
Los dos hombre se miran y suspiran, "Dios, qué parto" -piensa Miguel. Nicolás dice: "nos gustaría devolver ese perfume ¿sabés de quién era?"
"Sí -dice Paola- pero lo encontraron en..."
"¿Sí? ¿Dónde lo encontraron?"
"¡Yo no fui! ¡Yo no lo robé! ¡La mala lo puso en mi cajón1 ¡Ella lo hizo!"
"Claro, Paola, cálmate ¿eh?nosotros no le creemos a ella, y le diremos a la Directora que vos no fuiste ¿está bien?"
"Bueno..."
La llevaron a los juegos de video y le dieron algunas fichas, y ella se quedó ahí frente al karateka, inmersa en su mundo infantil, olvidada por completo de ellos.

domingo, 21 de agosto de 2016

"EL DIBUJO" (21º parte) de Adriana Gutiérrez





"Mi consejo -dice el psicólogo- es que use esa llave ahora mismo, Madre, o usted será responsable".
"Sí -dijo Moreno- yo no puedo detenerla, pero usted sí. Vamos, la acompañaremos".
Llegan ante la celda de María; la Madre, indecisa, se detiene;
"no puedo -dice- no puedo hacer ésto; déjeme llamar a los padres".
"Claro -dice Moreno- hágalo pero deme la llave".
Con gran sentimiento ella le entrega la llave, Moreno está a punto de meterla en la cerradura cuando tiene un impulso y abre la puerta; adentro está oscuro, la luz que entra por la ventana sin postigo es débil; Moreno enciende la lamparita: la habitación está vacía, la cama deshecha, tibia aún.
"¡Rapido! -le dice al psicólogo- ¡avise a la Madre y quédese con ella!"
Moreno se lanza a la celda que sigue, llamando: "¡hermana, hermana, levántese por favor!, asoma una monjita muerta del susto, Moreno se presenta y le dice que despierte a todo el mundo por orden de la Madre.. ¡no pregunte, hermana, haga lo que le digo!" Mientras que él corre a la patrulla, habla a la Central y vuelve.
"Vamos a la cocina -dice la Madre- todos necesitamos algo caliente".
Las monjitas y las novicias van cayendo. De las dos enormes pavas un vapor cada vez más espeso inunda el recinto con olor a tilo; la semi-oscuridad que los envuelve acentúa la sorpresa temerosa de todas las caras, algunas casi adolescentes que se agrupan cerca de la Superiora. Cuando ésta dice que ya están todas, Moreno habla, y sus palabras van dibujando pesar y lágrimas en los ojos y los rostros. "¿Comprenden? -termina- ella puede haber salido, la puerta de calle estaba abierta, pero por las dudas será mejor que permanezcan todas juntas hasta que vengan mis compañeros y revisemos todo; ésto es inmenso. Si alguna tiene que ir al... a algún lugar, que se haga acompañar por otras dos, y revisen el... ese lugar antes de cerrar la puerta ¿entendido?"
Sor Inés, la que los recibiera la primera vez se acercó y le dijo: "oficial, cuando María me dio el rollito aquel me dijo que faltaba otro, que éstos también serían tres; fue un comentario que entonces no entendí y que ahora, la verdad, no comprendo muy bien, pero sí me doy cuenta de que es importante".
"¡Ya lo creo! - dijo Moreno- ¡ella mandó tres anónimos!"
"¡Ah! -dijo Sor Inés- comprendo... claro".
"No, no comprende -dijo Moreno- el rollito no era eso, era el segundo dibujo con mensaje, tenemos que esperar un tercero, entonces, pero ahora las cosas se han salido del carril ¡y quién sabe qué hará ella!" La monjita se persignó.

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Adolfo escribió toda la noche, no le gustaba lo que
iba a hacer y se sentía verdaderamente mal. Se levanta
y va al baño, el espejo le devuelve su imagen atormentada
por los recuerdos ¿Es que no tendrá fin la pesadilla?
¿No habrá paz para su alma? Se da un largo baño
caliente y ya vestido toma su manuscrito con el final
cambiado y cruza la calle. Esta vez no se hará el
desayuno, no tiene ánimos para nada.
Entra al bar de enfrente y se sienta a una mesa
cualquiera, necesita un lugar anónimo para pensar un
poco en sí mismo, y cuando el mozo se le acerca pide
café. No se da cuenta del hombre que lo mira ni del
café que se le enfría; trístemente paga y sale con el
envoltorio bajo el brazo.
El agente lo sigue, no le cuesta nada, al contrario, si
no frenara su paso cada tanto ya lo habría dejado
atrás. ¡Parece tan cansado! ¡Su andar es tan penoso!
Como si una pared invisible se le opusiera, transpone
los umbrales de la editorial. Y minutos después, al
salir y mirar el cielo parado en el cordón de la
vereda, el pájaro que vuela y la copa del árbol, hace
que al policía se le humedezcan los ojos y se le anude
la garganta como cuando era novato.
Esos dos seres solitarios que caminan uno detrás de
otro, son como una fantasmal procesión de espíritus
ya muertos, buscando el lugar en que perdieron la
ilusión y la esperanza.
Con la espalda encorvada del gordito clavada en la
retina, el policía se sienta en el bar de enfrente.

