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domingo, 31 de julio de 2016

"EL DIBUJO" (1º parte) de Adriana Gutiérrez





Adolfo entró a la casa con el mismo pasito de 
siempre; confundido se detiene, mira a su alrededor y se
vuelve para cerrar la puerta.
Avanza dos metros y se da cuenta de que está a oscuras, retrocede nuevamente, tantea la llave de la luz y la enciente; con una
sonrisa de satisfacción se pone las manos en el pecho y se
dirige a su escritorio, se sienta, toma la lapicera y 
comienza a escribir, nota que no ve bien y ¡ah! ¡los anteojos!
Se los pone, ¡ahora sí!

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"...Entonces Miguel sube al auto decidido a esperar hasta cualquier hora, Clara tendrá que salir en algún momento.
Pero Clara, que lo está mirando desde adentro, está igualmente
decidida a morirse de hambre si es necesario con tal de no verlo.
Dos horas después ha anochecido, Miguel ya no sabe con qué
entretenerse, furioso, arranca de golpe para hacer ver que
se va y a la vuelta de la esquina se baja, escondido detrás de un coche, espera.
Clara sale corriendo y se mete en la casa de enfrente donde
la esperan con la puerta abierta.
Miguel queda tan sorprendido que solo atina a gritar:
¡Clara, esperá!
Un minuto después, el auto de la amiga de Clara sale a escape
llevándola en su interior, desesperado se sambuye en su coche
y alcanza a ver, en un retroceso veloz, que ellas doblan a la
izquierda tres cuadras más adelante.
"Se va a la casa de la mamita" -piensa enojado.
Llegan al mismo tiempo, Clara corre hacia adentro y Miguel 
detrás, llamando: "¡pero esperá te digo, que quiero 
hablar, no te vayas, Clara, Clara!"
Pero ella se va y sale el padre cerrándole el paso, "lo siento, Miguel, no sé qué le pasa pero no te puedo dejar entrar; hace un rato habló con la madre, estaba muy nerviosa, ¡vos tenés que saber por qué está así!"
"¡Claro que lo sé, por supuesto que lo sé, pero tenemos que
hablar, no puede dejarme así!"
"Mirá...yo no sé de qué manera puede dejarte -dice el padre, mirándolo suspicás- ni tampoco se que te esté "dejando",
ahora, ¿por qué ella haría tal cosa, eh?"
"Bueno -dice Miguel- recibió un anónimo".
!¡Ahhh.....!" -dice el padre.
"No, no, "ah" nada -dice Miguel- el anónimo no es la basura de siempre (y, sacando un papel del bolsillo, se lo da), mire, lea
usted mismo".

sábado, 30 de julio de 2016

"LAS SOMBRAS EN LA PARED" (20º parte) de Adriana Gutiérrez







En contra de lo que Héctor quería, el vestíbulo fue la última
habitación que decoró, desde el fondo de los garajes 
salió, para ocupar su lugar en la casa, por tanto tiempo
perdido, la macisa puerta de incienso lustrado, con sus pequeños
vitraux ovales, que cambiaban el lugar dándole vida y luz.
La esposa del ricacho hizo traer muchas plantas y el parque
fue restaurado; cuando llegamos para la boda de 
Edgardo, tres meses después, el vestíbulo estaba exuberante de helechos y caña malaca, con los que se creaba un ambiente claro y alegre, totalmente opuesto al que había tenido, oscuro y triste.
Un año más tarde leímos la noticia en los diarios: el ricacho y 
su esposa viajaban a un país de Asia para acompañar el cuerpo
del padre de la señora, muerto en su residencia durante la
noche; también serían repatriados los restos de su primera
esposa y sus hijos gemelos, que fallecieran en un accidente
de avión hace 60 años, a quienes acompañaba un anciano
mayordomo; y una semana después otra noticia ilustrada con
fotos de los cuatro ataúdes transportados por cuatro carrozas
de lujo.
Pero el último coche, el que llevaba ese cajón negro y brillante
no guardaba los restos del asesino, era el que nosotros sacamos
de su nicho improvisado, y descansaría en la cripta familiar
junto a quienes él murió por salvar.
Yo seré un pintor ignorante por falta de escuela, pero estoy
seguro que si existe alguien con un exacto sentido de la
justicia, es el ricacho.
Esos pobres muertos han tenido que viajar por todo el mundo
para beneficio de los vivos, y ahora descansan en el lugar que les 
pertenece, cerca de la familia verdadera, que elevará por ellos
plegarias sentidas y pondrá en sus tumbas flores
de su propio jardín. Y así es la vida ¿no?



- F I N -




viernes, 29 de julio de 2016

"LAS SOMBRAS EN LA PARED" (19º parte) de Adriana Gutiérrez







Al terminar de quitar los 4 ataúdes nos tomamos un descanso
y un café en la cocina.
Yo miraba al ricacho, todo blanco de sucio, con las manos
temblorosas apretando la taza y sentado sobre un cajón, en esa
casa abandonada, pero tan abatido que no parecía el mismo
del elegante despacho, con todas esas teclas y botones que 
él manejaba como un maestro de orquesta; no pude aguantar
más y le dije: "mire ¿por qué no se va a su casa?, creo que
podemos seguir solos".
"Sí -dijo Héctor- además, íbamos a ser 4 con mi padre, y al
venir usted somos cinco".
"¡Por supuesto! -dijo el padre de Héctor- yo también creo que
ya soportó suficiente".
"Se los agradezco mucho -dijo él- sí, muchas gracias, pero me
quedaré, ellos tienen el derecho de que alguien de la familia
les conceda el honor de su presencia, y yo quiero rendirles
ese homenaje; se lo prometí al tío de mi esposa para evitar que
viniera; es mi deber".
Pobre familia -pensaba yo mientra íbamos al vestíbulo otra
vez, qué manera de acosarlos la tragedia.
El ricacho no dejó que nadie más llevara los ataúdes, ayudado
por su futuro yerno sudaba y jadeaba por la angosta escalera hasta el sótano, pero en un descanso entre los niños y la madre
permitió que lleváramos el del mayordomo.
"Es que eran hermanos de mi mujer ¿comprenden?, y ella fue una
buena persona y el tío Arthur la quería".
Claro que comprendíamos.
"Bueno -dijo Edgardo- creo que ya podemos abrir para que
entre el sol ¿verdad?"
"Todavía no -dijo el ricacho- hay más... ¡no!, no son
cadáveres, son sus maletas, no se olviden de que ellos se
fueron "de viaje", allí ¿ven?, en ese sector de medio metro se
colocaron todas sus cosas".
Allí estaban las valijas lujosas de la mujer y los niños, de esas que se llevan en vehículos privados, y las modestas del mayordomo
que fueron a parar, también al sótano.
Entonces sí abrimos todo u picamos el resto, es decir, las planchas que formaban los nichos, pero dejando la pared del fondo para 
que la casa no quedara desprotegida.
"Solo falta un detalle -dijo el ricacho- llevar los escombros de
aquí, mañana los muchachos verán que son demasiado pocos
para una pared tan gruesa".
Durante las 4 semanas que trabajamos en la casa nunca vimos al ricacho de nuevo, pero nos dimos cuenta de que alguien iba 
al sótano los domingos; o eso nos contaba el perfume de las flores.


