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domingo, 21 de agosto de 2016

"EL DIBUJO" (21º parte) de Adriana Gutiérrez





"Mi consejo -dice el psicólogo- es que use esa llave ahora mismo, Madre, o usted será responsable".
"Sí -dijo Moreno- yo no puedo detenerla, pero usted sí. Vamos, la acompañaremos".
Llegan ante la celda de María; la Madre, indecisa, se detiene;
"no puedo -dice- no puedo hacer ésto; déjeme llamar a los padres".
"Claro -dice Moreno- hágalo pero deme la llave".
Con gran sentimiento ella le entrega la llave, Moreno está a punto de meterla en la cerradura cuando tiene un impulso y abre la puerta; adentro está oscuro, la luz que entra por la ventana sin postigo es débil; Moreno enciende la lamparita: la habitación está vacía, la cama deshecha, tibia aún.
"¡Rapido! -le dice al psicólogo- ¡avise a la Madre y quédese con ella!"
Moreno se lanza a la celda que sigue, llamando: "¡hermana, hermana, levántese por favor!, asoma una monjita muerta del susto, Moreno se presenta y le dice que despierte a todo el mundo por orden de la Madre.. ¡no pregunte, hermana, haga lo que le digo!" Mientras que él corre a la patrulla, habla a la Central y vuelve.
"Vamos a la cocina -dice la Madre- todos necesitamos algo caliente".
Las monjitas y las novicias van cayendo. De las dos enormes pavas un vapor cada vez más espeso inunda el recinto con olor a tilo; la semi-oscuridad que los envuelve acentúa la sorpresa temerosa de todas las caras, algunas casi adolescentes que se agrupan cerca de la Superiora. Cuando ésta dice que ya están todas, Moreno habla, y sus palabras van dibujando pesar y lágrimas en los ojos y los rostros. "¿Comprenden? -termina- ella puede haber salido, la puerta de calle estaba abierta, pero por las dudas será mejor que permanezcan todas juntas hasta que vengan mis compañeros y revisemos todo; ésto es inmenso. Si alguna tiene que ir al... a algún lugar, que se haga acompañar por otras dos, y revisen el... ese lugar antes de cerrar la puerta ¿entendido?"
Sor Inés, la que los recibiera la primera vez se acercó y le dijo: "oficial, cuando María me dio el rollito aquel me dijo que faltaba otro, que éstos también serían tres; fue un comentario que entonces no entendí y que ahora, la verdad, no comprendo muy bien, pero sí me doy cuenta de que es importante".
"¡Ya lo creo! - dijo Moreno- ¡ella mandó tres anónimos!"
"¡Ah! -dijo Sor Inés- comprendo... claro".
"No, no comprende -dijo Moreno- el rollito no era eso, era el segundo dibujo con mensaje, tenemos que esperar un tercero, entonces, pero ahora las cosas se han salido del carril ¡y quién sabe qué hará ella!" La monjita se persignó.

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Adolfo escribió toda la noche, no le gustaba lo que
iba a hacer y se sentía verdaderamente mal. Se levanta
y va al baño, el espejo le devuelve su imagen atormentada
por los recuerdos ¿Es que no tendrá fin la pesadilla?
¿No habrá paz para su alma? Se da un largo baño
caliente y ya vestido toma su manuscrito con el final
cambiado y cruza la calle. Esta vez no se hará el
desayuno, no tiene ánimos para nada.
Entra al bar de enfrente y se sienta a una mesa
cualquiera, necesita un lugar anónimo para pensar un
poco en sí mismo, y cuando el mozo se le acerca pide
café. No se da cuenta del hombre que lo mira ni del
café que se le enfría; trístemente paga y sale con el
envoltorio bajo el brazo.
El agente lo sigue, no le cuesta nada, al contrario, si
no frenara su paso cada tanto ya lo habría dejado
atrás. ¡Parece tan cansado! ¡Su andar es tan penoso!
Como si una pared invisible se le opusiera, transpone
los umbrales de la editorial. Y minutos después, al
salir y mirar el cielo parado en el cordón de la
vereda, el pájaro que vuela y la copa del árbol, hace
que al policía se le humedezcan los ojos y se le anude
la garganta como cuando era novato.
Esos dos seres solitarios que caminan uno detrás de
otro, son como una fantasmal procesión de espíritus
ya muertos, buscando el lugar en que perdieron la
ilusión y la esperanza.
Con la espalda encorvada del gordito clavada en la
retina, el policía se sienta en el bar de enfrente.

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