sábado, 20 de agosto de 2016

"EL DIBUJO" (20º parte) de Adriana Gutiérrez




"Así es, señor -dice la Madre- ella es laica pero vive con nosotras; las novicias tienen en María el mejor ejemplo que se les pueda dar".
"¿Volvió?" -pregunta Moreno.
"Sí -dice la Madre ¿quiere hablar con ella?"
"No, Madre, pero mandaré una agente para que la vigile, que se disfrace de monja, usted diga que es su sobrina, no lo creerá pero nos dará tiempo".
"¡Pero Dios santo! ¿Qué pasa?" -pregunta la Madre.
Moreno, a su vez, pregunta; "dígame, Madre ¿cuáles fueron los sucesos del mundo que ella vio en la pared?"
"Pues... cosas horribles, tristes, cosas que les ocurren a los que no aman a Dios... ¿por qué?"
El psicólogo pidió: "cuénteme uno, Madre, por favor"
"Bueno -dice la Madre- son siempre los mismos sucesos sórdidos entre gente pecadora, crímenes pasionales, muertes de mujeres de mala vida, homosexuales..."
"¿drogadictos? -interrumpe Moreno- ¿ladrones? ¿asesinos? ¿estafadores, tal vez? ¿o solo relacionados con el sexo?"
La Madre Superiora estaba atónita.
"¿Alguna vez -sigue Moreno- supieron ustedes si esas visiones se cumplían allá afuera, en el mundo pecador? Contésteme, por favor.
Con los ojos llenos de lágrimas, la Madre dijo: "yo no creía mucho en sus visiones, pensé que ella las veía en la televisión cuando iba a su casa, cada tres meses; sí, después me enteraba por los diarios que habían ocurrido".
"¿Tal como ella las contaba, Madre?"
"¡Dios mío...! Sí, señor, exactamente igual".
"¿Y solo tenía visiones (o usted sabía de ellas) cada tres meses?"
"Reconozco que debí prestar más atención a eso -dice la Madre- en fin... yo... al principio cuando era pequeña, durante los primeros años, sus visiones se limitaban al monasterio, pero cuando comenzó a salir sola fue que incluyó los hechos de afuera.. ¡pero no eran muertes!.. después, después empezó a ver cosas cada vez peores..., dígame la verdad, señor Moreno ¿Usted cree que María está en peligro por haber presenciado algo?"
El policía no deseaba contestar eso todavía, en su lugar, preguntó: "¿ella duerme en una celda?"
"Claro -dice la Madre- como todas".
"¿Tiene la llave, Madre?" -pregunta Moreno.
"Por supuesto... pero no..." -dice la Madre.
"Es para que la tenga a mano -dice Moreno- bien, la siguiente pregunta es sumamente embarazosa, Madre, pero le ruego que me perdone y la conteste: ¿existe en este momento, aquí, alguien suceptible de ser víctima de un enfermo que odia las relaciones sexuales?"
La Madre, cuya dolida expresión les decía que había comprendido, entre sollozos, contestó: "no estoy al tanto de sus relaciones amorosas antes de entrar aquí, pero algunas veces alguna chica renuncia, y es justamente por estar enamorada y... ¡oh no, no, Dios mío, no!"Moreno corrió a buscar una canilla, al fin da con la cocina y trae agua; ella toma un sorbo; más calmada pero deshecha, dice: "hace dos años vino una chica para hacer el noviciado, nosotras no queríamos porque sabíamos que no tenía vocación, el novio la había dejado y la pobre creyó que éste era su destino. Un día María entra luego de su visita trimestral a su casa y la vió hablando en la vereda con el muchacho, él quería volver con ella y ella no sabía qué hacer. Finalmente renunció al convento al comprender que lo quería a pesar de todo. María se ofreció para acompañarla hasta su casa y lo hizo, pero dijo que en el camino apareció el novio y la chica se fue con él. Al.. al otro día apareció muerta.."
"¿Y el muchacho?" -pregunta Moreno.
"No tenía coartada -dice la Madre con voz temblorosa- está preso".