jueves, 28 de julio de 2016

"LAS SOMBRAS EN LA PARED" (18º PARTE) de Adriana Gutiérrez







La pequeña y triste procesión que éramos atravesó el arco
de la entrada y continuó por el camino hacia la casa a
velocidad de entierro, como el vehículo del ricacho iba adelante
tuvimos que aminorar la marcha; Edgardo (después nos enteramos que pronto sería su yerno), se adelantó a abrir y entramos.
El vestíbulo nos recibió sombrío y tétrico, como nuestros pensamientos.
A nuestras espaldas la puerta fue cerrada con llave y solo
se abrieron las vanderolas de las ventanas que Edgardo revisó concienzudamente.
El ricacho fue hasta el muro y lo tocó con sus dos
entonces dijo: "enciende la luz ahora, Edgardo".
¡Así que él sabía como funciona el maldito muro! -pensé- y en voz alta, dije: "supongo que ya no aparecerán".
"Así es -dijo él- pero se equivocan si creen que los había visto, anoche llamé al tío de mi esposa y él me dijo cómo actuar.
Bien, empecemos por arriba, que es donde están los chicos".
El primer sector que picamos (el ricacho también y juro que
laburó), tenía 2,50 mts. de ancho por 60 ctm. de fondo y alto, y era un verdadero nicho que alguna vez tuvo flores y coronas; quitamos los pequeños ataúdes.
Los dos niños de 9 años reposaban con las cabezas juntas, en
sus cajones blancos sobre una plancha de cemento.
Después seguimos con el nicho del medio, donde estaba la
madre, pero el ricacho dijo que picáramos 2 mts. a partir de
la derecha; hicimos como él dijo y quedó a la vista un bellísimo
ataúd de madera lustrada, igual a los de los antiguos chinos, digno de una emperatriz.
"Ella prefería ese estilo para sus muebles -explicó el ricacho- no sé qué significa el dibujo, pero el tío de mi esposa estaba enamorado de ella y eso fue su idea".
Otro drama secundario -pensé- pero no menos triste.

miércoles, 27 de julio de 2016

"LAS SOMBRAS EN LA PARED" (17º parte) de Adriana Gutiérrez






"Sí -continuó el ricacho- estuvo a un tris de hacerlo de 
nuevo, pero el hermano, que lo vigilaba de cerca, vio los síntomas y evitó los asesinatos de la niña y su madre, que debieron ser
tratadas por psicólogos durante largos meses, y eso que ignoran
los crímenes antiguos.
Esa niña es mi esposa y su madre aún vive; el cuñado de mi
suegra me lo reveló todo cuando volvimos de la luna de miel.
Mi suegro permanece recluido desde entonces, tiene 92 años y está completamente desquiciado. Desde aquella noche reproduce su horrendo crimen sin cesar, en esa clínica blanca de Suiza, colgada de la ladera del monte.
En fin -la voz se le puso ronca- mañana sacaremos los
ataúdes, los dejaremos en el sótano y después construiremos un panteón. Edgardo..."
El secretario, a medias recuperado, preguntó: "¿con cuánta gente 
leal cuentan ustedes?"
"Yo no voy a involucrar en ésto a mi hijo -dije- solo tiene 18 años"
"Yo tampoco puedo meter en algo así a mis empleados -dijo
Héctor- pero cuento con mi padre".
"Bien -dijo Edgardo- somos cuatro, ustedes lleven las herramientas que yo conseguiré una de esas plataformas con
ruedas que usan en los talleres; para trasladar los ataúdes -agregó al ver nuestras expresiones. Mañana al amanecer".

martes, 26 de julio de 2016

"LAS SOMBRAS EN LA PARED" (16º parte) de Adriana Gutiérrez





El ricacho había perdido toda su arrogancia, la seguridad de sus ademanes se fue a otra parte y nosotros sentimos pena por él:
llamó a Edgardo para que nos trajera bebidas y le pidió que se quedara, le dijo que se sirviera él también un trago y le mostró la película, advirtiéndole primero.
Recién entonces habló: "ocurrió hace 60 años, él era un hombre
prominente, culto, con una excelente mente para los negocios.
Se casó muy enamorado y su esposa le dio gemelos un año después; ella jamás lo traicionó pero él lo creyó así, lo convencieron de eso sus enemigos políticos, le tendieron una
muy bien elaborada trampa y él cayó ciego de celos ¿conocen
la historia de Otelo?, bien, ésta es peor ya que mató a sus
propios hijos creyendo que no lo eran...; claro que ya había en
él una patología latente que afloró de manera incontrolable
al ver las "pruebas" de la falta que su esposa jamás cometió".
"¿Qué pasó con las mucamas?" -preguntó Héctor.
"Tranquilícese -dijo el ricacho-no hubo más muertes, se les pagó una fuerte indemnización y se los... amenazó un poco, la familia era muy poderosa; el hombre que aparece con un arma era
hermano del asesino, arregló todo con su gente de confianza
para esconder los cuerpos en el muro, pero no están como
ustedes creen, descansan en ataúdes y vino un sacerdote a rezar
un requiem".
"¿Así que son ataúdes lo que hay ahí? ¿y usted pensaba vivir
con ellos en la casa?" -pregunta Edgardo.
"Así es, Edgardo ¿acaso la gente no tiene los restos incinerados de sus muertos sobre la chimenea? Bien, no tendría que contarles
el resto de la historia, pero lo haré: este hombre fue internado
en un centro psiquiátrico pero más que nada se hizo para sacarlo de circulación por un tiempo.
La versión oficial fue que toda la familia se fue al extranjero y allá murieron su esposa e hijos en un accidente, un avión que
se perdió en una selva cualquiera; a nadie le extrañó que él
se tomara una cura de descanso en ese hotel hospital, abrumado
por el dolor de semejante pérdida, y cuando salió de allí no regresó jamás a la vida política.
Sus enemigos, los que provocaron la tragedia, enviaron sus
telegramas, se ofrecieron para "cualquier cosa" y con el
tiempo todo fue olvidado.
El hombre, aparentemente normal, se volvió a enamorar y se volvió a casar, su nueva esposa le dio una niña y la vida
transcurría felíz para los tres...," hace una pausa y nos
mira, Edgardo, Héctor y yo teníamos los pelos de punta
y algo helado nos bajaba por la columna.