viernes, 19 de agosto de 2016

"EL DIBUJO" (19º parte) de Adriana Gutiérrez





Moreno abre los ojso como platos: "¡Pero entonces..!
¡Usted quiere decir que el asesino..!
"..Es el autor del dibujo, claro. ¿Quién sinó?"
"¡Dios mío! -dice Moreno- ¡creí que el gordito del dibujo, el bebé del pesebre, era el criminal! ¡Usted dijo: un sujeto!"
"Sí -dice el psicólogo muy calmado- un sujeto "de estudio", el
gordito fue la primera víctima, luego se lo perdonó al olvidar a la chica Clara; ahora los esposos Peralta son las posibles víctimas, pero... ¿qué pasa? ¿quién hizo ese dibujo?, yo tenía entendido que era un loco que escribía cuentos".
"Mire -dice Moreno- yo le voy a conseguir muestras de dos escrituras, ya sé que es muy tarde pero me atenderán; solo le ruego que me reciba a la hora que sea".
"Haré algo mejor que eso -dijo el psicólogo- iré con usted.."
"Gracias, empezaremos por la editorial donde publica el gordito, luego visitaremos el monasterio y por último una casa de salud; será mejor que usted haga las preguntas ahí, le diré lo que quiero saber".
Moreno avisó a la Central por donde andaría y se fueron, pidió que reforzaran la vigilancia de los Peralta y llamó al espía del gordito para decirle que estuviera alerta, porque tal vez fuera la víctima, y ni bien terminó de decir ésto miró sorprendido al psicólogo como preguntando si su razonamiento estaba correcto, ya que no encontraba base para pensar así y, tratando de descubrir el motivo de su sospecha llegaron a la editorial.
En la portería del edificio telefonearon al director de la misma, quien quedó en mandar a alguien con una llave; una vez dentro el empleado les mostró un manuscrito del gordito y un documento con su firma; el psicólogo dijo que lo estudiaría concienzudamente pero que al primer vistazo (que le llevó 20 minutos), no concordaba con ninguna de las dos personalidades con que fueron escritos los tres anónimos.
"Este parece más bien un tímido, una persona algo triste, muy solitaria, con agudos conflictos interiores (propio de los escritores), pero totalmente inofensivo. Tal vez posea secretos ajenos -dijo, mirando fijamente la firma- y no los revelará nunca".
En el monasterio tardaron siglos en acudir; la propia Madre apareció en la puerta y abrió grandes los ojos cuando vio al detective; sin palabras los conduzco a su despacho que estaba helado y, comprendiendo que algo muy grave los había llevado allí a esa hora, esperó.
Moreno presentó al psicólogo y pidió algo escrito a mano por
María; la Superiora los miraba realmente preocupada pero accedió, se paró y fue a otra habitación de donde volvió con una carpeta que entregó a Moreno, éste la abrió y se la pasó al psicólogo: "sí, mire usted, Moreno, los títulos hechos con letra de imprenta, no hace falta un estudio para darse cuenta que ésta es la letra ¿ve el rasgo predominante?, podemos hacer que el gordito escriba lo mismo y más se notaría la diferencia, además están las ilustraciones, todas religiosas, donde se resalta de manera morbosa y enfermiza la virginidad; presumo -dijo dirigiéndose a la Madre- que María dicta clases de religión ¿verdad?"


jueves, 18 de agosto de 2016

"EL DIBUJO" (18º parte) de Adriana Gutiérrez





Mientras tanto en su oficina, el detective Moreno también piensa.
Recostado y con los ojos cerrados se dice que hay demasiadas contrariedades en la historia.
Por un lado el "loco" haciendo vida normal, un tipo que si se lo cruza uno en la calle no llama la atención para nada: aspecto inofensivo, reconcentrado y hasta bonachón.
Por el otro, Marita, a quien la vida proveyó de una especie de "clarividencia sensitiva" que "funciona" con lo maligno y ruin de la gente. Lo que las maestras y las madres notaron en ella fue tomado por locura, al punto que sus padres la internaron en la casa de salud.
"Lo que me molesta -piensa Moreno- ¿cómo sabía ella que transcurriría ese tiempo y por qué usar imágenes religiosas que no nos conducen al gordito sino a ella misma?, claro, porque él no quiso hacer de ángel, en cambio ella parecía una vírgen, hacía ostentación de ello. 
Me gustaría saber cómo descubrió los robos en la casa de salud; tengo que ir allá para hablar con alguna de esas supuestas ladronas, y también volveré al monasterio para averiguar qué hechos del mundo vio Marita en la pared y si realmente ocurrieron"-
En eso entra el psicólogo trayendo el informe que tira sobre el escritorio de Moreno, éste se sienta más derecho y pregunta:
"¿y bien?"
"El sujeto es un loco de los más peligrosos, la letra de los anónimos demuestra odio cerval, indominable ante cierto tipo de comportamiento social, como por ejemplo el amor en pareja; el solo contacto físico y la intimidad entre dos seres lo desquicia; el anónimo número tres expresa el deseo de que uno de los esposos mate al otro, eligió a la mujer porque es más influenciable y porque considera más importante y grave el pecado en ella que en el hombre ¡realmente espera que la asesine! Y si no cesan en sus relaciones maritales... el mismo sujeto lo hará, pero en este caso puede matar a cualquiera de los dos. Considera a la pasión como malsana; puede ser o no misogino (odio al sexo opuesto) pero decididamente es vírgen.
En cuanto a los otros dos anónimos no fueron escritos por la misma personalidad pero sí por la misma persona que el tercero: en ellos intenta "advertir", "salvar"; en el último ha decidido "matar"; por supuesto que el sujeto considera ese acto como una inmolación indispensable para la salvación del alma, el dibujo del pesebre lo confirma sin lugar a dudas: aprueba ese amor sin mácula de la pareja Peralta porque no existe relación sexual entre ellos (tal como entre María y José), en cambio el niño ha sido desfigurado con absoluta condenación por sus bajos instintos ya que se atrevió a enamorarse de la novia de otro".
"¿Entonces no es por ser el fruto de una unión?  -pregunta Moreno- porque ese niño, para el dibujante no es un personaje celestial..."
"No -dice el psicólogo- en ese caso sería una víctima".
"¿Y por qué no puso el nombre de Clara sobre la cabeza de la vírgen, en lugar de Marita?" -pregunta Moreno.
"Porque cualquiera de los dos nombres es lícito para su sentido de la moral: la niña cuyo nombre figura, era pareja de José en la ficción, y la otra era su novia en la vida real; si eligió el que eligió es porque para el sujeto lo religioso está antes que lo verd... bueno, que la vida real, pero ésto parte de una motivación retorcida: ama lo simbólico".
Moreno dice que lo tiene mal la profecía de los 12 años.
"Pues yo no le veo nada de extraño -dice el psicólogo- cualquiera puede "profetizar" cuando cometerá un asesinato".

miércoles, 17 de agosto de 2016

"EL DIBUJO" (17º parte) de Adriana Gutiérrez






"Madre -pregunta Moreno- ¿alguna vez le habló del caso que nos trae aquí?"
"Hace años me contó del gordito del pesebre, "es malo, Madre -me dijo- pura maldad, yo no podía estar cerca suyo, cada dos o tres meses tenía recaídas por culpa de él, hasta que un día me enfermé tanto que me internaron en una casa de reposo; yo puedo soportar el dolor intenso de la gente, sus tristezas, porque estando al lado de alguien que sufre, yo sirvo, lo ayudo, pero con la maldad no puedo y eso me aniquila"; también me dijo que ese chico al cabo de los años se convertiría en delincuente y hasta es posible que cometa un crimen, dijo que todos estaban equivocados con él, que les hizo pensar una cosa, cuando en
realidad es otra".
Agradecieron a la Madre y salieron. Con el auto parado abrieron el rollito que les diera Sor Inés; era otro dibujo de Marita.
"Indudablemente para ella debe ser pan comido espresarse por medio de símbolos -dijo Moreno- ¿qué significa ésto? ¡es un simple triángulo!"
"Significa lo que le dijo a la Madre Superiora -dice Miguel- nos hizo pensar en "una", cuando en realidad es "otra"; se refiere a las chicas: no estaba enamorado de Marita sino de Clara.
El triángulo clásico: una pareja y uno más; con Marita sería el otro triángulo: él enamorado de ella y ella de mí".
"¡Pero yo nunca me di cuenta!" -dijo Clara.
"Por supuesto -dijo Moreno- jamás lo dejó ver, y hasta fingió interés en otra para vengarse algún día.
Bueno, me voy a la jefatura a ver si hay noticias del loco -y, dirigiéndose a Clara- la llevaré primero a usted, señora".
"No es necesario -dijo ella- recuerdo que Marita siempre estaba junto a nosotros; no debe haber ninguna mala intención en Miguel. Vuelvo a mi casa".


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Adolfo se sentía consternado ¡qué estúpido había
sido al dejarse sorprender así por la pregunta de
Miguel! Después de todo, él tenía tanto derecho a
preguntar como el mismo Adolfo por la familia de un
antiguo compañero.
Pero...¿por qué la nombraría a Marita?
¡Qué extraño! ¿Sabría algo? ¿Sospecharía?
Distraído llegó hasta su casa y ahí se dio cuenta de
que tenía en sus manos el manuscrito ¡qué fastidio!,
pero no podía volver a la editorial, así que entró y se
sentó a pensar.
Un rato después rompe el sobre, saca el cuento, aparta
las últimas hojas y decide que fue una suerte que se lo
trajera, ya que es necesario cambiarle el final.