lunes, 25 de julio de 2016

"LAS SOMBRAS EN LA PARED" (15º parte) de Adriana Gutiérrez





Ubicamos la filmadora en el suelo y bien sostenida dentro de la
habitación que era uno de los salones; nosotros nos sentamos
en dos butacas, yo al lado de la luz y Héctor junto a la filmadora, pero ninguno de los dos estaba en el vestíbulo sino dentro del salón. Antes de encender la luz miramos al piso y después, lentamente, levantamos nuestras cabezas; esta vez, dejamos qu
el drama se desarrollara hasta el final.
Como estábamos fuera de su influencia hasta podíamos hablarnos y comentar lo que veíamos, Héctor creía que hacia el fin veríamos
la puerta vidriera tal como existió, y acertó.
Cuando la mujer y los niños tenían al hombre encima de ellos, una luz que se prende desde adentro, tal vez esa misma araña
que nos alumbra ahora a nosotros, les da de lleno en los
rostros y una sombra que se interpone de espaldas, abre la puerta.
Pero el hombre del cuchillo ya está sobre la mujer y la apuñala
mientras el otro, vestido de mayordomo, trata de sacar de
allí a los niños, que golpean al hombre que está matando
a su madre, gritándole: "¡no, papá! ¡papá, no! ¡déjala, papá
por favor!"
Pero el padre se vuelve furioso contra ellos gritando:
"¡Bastardos, bastardos!"
Tiene los ojos rojos en sangre, el mayordomo, que se había ido, vuelve con un atizador interponiéndose entre los niños y el
padre, luchan, y parece, en un momento, que el viejo mayordomo
le va a dar un buen golpe en la cabeza, pero el otro hombre lo
para con un brazo y, enfurecido por los gritos de sus hijos, que tratan de levantar a la madre, acaba salvájemente con el pobre
viejo, entonces los niños comienzan a golpearlo justo cuando llega más gente, dos mucamas en camisón y un hombre en bata;
pero demasiado tarde, ya los niños están muertos.
El hombre que acaba de llegar golpea en la cabeza con el caño de la pistola que empuña y luego, ayudado por las mucamas horrorizadas, los entran a todos.
Héctor y yo seguimos mirando por un largo minuto esa puerta
vidriera con sus cortinas ensangrentadas y rotas, moviéndose con la brisa, y después, poco a poco, el muro comenzó a asomar tal como está ahora, y cuando la luz de la araña se apagó en la
visión, todo desapareció.

domingo, 24 de julio de 2016

"LAS SOMBRAS EN LA PARED" (14º parte) de Adriana Gutiérrez





Sé como se siente y lo sostengo y lo tapo al mismo tiempo; al no ver el muro recobra en parte sus movimientos.
"Escuche -le digo- yo me voy a acercar caminando para
atrás ¿quiere seguir mirando?"  A duras penas asiente, así que lo
dejo sentado y lentamente me corro a un lado, al estar de nuevo
ante sus ojos la maldita pared, y no tener apoyo, Héctor casi
no puede sostenerse. Tomo la brocha y voy hacia el muro, miro
de reojo y veo que estoy cerca; dos pasos más y, tomando fuerza
tiro la brocha contra la pared.
Ocurre lo mismo que antes: el estruendo y el golpe me tiran cerca de Héctor que se desmayó y está muy pálido.
Yo estoy conciente y no tan débil como él, así que lo saco afuera y lo dejo acostado en el pórtico, con cautela miro al muro pero
las sombras ya no están; debió ser más impresionante para
Héctor porque las siluetas se destacarían más nítidamente
sobre la pared casi limpia.
Me arrodillo junto a él, le masajeo las manos y le doy
pequeños golpecitos en la cara, se está recuperando, lentamente
vuelve en sí.
"No hable, Héctor, no trate de hablar y menos de levantarse, después le prepararé un café bien cargado ¿fue bravo, no?"
Me hace señas de que sí.
Cuando estábamos en la cocina, tomando café, sentados en
dos cajones, trabajosamente, dice: "mañana traeré una filmadora, a ver si lo convencemos de voltear ese muro", sé a quién se
refiere y le digo que tiene mucha razón, que esa pared es
peligrosa para la familia del ricacho.
"Haremos una copia para el caso de que él se niegue, Juan -me decía durante el regreso- ¡imagínese!, él debe saber qué pasó, a mi no me interesa la historia ¡pero esa pared del averno se tiene que ir!, suponga que las sombras se superpongan al tapiz, y que su mujer vea eso; además están los chicos, tienen unos cuantos
nietos de su hija mayor, que seguramente vendrán a pasear. No, si él no entra en razón recurriremos a las autoridades ¡no sé a cuáles, pero algo haremos!"
Yo me quedo en silencio, pensando; después, despacio, le digo:
"si es que esas cosas salen en la película..."
Salieron.

sábado, 23 de julio de 2016

"LAS SOMBRAS EN LA PARED" (13º parte) de Adriana Gutiérrez





"Tenemos que poner las cosas en claro antes de entrar -le dije- yo a ellos los oía, y aunque supongo que son muertos... ¿me entiende? Quiero que usted se ubique cerca de la luz pero de
espaldas, usted la prende y sale, y después, desde afuera, mira
pero despacio, no vaya a darse vuelta de golpe, trate de que su
cuerpo no esté a la vista del muro (¡pero qué locuras digo!) quédese detrás de la puerta, no importa lo que oiga o sienta, haga lo que le digo ¿listo?"
"Sí -dijo- ¿y usted qué va a hacer?"
"Yo me voy a quedar cerca del muro porque anoche me costó mucho llegar hasta él, y quiero tocarlo para cortar la visión antes
¿comprende?, ¿usted sabe inglés, Héctor?"
"Algo ¿por qué, hablan en inglés?"
"Sí, la mujer decía: open de dor, y repetía mucho plis, plis; busqué en casa pero no estoy seguro de su significado".
"Claro -dijo Héctor- tiene que buscarlo en la parte de fonética
(y al ver mi cara, agregó), la pronunciación; ella dijo: "abra la puerta, por favor, por favor".
"Entonces -dije- es hacia esa puerta tapiada hacia donde ella
y los niños corrían, venían desde afuera para adentro, y alguien
que estaba de este lado, no la abrió".
"No sabemos -dijo Héctor- tal vez no llegó a tiempo, tal vez solo haya matado a la mujer; bueno, vamos".
Yo abrí y entré, me senté a un metro del muro y dije: "adelante";
Héctor encendió la luz y yo retrocedí instintivamente esperando
ver las sombras en la pared, pero nada pasó.
Héctor me llama: "Juan ¿está bien?"
"Sí, pero no hay nada" -contesté, no quería darme vuelta para
mirar a Héctor porque no quería que me pasara lo de
anoche, así que seguí con la vista fija en el muro y escuché que Héctor se acercaba por detrás.
"No importa -dijo- no perdamos tiempo, pintemos un pedazo".
Me paro y los dos vamos hasta el tarro con el pincel, yo estoy de espaldas al muro y Héctor de frente, justo cuando destapamos
el tarro él levanta la vista y yo veo, en su mirada, que
las sombras aparecieron.