martes, 16 de agosto de 2016

"EL DIBUJO" (16º parte) de Adriana Gutiérrez




Bordearon la manzana que era pura reja negra y muros grises cubiertos a trechos con hiedra. La pesada puerta abrió su
ojo luego del campanazo y la cara de una monjita
apareció en el rectángulo de hierro.
"Queremos ver a Sor María, soy el detective Moreno y ellos
los esposos Peralta, antiguos compañeros de Sor María;
dígale por favor que nos reciba, que es muy urgente".
La monjita les contestó que María recibió una llamada
telefónica y se fue rápidamente, pero les dejó un mensaje; y
diciendo ésto pasó por la mirilla un papel arrollado y sujeto
con una gomita.
"La Madre Superiora -agregó- conoce el caso y ofrece
recibirlos si desean".
"¡Gracias -dijo Moreno- por supuesto, aceptamos!"
Ruidos de cerrojos y por fin la mole cubierta de remaches
se abrió. La monjita dijo llamarse Sor Inés y los dondujo
a una salita de espera donde quedaron parados.
Al rato volvió y los invitó a pasar; la Madre Superiora parecía una Helen Hayes gigantesca, bonachona pero enérgica, Moreno la miraba como si estuviera midiendo a un contrincante, ella
también, y demostró su sentido del humor al decir: "cuando pequeña quería ser luchadora ¡y el Señor oyó mis horaciones!, aquí estóy, luchando a brazo partido y le aseguro que mis
enemigos son peores que los suyos... ¡ojalá mi tamaño me ayudara!"
Se rieron cortésmente y  Moreno le explicó por qué estaban
ahí, le pidió todos los datos que creyera conveniente darles, agradeciendo por dentro contar con una observadora inteligente como la Madre, que parecía tan ducha en conflictos espirituales.
"Para empezar -dijo ésta- María no es monja ni tampoco novicia;
ella es un caso especialísimo, una criatura que está en permanente estado de beatitud; se pasa sus horas libres mirando la pared que tiene enfrente y viendo en ella cosas que pasan
en el mundo, percibe tanto los malos deseo que se enferma, cae
en el agotamiento más grande al querer anular ese deseo que
siente en la gente, por eso no puede estar entre ella ya que se
queda sin energía. Vive con nosotros porque aquí es otro universo..., ya sé que es difícil de entender, pero supongan que
ustedes tuvieran los oídos tan sensibles que cada sonido lo
oyeran aumentado mil veces.. ¡tendrían que aislarse a un sitio silencioso! Bien, a María le ocurre con las intenciones, su don, que para ella es una desgracia, consiste en oír los "gritos" del corazón (o de la mente). Por lo demás es absolutamente normal.
Ha estudiado y es una excelente profesional. No es católica
ni pertenece a iglesia alguna. Para ella el sentimiento cristiano no pasa por ahí, y para nosotros es una amiga muy querida
y, en algunos aspectos, insustituible. Ella tuvo los mismos deseos de cualquier adolescente, las ilusiones de todas las chicas
pero ¿cómo realizarlas?, su sensibilidad no la deja; sí -dice mirando a Clara que llora en silencio- muchas veces ha llorado y ha intentado vivir afuera, enamorarse y casarse, pero ha vuelto peor que antes.
No se puede vivir "leyendo" en el corazón de los demás".

lunes, 15 de agosto de 2016

"LOS VIEJOS LUGARES" - de Adriana Gutiérrez




Cada vez que voy a los lugares que viven en mis
recuerdos, no sé por qué, busco siempre ese bolso
raído y deformado como si necesitara de su
presencia; ahora que lo pienso, nunca desempaco
cuando voy allá y siempre dejo el bolso a la vista.
Claro que a esos viajes, como son a mi pasado, los
dominan las sensaciones: así como de repente tengo
ganas de ir, de pronto una mirada, el olor de una
comida o la simple nostalgia me hacen regresar
al abrigo del presente, donde todo lo que tengo está
al alcance de mis manos, de mis sentidos.
Mi hijo, el mayor, quiso la tierra detrás de la casa
para un campo de golf, se do dí; solo 9 hoyos pero
hizo un lindo club con spa y le iba bien.
La casa con el parque fue entonces para mi hija.
Ella no quería vivir en el campo y yo terminé
yéndome a vivir con ella cuando se casó.
Mi nuera me venía a buscar los fines de semana, me
llevaba al spa y al club, yo aceptaba para estar
con mis nietos y porque desde la galería veía
mi casa.
Mi yerno tenía un hotel que estaba siempre
lleno, pero él soñaba con el parque de la casona
(ahora de mi hija) repleto de turistas ricos.
Una vez me llevó para mostrarme los planos
y convencerme de que no cambiaría nada sino
que haría una restauración que, según él, era
urgente.
Yo me imaginaba su sueño y veía desaparecer
mis recuerdos, por eso dejé por un tiempo de
hacer mi viaje al pasado y así evitar la
mescolanza entre su sueño y el mío.



Pasaron los años, mis nietos crecieron, la mayor
se recibió de... algo, y festejó la misma noche
su título y su compromiso.
La fiesta fue divertida, los jóvenes bailaban y reían.
Yo veo a mi derecha la mesa de los postres y
las bombas de crema, mi debilidad, como una
y después otra; me sentí mal.
Me desperté rodeada de médicos, "me voy a mi
casa" -les dije, me levanto y salgo, los años
pesan, no puedo caminar rápido, pero luego me
siento liviana, más ágil, en la puerta miro para
ubicarme, sigo a una ambulancia y llego a la
ruta, apuro mis pasos cada vez más, hasta que
veo la gran avenida bordeada de álamos que
me saludan con la brisa primaveral.
Sigo hasta mi casa y busco la cocina, entro
corriendo, corriendo como siempre, contenta
porque mi mamá está haciendo bombas de crema.






- F I N -

"LA PALABRA" de Adriana Gutiérrez




A los 38 años y después de escribir tantos cuentos
tomando de personajes a los primos y vecinos, había
decidido crear fantasía, "a ver cómo me va en ese
mundo" -me dije. Pero también estaba encaprichado
con una palabra que no lograba ubicar en un relato
fantástico: "fundamentalista"; mi vieja terquedad me
decía que ya encontraría el contexto.
En eso llego a mi casa y veo a mi tía abuela, una
vieja agria y horrible que al morir su hermana
(mi abuela), venía todos los días a llevarse
"lo que me pertenece por herencia".
Cuando empezaron a desaparecer cosas, yo junté
todo lo pequeño y lo llevé a casa de mis padres, así
sus visitas cesaron por un tiempo y cuando se
reanudaron yo había cambiado las cerraduras
y no le abría.
Hoy me mudé y ella aprovechó el portón abierto
para colarse detrás del auto.
Arrastrando los pies va detrás mío llamándome:
"¡Jaime, Jaime, solo quiero un recuerdo de mi
hermana!"
"Ya te llevaste varios -le contesto- que por cierto
eran cosas que le regaló mi abuelo".
"Sí, pero ella me las prometió...y"
"¡Ella no te prometió nada, en tres años no la
visitaste ni una sola vez, y ahora venís a robar!"
"Es que... no podía verla enferma".
"¡Mentira, no te importaba!"
"No... Jaimito".
"¡Esta casa la hicieron mis abuelos y me la
regalaron en vida, acá no hay nada para vos!"
Un recuerdo es lo único que quiero, Jaime..."
"Si venís de nuevo voy a ir a tu casa, esa que era de
mi abuela también y que vos le quitaste y ahora
es una ruina y la voy a terminar de destruir!"
Y diciendo ésto agarro a la vieja bruja de un
brazo, la llevo hasta la vereda y cierro el portón,
respiro hondo y emprendo el camino hacia el fondo.
De pronto, una piedra cae a mi lado y oigo la
voz cascada de la vieja que me grita:
"¡Fundamentalista!"

- F I N -

"EL DIBUJO" (15º parte) de Adriana Gutiérrez





Clara, que estaba menos al tanto de las averiguaciones
policíacas preguntó qué noticias había.
"Mire -dijo el detective- el tipo hace una vida normal, es medio ermitaño, no se trata con sus vecinos pero de despistado que es;
el agente que lo vigila dice que éstos lo saludan y él contesta
o no según esté mirando o navegando; tiene aspecto de buena
persona, hace siempre los mismos mandados, compra siempre
las mismas cosas y se pasa el día y parte de la noche escribiendo.
Su única salida larga es cuando va a la editorial y todo hace
presumir que su vida es tranquila; no recibe a nadie ni tampoco
hace visitas. Hijo único, sus padres murieron; si tiene parientes en algún lado no se sabe.
Pero todo ésto es resultado de la observación de pocos días y no
nos atrevemos a investigar con sus vecinos.
Si llegara el caso, tenemos ya elegido al dueño del bar de enfrente, donde nuestro vigía entra a veces disfrazado de corredor, ha establecido una buena relación con el sujeto y podría llegar a sonsacarle; en estos momentos es peligroso. Claro que se ser necesario lo citamos y sanseacabó.
De lo que pueden estar seguros es de que él no los vigila
a ustedes, ni personalmente ni por medio de alguien.
Durante la noche controlamos también los fondos de su casa".
"¿No puede salir por ahí de día?" -pregunta Miguel.
"No, porque tendría que atravezar los fondos de otras casas y hay gente en ellas; eso lo intentará de noche y en caso extremo" -concluyó el detective.
"Pero -dice Clara-puede alegar que perdió la llave y pedir permiso para salir, sus vecinos saben que es un despistado".
"No señora, aunque sus ventanas tienen rejas hay un pasillo que corre desde el fondo hasta el frente, tendría que inventar otra cosa, y si luego se lleva a cabo una investigación en la que él fuera sospechoso, el vecino en cuestión recordaría inmediatamente el hecho.
Él es despistado en una personalidad, pero en la otra, con la que escribe, es meticuloso, con esa cometerá un crímen.
De todos modos, si Marita vive no intentará matar todavía. Parece que llegamos" -dijo luego.
"¡Ay, no me gustaría vivir ahí adentro!" -dijo Clara.


domingo, 14 de agosto de 2016

"MARIPOSAS EN LA NIEVE" - de Adriana Gutiérrez




La cabaña era maravillosa, la había hecho mi abuelo
con troncos que arrastraba desde el bosquecito
al pie de la montaña.
Se ponía tan colorado por el esfuerzo que yo me reía
de él, y el viejo hermoso, agobiado por el peso me
miraba haciéndose el enojado, luego dejaba caer el
tronco, resoplaba como un toro y me corría, yo me
dejaba alcanzar y juntos rodábamos por la suave
ladera del frente, entonces, con las últimas luces del
día, nos acostábamos de espaldas y hacíamos
mariposas con nuestros brazos y piernas, después
nos quedábamos quietos viendo las primeras
estrellas, hasta que el abuelo decía, levantándose:
"vamos, Karina, o tus padres me matarán".