viernes, 22 de julio de 2016

"LAS SOMBRAS EN LA PARED" (12º parte) de Adriana Gutiérrez






"Decidí arriesgarme y confiar en él, Héctor -dije- ¿qué piensa
usted de los hechos sobrenaturales?"
Me miró muy serio, y después de lo que me pareció una
eternidad, contestó: "bueno, sé, como todos, que existen leyes
naturales a las cuales nosotros estamos atados; yo supongo, "creo" que para eso que nosotros llamamos "sobrenatural"
también hay leyes, no puedo ser tan ignorante de negarlo, cuando
la propia ciencia tiene dudas; pero ¿a qué se refiere usted en realidad?"
"Ayer cuando fuimos afuera y vimos el saledizo..." -empecé.
"...¡Ah! -me interrumpió- usted se quedó blanco ¿es que vio 
algo ahí?"
Respiré hondo y dije "sí, pero del lado de adentro. Mire, no se
lo puedo decir en 2 palabras, Héctor; pasó anoche cuando quedé
solo; fue horrible!"
"Juan -dijo- vamos a hacer lo siguiente, volvamos aquí a eso de las 7hrs, y me lo cuenta; ahora tenemos que bajar".
A la tardecita Héctor me pasó a buscar con la camioneta, por el camino le conté todo, él me escuchaba en silencio y así me 
preguntó al terminar: "¿no deberíamos buscar ayuda profesional?"
Primero pensé que me creía loco y la ayuda a que se refería era un psiquiatra para mí; pero usó la palabra "deberíamos".
"Usted dice -pregunto yo- ¿consultar a un parasicólogo?"
"Bueno, algo así, Juan; yo quiero ver eso que usted vio, si no

se fue con la pintura lo veré, y entonces seremos dos testigos".
"Y si no se ve -dije yo- siempre podemos volver a pintarla de negro".
"Está bien, Juan, hagamos así: si no aparece nada por la falta de pintura cubriremos una zona pequeña y luego traeremos a alguien más".
"¡De acuerdo!" -contesté.


jueves, 21 de julio de 2016

"LAS SOMBRAS EN LA PARED" (11º parte) de Adriana Gutiérrez





"Entré a la casa, los tristes pensamientos debían estar en mi
cara porque Héctor se rió al verme, diciendo: "vamos, Juan, no
sea tan exigente con los muchachos, ya aprenderán".
Comprendí su error y lo dejé en él ¿cómo puede saber, sospechar
siquiera?
Es cierto -dije-tratando de animar mi semblante ¿sabe, Héctor?
tengo 41 años y mi esposa 39, a la edad de Martín los dos
trabajábamos y juntábamos plata para casarnos, y a la edad de
Agustina, que tiene 21, estábamos casados y la esperábamos
a ella, comprábamos muebles viejos y desvencijados que yo
restauraba quitandole horas al sueño, y ella, con su gran
panza, los lijaba y los pintaba; todavía los tenemos. Nada
nos hará deshacernos de esos "trastos".
"Lo comprendo, Juan, me gustaría conocer a su esposa ¿qué
le parece si organizamos un asado? cada uno trae su familia
y su tirita ¿qué dice?
"¡Cómo nó! -dije- ¿usted tiene hijos?"
"¡Oh no! -contestó- yo soy soltero, pero traeré a mis padres;
bueno ¿el domingo, entonces?"
Y quedó acordado, el domingo que planeábamos era hermoso
y así fue, todas las mesas plegables que llevamos eran
distintas y las butacas también; los manteles y los platos, los cubiertos y los vasos, todos de diferentes formas y colores, pero cuando nos sentamos alrededor de la mesa larga que
quedó, dejamos de notar los detalles, y pasamos un mediodía en que lo importante era conocernos, todos sentíamos que
seguiría en contacto siempre.
Los padres de Héctor eran un matrimonio muy agradable, él pronto se jubilaría como gerente de banco y ella era docente
y estaba decidida a tomar alumnos particulares: "cuando me jubilen, porque si fuera por mí, jamás dejaría de enseñar".
Los dos ayudantes de Héctor eran muy jóvenes y también
solteros, fueron solos y sin perder el tiempo hicieron planes con
Martín y Alejandro para salir en "mí" rastrojero.
Después de comer recorrimos la casa, las mujeres nunca habían visto una tan grande y sus exclamaciones no estaban del todo
erradas: "mire que tener un lugar para leer, otro para fumar, otro para tomar café ¿y si uno quiere hacer todo eso junto?"
Nos reímos mucho imaginándonos al ricacho, corriendo de un salón a otro para hacer las tres cosas simultáneamente "¡con lo circunspecto que es!"
En eso veo que Héctor me hace señas y luego sube, yo espero
un momento en que nadie me mira y rápido voy a su oficina.
"Juan -me dijo- le hablé al dueño de ese muro y de los
planos, de que sería interesante re-abrir esa puerta ya que estaba
el saledizo, etc., etc.; se puso pálido, se puso furioso, con la voz ronca y ahogada me dijo que no tocáramos el muro, que estaba "perfecto", que ya haría sacar el saledizo, y después, cuando
ya me iba me dijo algo que me sonó muy mal, Juan, muy mal!"
"Bien ¿Qué le dijo?"
"Que no debía creer en todo lo que oía..."

martes, 19 de julio de 2016

"LAS SOMBRAS EN LA PARED" (10º parte) de Adriana Gutiérrez





"No quería llevar a Martín y Alejandro hasta que no hubiera decapar el resto de la pintura negra.
Cuando llegué estaba saliendo el sol, abrí de par en par la puerta  y sin mirar el muro hice lo mismo con las ventanas, no sé por qué se me ocurrió, o sentí que de esa manera estaba a salvo  y me subí
a la escalera decidido a terminar en 2 horas.
Empapé bien el pincel con el removedor, dando pequeños
golpecitos para hacerlo penetrar y evitar que chorreara, luego
tomé la espátula grande como si fuera un arma y veía con
maligna satisfacción cómo caían los trozos de pintura negra, imaginando que cada uno era un pedazo del cuerpo del
hombre: primero un ojo, después la nariz, ahora una oreja.
Entonces me di cuenta de que estaba limpiando el lugar
de la pared donde él aparecía, y me arrepentí convencido
de que debía sacar primero a la mujer y a los niños, así
podría verlo bien... pero ¿qué estoy diciendo? ¿es que acaso
pensaba verlo de nuevo?
"No creo que sea posible -me dije- sin la pintura negra no podrá aparecer"
Lo que se veía debajo era un blanco sucio que era la última
capa (o primera mano), común de todas las paredes, y ésta
negra era tan gruesa que costaba mucho trabajo y esfuerzo quitarla, como si tuviera vida propia y una fuerza sobrenatural para adherirse a la pared.
"Lo mejor va a ser -pensé- sacar el reboque aquí, pero ¿cómo
le digo eso a Héctor, o a Edgardo o al ricacho?"
El reboque está bien y no puedo contarles nada.
Terminé bastante rápido y decidí hacer algo que me repugnaba;
eché un vistazo al camino y no había ni señas de Héctor, subí
rápidamente la escalera y entré en su oficina, busqué entre sus papeles un plano de la casa pero no había ninguno, pensé
que era lógico ya que no se harían reformas y en ese caso sería un arquitecto y no un decorador el que estaría en posesión de
los planos, pero la palabra que la mujer repetía tanto me
martillaba en la cabeza, entonces me acordé de las columnas
y bajé para ir a verlas; menos mal que lo hice porque la
camioneta de Héctor venía por el camino particular.
Lo esperé afuera y entramos juntos.
"¡Buen día, Juan! ¿Se trajo la cama o duerme poco?"
"Buen día, Héctor, no, ninguna de las dos cosas, solo quería
terminar ese muro y lo quería hacer yo, estaba muy
pegoteado; mire, todavía no salió del todo".
"Bueno, tenemos mucho tiempo, Juan ¿ya desayunó?"
"Sí, gracias, eh... dígame, Héctor ¿sería posible que yo les
diera una ojeadita a los planos de la casa? sabe, es que me
parece que ese muro alargado no estaba ahí antes".
Héctor me miró un rato y salió para dar la vuelta, yo lo
seguí; observando para arriba me dijo: "tiene razón, mire ese
saledizo, Juan, ahí había una puerta grande, ¡y era una hermosa
vista! ¿por qué la habrán tapiado? Creo que yo también quiero
ver esos planos, tal vez al dueño le interese reabrir esa puerta
y eso hay que hacerlo antes de... pero ¿qué le pasa, Juan?
¡Está pálido!"
"No es nada -dije- estuve respirando mucho ácido, voy a sentarme unos minutos en el rastrojero". Desde allí podía ver perfectamente
el saledizo que había servido de protección a la puerta y que
ahora resultaba incongruente porque rompía la simetría, cualquiera podía pensar que la pared se había engrosado esos
20 centímetros que sobresalía del resto para disimular la parte
del techo sobrante, pero yo sabía perfectamente que el motivo era otro, yo sabía que las causas eran tres y estaban en el interior
del muro, que no era otra cosa que una tumba colectiva".