Tres veranos después la cabaña estaba lista, mi
abuelo nos esperaba en el cruce, ni bien llegamos
a la última curva pudimos ver el prometedor humo
de la chimenea de piedra.
Adentro nos sentamos en unos enormes bancos
empotrados hechos de troncos y tablas, acojinados
con gordos almohadones forrados de tela gruesa
como las cortinas pesadas y alegres.
Dos faroles y el fuego se encargaban de la
iluminación que creaba un ambiente acogedor.
Yo estaba encantada, mientras mis padres hablaban
con el abuelo, mis 12 años recién cumplidos se
asombraban con los estantes pulidos de madera
clara, sobre los que reposaban brillantes platos
y tazas de cerámica roja.
A un lado de las hornallas del fogón, el enduido
blanco resaltaba el negro de las ollas y sartenes
colgadas; del otro lado, una leñera repleta  hasta
el techo, con una abertura al exterior por donde
meter los troncos, pero el viento que entraba era
peligroso, recuerdo que mi abuelo nunca cerró ese
hueco, que debió tener una pequeña puertita para
dejarla caer si el viendo venía de ese lado, que
sería sólo unos tres días por año.


En la otra punta estaba la mesa cuadrada con cuatro
sillas, sobre ella una plantita de violeta de
los Alpes que le acabábamos de traer y que era lo
único que podría vivir allí.
En el rincón que faltaba se había hecho un enorme
diván para dormir con un gruesísimo colchón
de lana y bordeado por dos almohadones largos
y angostos.
"¡Pero papá -dijo mi mamá- no tenés ropa de cama!"
"Claro que sí -respondió él- ¿ves?"
Y diciendo ésto se tiró en el diván y se tapó con la
enorme piel de oso que estaban bajo los pies de
mis padres.
"Con ésto me muero de calor" -concluyó riendo.
Todas las vacaciones yo iba a la cabaña que ya
tenía otra cama para mí, y acolchados y almohadas
de verdad que mi madre había llevado"urgentemente".
Mi abuelo había agregado un baño "moderno", que
consistía en una cortina en un rincón, y un tacho
de agua con una canilla, que se calentaba y colgaba.
La primera vez que la usé no alcancé ni a enjabonarme
porque me quedé sin agua. Mi abuelo y yo nos reímos
mucho, "voy a tener que perfeccionarlo" -dijo.



Al año siguiente hizo una galería donde nos
sentábamos a ver el amanecer en unas reposeras
con nuestras tazas de leche caliente.
Luego salíamos a cazar, cosa que mi madre
había prohibido, y al regreso cocinábamos nuestra
presa.
"El frío hace rico todo ¿no?" -decía mi abuelo
saboreándose.
"Sí -decía yo- en la ciudad ésto no sería comible, pero
yo siempre como mejor acá, con hambre".





En los veranos cuando se descongelaba el río
pescábamos, las primeras sartenadas eran
deliciosas y no sé por qué, pero yo me sentía más
fuerte y saludable en la cabaña del abuelo.






Que ironía, años después uno de los dos quedaría
desolado por la partida del otro.
Sentada en la cabaña, sola en la penumbra, los 
recuerdos felices me dolían tanto. No podía creer
que fuéramos a separarnos por esa muerte en la
sangre.
Mi abuelo entra, me mira con una sonrisa llena
de lágrimas.
"Ya está" -me dice.
"Quiero verla" -le contesto.
Mi abuelo me ayuda a pararme, me lleva a la
ventana, junto a un árbol hay una lápida con una
mariposa blanca.
Mi abuelo puso las violetas sobre mí y unos meses
después fue a reunirse conmigo.
Y la cabaña, que una vez se llamó "mariposas en la 
nieve", ahora se llama "las mariposas son eternas".






- F I N -



"EL DIBUJO" (14º parte) de Adriana Gutiérrez






Parado frente a su casa, Adolfo mira confundido la puerta
¿Qué pasa ahora que la llave no anda?
Deja la bolsa de las compras en el suelo y trata de
nuevo de hacerla girar, luego de un rato prueba
el picaporte y la puerta se abre dócilmente, chocho, Adolfo
entra, empuja la puerta con el pie y va a la cocina
a dejar las compras.
Se acuerda que no cerró con llave y vuelve, cuando
su mano llega hasta la cerradura se da cuenta de
que las llaves están del lado de afuera, las saca, se
las pone en el bolsillo y, sin cerrar la puerta, muy
satisfecha su expresión, se dispone a escribir.