lunes, 18 de julio de 2016

"LAS SOMBRAS EN LA PARED" (9º parte) de Adriana Gutiérrez





"Empecé con la "D", porque la mujer terminaba siempre con la palabra "dor", encontré una pero tenía 2 oes: door, que significa puerta. ¡Ah! ¿serán las puertas blancas en que yo pintaba las cruces negras? ¿cómo puede ser ésto? Me dediqué a la segunda palabra: "open", pero vaya a saber como se escribe. La encontré igual y significa abrir.
Pero no me dejé engañar, también podría haber otra palabra que se pronunciara igual y se escribiera distinto y significara otra cosa, como me dijo una vez Agustina, mi hija: "en el inglés, una palabra puede servir para nombrar hasta 5 cosos distintas, papá". Así que yo tenía 2 palabras: puerta y abrir.
La tercera era "de". encontré una que se pronunciaba ded y significa muerto, pero a mi no me pareció que la mujer dijera
"de" con "d" final, aunque pensándolo bien, la palabra muerto pegaba con las visiones.
Se me ocurrió que la frase podría ser traducida así: "abrir la puerta al muerto", o "el muerto abrió la puerta". ¿Será que un muerto salió de su tumba? ¿o tal vez, en una forma figurada, me decían que abriera la puerta para que él volviera a la tumba?
Repasé todos los significados de la palabra "ded", mi hija tenía razón, también quiere decir insensible, tranquilo, profundo, sombrío, apagado, pesado, vacío, inútil, marchito, frío, gastado y
mortalmente-
Más abajo está la palabra pronunciada "dez", que significa muerte, defunción, fallecimiento, estrago y mortandad.
Dejé de leer y tomé unos mates, recostado, pensando que en esa frase falta algo, entonces recordé otra palabra que la mujer repetía más que las otras: "plis", pero la única que encontré era de arquitectura y se pronunciaba plinz, quiere decir plinto, que deriva del latín y del griego, significa ladrillo y es el cuadrado sobre que se asienta la base de la columna, una base cuadrada de poca altura.

Bueno, en esa casa las únicas columnas son las del pórtico y 
por supuesto están cerca de la puerta de entrada.
Me seguía molestando algo y no sabía qué, y me daba vergüenza preguntarle a Agustina, guardé el diccionario, doblé el papel
con las anotaciones, lavé el mate y subí al rastrojero".

domingo, 17 de julio de 2016

"LAS SOMBRAS EN LA PARED" (8º parte) de Adriana Gutiérrez






"El sueño era así: yo iba a la casa y entraba, en una mano llevaba un enorme tarro de pintura negra y en la otra una brocha.
Me dirigía resueltamente a la escalera y, muy seguro de mí, sin ninguna señal de nerviosismo, abría todas las puertas del 1º piso; después, con la pintura negra marcaba una cruz en el lado interior de cada puerta y la cerraba, cuando ya no quedaba ninguna, bajaba y me sentaba frente al muro alargado con el tarro de pintura junto a mi y la brocha al alcance de mi mano.
El sueño se presentó varias veces durante la noche y siempre fue igual, pero cuando se acercaba la hora en que aparecieron las sombras en la pared, cuando comenzaba a oscurecer y tendría que levantarme a encender la luz, me despertaba.
Yo me sonreía de mi propia inocencia ¿qué pensaría hacer con un pincel y un poco de pintura? ¿qué posibilidades tenía, para luchar con un hombre armado de cuchillo? y además ¿cómo podríamos él y yo llegar a tocarnos?
Rehuía estos pensamientos por considerarlos infantiles y fuera de toda lógica, y porque otras cosas en el sueño escapaban a mi atención, desviándola de lo que realmente importaba.
La casa que yo veía no era la misma de ahora, es decir, por dentro, estaba amueblada en el estilo que le correspondía, y las puertas sobre las que yo pintaba las cruces negras eran blancas.
Pensando que mi subconsciente solo buscaba refugio en los símbolos religiosos, me negaba una y otra vez a fijar mi atención en el mensaje, y repasaba las otras partes del sueño, comparando la antigua decoración con la de Héctor, que era moderna, aunque usara casi los mismos elementos.
Me di cuenta de que ya no podría dormir, y como había decidido ir más temprano a la quinta para decapar el resto del muro, me levanté y fui a la cocina sin hacer ruido y me preparé unos amargos. Luego busqué un diccionario inglés-español, que debía estar por alguna parte. Sobre la mesa de la cocina empecé a hojearlo, no soy tan ignorante y sé que en ese idioma las palabras se dicen de una manera y se escriben de otra, y eso, unido a mi conmoción y a lo confuso que había sido todo, dejaba las posibilidades de que encontrara aunque sea una palabra, reducida casi a cero.

sábado, 16 de julio de 2016

EL USURPADOR





   ¡Que alivio sintió después de archivar esa maldita máquina de escribir! Tanto como la había odiado y ahora, por fin, se la sacaba de encima. Para convencerse de que no la volvería a utilizar hasta vendió el escritorio, ese de caño y vidrio sin alma ni antepasado; lo cambió por uno de madera con cubierta de paño, especial para escribir a mano. Sus antiguos dueños lo habían usado para extender cheques voluminosos, escribir notas perentorias y redactar documentos importantes; sobre él descansaron manos enguantadas en cabritilla y tabletearon, impacientes, dedos perfectamente manicurados. Colocado frente a un gran ventanal y rodeado de muebles tan finos como él, su rojiza madera bien pulida, brillaba con orgullo en la vieja casona de Belgrano.
      Nacho estaba feliz de la historia de su adquisición, lo que le contara el anticuario le hizo pensar que el pequeño mueble lo había estado esperando en su largo descanso de vidriera, donde la pana verde se decoloraba más y más. Nacho lo miraba todos los días desde hacía cuatro meses, como aquel loco enamorado del maniquí; y cuando hubo juntado el dinero suficiente se fue derecho a buscarlo. El escritorito, obligado a acomodarse en un departamento miserable, que debía compartir con sillas indigentes y estantes forrados en hule, totalmente plebeyos, se sintió morir. A su izquierda un ventanuco al pulmón, y a su derecha, casi tocándolo, una horrible mesa de enormes patas enroscadas que le daban aspecto de bicho prehistórico.
      ¡Ah! ¡Cómo añoraba el chevalier negro tan discreto siempre; y la mesa de los licores con sus alegres tintineos! ¡Que humillación intolerable la de esos codos profanos, clavados irrespetuosamente en su aristocrática superficie! ¡Que insufrible suplicio el continuo choque de esa pierna atropellada, y que espantoso fue saber que era usado para cualquier cosa!! Le apoyaban de todo y sobre él escribieron, borrachos, hasta anónimos. 
      Nacho trataba de protegerlo pero no le hacían caso; lo quemaron con cigarrillos, le volcaron café y cerveza, lo agredieron con olores de vicios y tuvo que soportar un vocabulario horrendo. Nacho, impotente para evitar esas reuniones, se apareció un día con un plástico y lo tapó; el escritorito lo despreció profundamente por ésto, pero así al menos no vería lo que pasaba. Pero eso no fue todo, el plástico y él fueron obligados a la más vergonzosa proximidad: el botarate le incrustó a traición, a mansalva, cuatro chinches hasta el mango. El escritorito, traspasado de dolor, decidió en ese instante esperar la ocasión de su venganza.
      No fue sino varias semanas después cuando ésta se presentó: el botarate empezó una "novela"; el protagonista se llamaba Víctor Guancarreca y era un pirata literario, que asistía a cuanto taller había y se relacionaba con nóveles escritores para robarles sus ideas, ya que la suya fija era robar. Tan profusa era la colección de tretas y ardides que utilizaba este Gauncarreca para lograr sus propósitos, que hubiera podido construirse con ella un verdadero tratado de como desvalijar al prójimo de su capital interior; y el botarate ni siquiera se dio cuenta que tenía en sus manos un best-seller, realizando su obra con talento tan limitado que al escritorito le daba náuseas.
      Primero, Nacho hizo que Guancarreca se quedara con dos poemas que, aunque no le reportaron dinero alguno le abrieron algunas puertas y le permitieron robar con más facilidad: ahora que había editado se las daba de consejero. Pronto se convirtió en la persona que más ideas ajenas tenía, y su casa en un museo literario que hubiera sido la delicia de un investigador. Era incansable Guancarreca recopilando manuscritos, luego trabajaba toda la noche y se acostaba al alba. La psicología del prójimo no tenía secretos para él y una mirada le bastaba para descubrir al incauto, se documentaba un poco sobre lo que éste escribía y se presentaba ofreciéndole incluir el trabajo en su próximo libro, que supuéstamente elaboraba, así conseguía prosas y poemas "para que los fuera viendo".
      Lo del libro no era mentira, Guancarreca tenía ya, ocho cuentos listos para su publicación, y en cuanto llegara a la docena los haría editar. El trabajo era lento y engorroso, mucho le costaba a Guancarreca terminar y pulir la mayoría de las veces, pero su tesón lo sacaba adelante siempre. Su único talento era el timo y se perdonaba diciendo que los escritores estafados, con una verdadera capacidad para crear situaciones y personajes, terminarían por triunfar, mientras que él se veía cada vez más agobiado por los impuestos de esa enorme casona que heredara en Belgrano, totalmente desmantelada y vacía.
      Y por fin llegó el día en que, con los cuentos bajo el brazo, y merced a sus antiguas amistades, Guancarreca firmó el contrato con la editoria. Los cuentos eran buenos según la crítica, y la prosa modernista del autor acaparó mucho público jóven. en la conferencia de prensa en que el libro fue presentado, Guancarreca explicó que su talento literario antes dormido, se había despertado por el gran pesar que le produjo la bancarrota de su familia; que revisando papeles viejos dentro de no menos viejos baúles, encontró esos esbozos de su adolescencia, y en las largas noches de insomnio, para pasar el tiempo, se dedicó a terminarlos pudiendo dar forma al libro que ahora les ofrecía.
      Unos cuantos meses después, la quinta edición lujosamente encuadernada, descansaba como al descuido en una vieja casona de Belgrano, sobre el escritorito que Guancarreca no sabía por qué, había insistido tanto en comprar. 
      No servía para nada más el mueble, solo para mostrar el libro, eternamente iluminado. 
      La cubierta decía: "Cuentos Robados", de Victor Guancarreca.

                                                -FIN-

                                     Adriana Gutiérrez

                                      Otoño de 1988

"LAS SOMBRAS EN LA PARED" (7º parte) de Adriana Gutiérrez





"El estruendo de sonidos que soportó mi cabeza fue tremendo, parecía que tenía puesta una campana y que algún loco la tocaba; primero fue el empujón que me volteó y luego un tirón horrible en la nuca, pero yo no tenía conciencia de mi cuerpo y no me dolía nada, solo perduraba en mi memoria lo ocurrido en el último minuto.
Vi un hombre en el suelo frente a mí y quise ir hacia él, pero no podía avanzar ni retroceder; desconcertado miro a mi alrededor y solo veo una tenue claridad que flota igual que yo, de golpe comprendo donde estoy y que ese cuerpo que veo tirado en el piso es mío y que si no regreso pronto a él se convertirá en cadaver, entonces algo como una sorda y desesperada rebeldía me ganó y eso que yo era traspasó el maldito muro deshaciéndose en mil
ondas multicolores que vibraban y gemían, penetrando a esa forma inerte dentro del overol blanco.
El despertar fue lento y doloroso, tenía el cuerpo lleno de agujas
y en mi cabeza había un enjambre de abejas furiosas, las manos y las piernas me pesaban, todo lo veía distorcionado y la cosa empeoró cuando empecé a recordar.
Para no mirar hacia el muro me puse boca abajo, trabajosamente llegué hasta la luz, la apagué y salí.
No sé cómo explicaría esa capa de pintura sin quitar, y resolví hacerlo bien temprano, antes de que Héctor llegara.
Los 65 minutos de micro me parecieron 65 horas: Estaba en mi casa bajo la ducha y no lograba desentumecerme, mis músculos parecían de estopa; con lentos movimientos y tambaleando me paré frente al espejo, mi cara daba lástima, mis ojos abiertos no tenían expresión, solo desconcierto e incredulidad.
Torpemente alcanzo la cama y me acuesto, pero mi cuerpo anestesiado no siente el roce de las sábanas.
Recién ahí comencé a aflojarme, con mucho cuidado me acurruqué junto a mi mujer como un niño atemorizado,su tibieza, la placidez de su sueño y la tranquila paz de su rostro, me ayudaron a dormir.
Claro que soñé con la casa.
¿Con qué hubiera podido soñar después de lo que acababa de ocurrir? Y ese sueño, no lo supe entonces, era la respuesta a una sola pregunt, pero de todas las que yo me hacía, era la única que contaba.