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Miguel está en su trabajo cuando recibe una llamada del
detective: "encontramos a Marita -dice- la prima de ella, Nina, accedió a revelarnos el escondite, pero nos advirtió que le telefonearía que nosotros la buscábamos; está en un monasterio bastante cerca de aquí, a hora y media ¿quiere que lo pase a buscar?"
"Salgo dentro de 20 minutos -dice Miguel- si usted puede

esperar, sinó yo lo sigo en mi coche".
"Lo espero abajo -dice el detective- ¿avisamos a su esposa?"
"¡Por favor! -dice Miguel- seguramente querrá verla".
"¡Perfecto, hasta luego!" -dice el detective.
"¡Hasta luego... ah, hola, espere!, vi al gordito hace un rato, hacía meses que no venía, trajo un manuscrito (no sé si le dije que era escritor), bueno me hizo las mismas preguntas de siempre y
yo hice lo que usted me dijo; y sí, se puso pálido y se fue de
vuelta con el manuscrito!, pero aquí en la editorial tiene fama
de despistado; ¿qué?, no, no ví el paquete, voy a ver si consigo averiguarlo".
Y Miguel fue a preguntar al empleado que recibe los libros pero éste no alcanzó a verlo, ni siquiera el título; también se enteró que tiene teléfono y muchas veces lo llaman para pedirle su aprobación final, pero nunca por otra cosa; sus trabajos son impecables y no hace falta consultarlo para nada.
"Entonces pensó Miguel- es inútil que lo llamen para pedirle
el manuscrito, podría ser peor".
Cuando ya en el auto policial comentó ésto con el detective y Clara, los dos estuvieron de acuerdo en que hubiera sido contraproducente; "tal vez solo se haya sentido confundido -dijo el detective- o tal vez se haya avivado, no contribuyamos a esto último".


sábado, 13 de agosto de 2016

"EL DIBUJO" (13º parte) de Adriana Gutiérrez





En el auto, el detective dice: "lo tenemos, de todas las personas que están en las notas de ustedes nos dieron, ésta es la más, ¡es la única! que reúne las condiciones... a propósito ¡qué pocas personas conocen ustedes! me refiero a que son casi las
mismas, exceptuando los compañeros de trabajo de uno y otro... eh... perdón, yo voy a la casa de salud ¿quieren que los deje en alguna parte?"
Los padre de Clara se bajaron en una parada y el matrimonio jóven siguió con el detective, que no veía inconveniente en que lo acompañaran, pero les advirtió que debían guardar silencio y controlar las emociones ante la muchacha: "recuerden que estaba enamorada de Miguel".
El auto siguió cruzando calles adoquinadas rumbo al sanatorio
en el que 12 años atrás ingresaba María Avila, desquiciada por un amor juvenil.
La casa de salud era un edificio antiguo, señorial, hermoso y blanco, rodeado de parques y jardines; una bella residencia para mujeres que extraviaron el camino, o que lo perdieron a propósito, tal vez porque no les gustaba el final del mismo.
Ellas estaban en completa libertad y la mayoría pasaba los fines de semana en su casa. La directora, con aspecto de secretaria ejecutiva los recibió en un despacho alegre y lleno de sol; les explicó que la casa no era un manicomio ni tampoco una clínica psiquiátrica, sino un simple refugio para mujeres que no soportaban la vida de allá afuera; dijo que su secretaria era una de las internas y la que les trajo el café también, "y si yo tuviera que elegir entre el loquero que es mi casa y ésto -dijo- me quedo aquí; Marita nunca fue "clienta" mía, era demasiado para este lugar y estuvo aquí muy poco tiempo, unos tres meses. Parecía estar viendo visiones siempre, con los ojos muy abiertos y murmurando cosas inentendibles, andaba entre las otras como si fuera una vírgen, tal su aspecto. Velaba a las enfermas, consolaba a las tristes, adivinaba las buenas y malas intenciones, y si algo desaparecía (porque hasta eso es normal aquí), iba derecho al escondite y señalaba a la culpable con una mrada tan dolida que era imposible negarse a confesar.
El expediente de ella es muy pequeño (si lo quieren ver), pero les puedo resumir que sospechábamos un crecimiento acelerado como el de los genios musicales, los test de maduración lo confirmaron, estaba muy por encima de los 12 años.
El psiquiatra insistió mucho en hacerle test vocacionales, convencido de que sería una artista magistral o una exelente profesional en alguna cosa; para él era una especie de sabia bloqueada.
Pero ella solo se ocupaba de rondar por aquí como vigilante celestial, cuidando a las otras como una beata... por eso me sorprende tanto el enamoramiento que le atribuyen".
"Bueno -dijo el detective- de acuerdo al dibujo que ella hizo (se lo dio), y a lo que usted nos cuenta, debe haber sido mal interpretado".
"Esto -dijo la directora- puedo decirles con toda seguridad que es un aviso destinado a este momento, Marita sabía de la costumbre de su maestra de guardar todo y les dejó una pista".
"Así lo creo -dijo el detective- empiezo a ver... ¡claro! a los 12 años fue que Jesús reveló su identidad ¿verdad?, y 12 años han pasado desde este dibujo, y aquí el gordito está identificado en el bebé con lentes ¡y sin aureola!"
!"¡Qué extraño -dijo la directora- usar imágenes religiosas para dejar un mensaje tan realista!"
"Como todas ellas -dijo el detective- empiezo a sentir admiración por esta chica ¡debería trabajar para nosotros!"