viernes, 15 de julio de 2016

"LAS SOMBRAS EN LA PARED" (6º parte) de Adriana Gutiérrez







"De pronto comienzan a oírse rumores como apagados por la distancia, y yo creo que tal vez sea mi hijo que viene a buscarme, que su llegada cortará las horribles visiones y yo quedaré libre de esos invisibles lazos que me inmovilizan.
Pero a medida que el sonido aumenta descubro su procedencia, vienen de la pared y son gritos, los alaridos de terror de una mujer y dos niños, hablan pero yo no entiendo sus palabras, es todo tan confuso, y además parece otro idioma.
Trato de acercarme y tras un esfuerzo sobrehumano consigo separarme de la pared, ni siquiera intento pararme, solo me arrastro. Pero ¿para qué? ¿qué podré hacer, débil como estoy?, sin contar con que me encuentro "de este lado".
En la pared, la figura amenazante es casi del tamaño de la mujer y yo estoy a mitad de camino, los gritos ya son espeluznantes y hasta tienen música de fondo, una banda sonora con mucho suspenso -pienso con amargura- aumentado por los golpes sorpresivos con instrumentos de percusión, que hacen saltar a los espectadores; pero por ese miedo uno paga, uno se deleita con él
porque sabe que vuelve a su casa con la felicidad inflada donde está seguro, y se perdona el haber disfrutado del dolor ajeno porque no fue nada más que una mala película.
Pero ésto es real, el hombre, cuya silueta se ha hecho patente, ya es más alto que la mujer y la de los niños, desfiguradas por el terror, sus voces roncas y sus miradas horrorizadas, me dicen que está muy cerca, que el cuchillo que blande en su mano derecha pronto acabará con sus vidas, si yo no hago algo.
Y yo estoy aquí, a 2 metros de la pared, mirando, porque lo único que puedo hacer es mirar.
Pero ¿mirar qué? ¿qué es lo que veo en realidad? ¿quiénes son y por qué están ahí? ¿cómo se metieron en la pared? ¿qué lugar es ese?, mientras sigo avanzando trato de ubicar el sitio pero a su alrededor no hay nada que me pueda servir de punto de referencia: ni un árbol, ni una casa, tampoco una señal de ruta, ni siquiera se qué época es esa.
Ahí fue cuando se me prendió la lamparita pero después, repasando los hechos, porque en ese momento no lo noté, lo único que yo quería era llegar a la pared antes que el hombre del cuchillo alcanzara a la mujer y los niños, sin saber qué iba a hacer después.
Pero llegué, y cuando quise estirar mis manos hacia ellos como si solo se tratara de tomarlos y sacarlos, un violento empellón me estrelló contra el suelo acompañado de ruidos ensordecedores que me hacían zumbar los oídos, el techo se fue borrando y la araña con todas sus lamparitas encendidas giraba peligrosamente sobre mí, pero no pude aguantar y me desmayé".





jueves, 14 de julio de 2016

"LAS SOMBRAS EN LA PARED" (5º parte) de Adriana Gutiérrez





"Las luces del primer piso empezaron a apagarse, oía como
Héctor y sus chicos cerraban ventanas y bajaban por la
escalera, Héctor se ofreció a llevarme (¡hermosa camioneta!)
pero rechacé la oferta porque tenía para rato; me dijo que el gas de la cocina estaba conectado y que una de las hornallas andaba
al pelo, que había te, café, yerba y azucar, y que usara lo que quisiera, pero o no tenía ganas de nada.
Cuando se fueron todavía era de día, aunque la luz ya empezaba a declinar, continué trabajando porque de cualquier manera  tendría que emprolijar a la luz del sol.
Solo que ese pedazo central de pared parecía tener aún más exceso de pintura que el resto.
Debajo de todo, una gruesa capa de pintura negra, al aceite, apareció ante mis ojos.
Entonces no tuve más remedio que prender la luz, que estaba en el otro extremo.
Muy fastidiado camino hasta la perilla y la bajo, y si en ese momento hubiera tenido un presentimiento, algo parecido a un escalofrío corriéndome por la columna, eso que siempre salva a los protagonistas en las novelas, mi tranquila vida hubiera sido siendo tranquila, porque yo hubiera salido disparando sin mirar atrás. Pero miré!
De lo que vi en esa maldita pared negra aún hoy no puedo hablar sin estremecerme violentamente, eso que llaman horror se me pegó a la espalda y era frío y mojado, dejé de sentir las piernas pero en compensación mi garganta crecía y me ardía, las siluetas que parecían escapar de algo trataban de salir de la pared, corrían y corrían hacía mí con sus expresiones desesperadas, los ojos llenos de pánico, se caían y se levantaban y seguían corriendo para alejarse de eso que yo no alcanzaba a ver detrás, y que al acercarse, con ese tesón incansable que tiene el mal, aumentaba de tamaño acortando la distancia entre él y sus perseguidos.
Pronto fue de la altura de los niños que la mujer llevaba de la mano; y crecía, crecía.
Como en sueño, como en una pesadilla, me di cuenta que me había resbalado hasta el suelo, y si hubiera tenido el valor de salir de la casa, mi cuerpo laxo no me hubiera dejado.
La vista se me nublaba de a ratos y creo que me desmayaba y me recuperaba para seguir mirando, paralizado, esa película de espanto que la pared proyectaba".

miércoles, 13 de julio de 2016

"LAS SOMBRAS EN LA PARED" (4º parte) de Adriana Gutiérrez






"Porque ignoraba todo eso seguí adelante silbando bajito, a las
11 hrs. tenía lista la cuarta parte; subí a decirle a Héctor que
me iba, le pregunté que pintura usaría porque tenía que hacer
el presupuesto y salí.
Antes de las 12 me encontraba de vuelta en el hotel con Edgardo
que me dio el cheque sin parpadear y me fui a casa, puse en
movimiento a Martín para que busque a su amigo y a las 2 ya
estábamos los 3 en la quinta y les dije a los muchachos que
empezaran. Empezaron por la otra punta, como novatos que son tardaron bastante y yo estuve toda la tarde con Héctor, consultando las muestras de revestimientos, pieles y cortinas;
seleccionando texturas que armonizaran con los colores de cada cosa. Me fascinaba verlo trabajar y verlo elegir el tono exacto para suavisar determinada superficie, convertir el brocado de los
tapizados en algo más confortable por efecto de la luz difusa y provocar en uno el deseo de morar en cada rincón de esa casa, de vivirla. En los bocetos de Héctor, la quinta del ricacho se fue vistiendo, se veía hermosa, cálida, invitadora y alegre, hasta la habitación en la que se había instalado (con el teléfono en el suelo), estaba llena de detalles delicados, los lugares de los cuadros eran garabatos que marcaban su sitio; pude comprobar cómo un mueble pequeño pero con personalidad puede ocupar más espacio sin quitar luz, que uno grande.
Solo el muro alargado no figuraba en los bocetos de Héctor, pensé que sería porque ya estábamos trabajando en él y sería el primero en estar listo.
Héctor me dijo que a menos que le pidan otra cosa siempre empezaba por la habitación de entrada antes de dedicarse al resto de una casa, "porque así, cuando los dueños la vienen a ver se sorprenden agradablemente ¿entiende, Juan?,entonces recorren las otras con espíritu más complaciente".
Eso sí lo podía entender yo y decidí aprovecharlo para mí de ahora en adelante.
Me despedí de Héctor y bajé, allí me esperaba una especie de desilusión homicida con los muchachos: no solo no habían terminado sino que tenían una "cita" en la ciudad y contaban con el rastrojero.
Mi primer impulso fue enojarme, pero después recordé que yo había haraganeado en el piso superior, y aunque me siento plenamente justificado porque tengo una hija que estudia decoración, y vi en Héctor un buen contacto para ella, me contuve; haciendo gala de mis excelentes modales, dije: "está bien, yo lo termino y me voy en micro, pero si al rastrojero le pasa algo, a ustedes les pasa el doble".
Y ahí fue donde firmé el contrato para actuar, esa noche, en la función de terror y suspenso dentro del muro alargado.

martes, 12 de julio de 2016

"LAS SOMBRAS EN LA PARED" (3º parte) de Adriana Gutiérrez





"Empezamos a desenrollar las alfombras que eran seis, dos tenían
paisajes de profundidad, lagos y bosques en primer plano y
montañas a lo lejos; dos eran abstractos, más bien geométricos y de colores fuertes; los dos restantes eran casi lisos, uno mostraba
diminutas manchas alargadas, como estrías negras sobre un
fondo gris claro, el otro tenía motas color arena sobre un marrón
africano.
"¡Menos mal! -exclamó Héctor- estos cuatro permiten una excelente combinación de cortinas para dar a los ambientes la calidez que ellos quieren ¡ya va a ver como queda!"
Héctor estaba entusiasmado, hacía que sus hombres sostuvieran
los tapices subidos a dos escaleras, un tapiz después de otro, hasta que por fin se decidió por los abstractos que ocuparían, uno, el centro de una pared, y el otro, el extremo de un largo muro donde, la verdad, iba a quedar muy bien.
"Dejaré los paisajes de profundidad para habitaciones más
pequeñas -dijo Héctor- así las agrandaré. Me gustaría que empezara por ese muro, Juan ¿le importa? Entonces cuando quiera".
"Y así fue como me metí en el lío más peliagudo de mi vida, la pared que Héctor quería que decapara primero era el muro largo
y su aspecto era desastroso, no parecía que un profesional hubiera trabajado allí, los distintos colores, que eran cinco, habían sido puestos sin esperar que la mano anterior se secara, y mostraba claramente que por lo menos dos personas aficionadas habían manejado los pinceles, que tampoco eran los adecuados.
"Un trabajo de apuro -me dije- y qué color horrible!"
El azul de arriba estaba mezclado con el verde, que a su vez se mexcló con un naranja, quedando amarronado y sucio, muy deprimente.
De verdad, ese muro no tenía nada que ver con el resto de la
casa, y como dijo Héctor, "parece el pariente pobre de las otras paredes", empapeladas con motivos agradables o pintadas de colores claros.
Como yo tenía en mi rastrojero todo lo necesario me puse
a acarrear cosas, Héctor y su gente desaparecieron en el piso
de arriba con más tapices y yo me quedé solo, me subí a la escalera y empecé, a la tarde volvería con mi hijo Martín, que en vacaciones "trabaja", y un peón que seguramente sería su amigo Alejandro.
Pero ya que estaba decidí quedarme por el resto de la mañana
y trabajar un poco, sin sospechar lo cerca que estaba de la
muerte, sin imaginar que en pocas horas más se abriría un abismo bajo mis pies, y más aún, sin adivinar ni remotamente
que sería yo mismo quien levantaría el telón para dar
comienzo a una obra macabra que esperaba

su protagonista".

lunes, 11 de julio de 2016

"LAS SOMBRAS EN LA PARED" (2º PARTE) de Adriana Gutiérrez






"Así que yo me fui al ver al ricacho a un hotel que madre mía, y
con la tarjeta, que abre las puertas mejor que una ganzúa, llegué
hasta la "zuit" donde vive con su familia.
Me dijo que quería un trabajo perfecto, que tenía que sacar
hasta la última capa de pintura, que pasara enduido y lija
y que ahí él iría a ver. 
"Hay paredes empapeladas -dijo- a nosotros no nos gusta, pero
sí los tapices, las alfombras y las plantas, queremos que el interior
presente un aspecto de casa country, ya verá Ud. que hemos hecho levantar el parquet para colocar pinotea, sobre ella irán pieles sueltas; le digo ésto porque tendrá que trabajar codo a codo
con el decorador, él elegirá los colores de las pinturas y espero
que tengan el tono exacto ¿Necesita un adelanto? -tocó un
timbre- Edgardo, dele al Sr. un cheque y las llaves de la quinta.
¡Hasta pronto!"
El secretario me preguntó qué suma había acordado con el
Sr., yo le dije que ninguna y que además nunca había hecho
un trabajo tan grande y tenía que averiguar, "además -agregué-
hasta que no hable con el decorador no voy a poder comprar nada, y para decapar las paredes no necesito plata".
"Entonces hable con el decorador -me dijo- contrate su gente
y haga un presupuesto, luego yo le haré un cheque por la tercera
parte del mismo".
Me fui para la quinta, el decorador estaba ahí, en el piso del vestíbulo había montones de rollos de alfombras envueltos en
nylon; el decorador era un muchacho jóven llamado Héctor.
"¿Tapices? -pregunto señalando los rollos- acá se usan en el suelo". 
"Sí -dice- lo sé, pero abrigan más en las paredes, y si además el piso y el techo tienen madera, no se necesita calefacción ¿ha tocado las paredes desnudas en una noche de viento? ¿o el piso?
¡hagalo!, verá qué diferencia.
La arquitectura moderna es una porquería para el confort, la gente se compra una casa maravillosa con ventanas largas y angostas, que ventilan el techo en verano y dejan entrar hasta el último rayo de sol en invierno y, ¿qué hacen? le ponen persianas de guillotina bajas y anchas, entonces la geometría de las aberturas, al actuar
al revés que las otras, hace necesarios los ventiladores y estufas 
o la vida sería imposible".
"Yo... nunca se me hubiera ocurrido" -dije.
"Y claro -contestó- mi trabajo tiene mucho de reforma y el contacto
con los arquitectos me ha enseñado algo, pero lo que más me ayudó fue iniciarme en el equipo de uno que restauraba casa
antiguas ¡qué época!, nunca fui tan feliz como en esos años.
Bueno -siguió- no iba a mirar los tapices hasta mañana, pero ya que Ud. está acá... ¿sabe? la Sra. los compró en Europa, si hay
alfombras persas voy a tener problemas, no son aptas para colgar
y es muy difícil conseguir cortinados que combinen; en fin, veamos que hay aquí".

domingo, 10 de julio de 2016

"LAS SOMBRAS EN LA PARED" (1º parte) de Adriana Gutiérrez -






  - Del Cuaderno de Sueños de Gisela -
8 de Enero de l990

"Si alguna vez me hubieran dicho que algo así me podía
pasar, me hubiera reído de buena gana, yo ni siquiera creería
que le ha pasado a otro.. ¡menos a mí!
Si cuando me siento a pensar buscando en los hechos reales
cualquier cosa que me ayude a olvidar lo sobrenatural, me
veo obligado a aceptar esto último como única explicación lógica
de lo que ocurrió ¡que-fue-cierto!
Pero vamos a empezar por el principio:
me llamo Juan y trabajo en la construcción, soy un obrero, bah,
pero independiente, eh, no tengo patrón; me dedico a pintar, remendar reboques, y hacer alguna que otra changa más complicada cuando la ocasión se presenta; también he levantado
paredes siempre que no lleven un techo arriba: muros de separación o verjas, pero casas, nunca.
Y ahora estoy aquí, en esta casona del tiempo de ñaupa, grande como el edificio del banco y que está deshabitada desde antes de que yo naciera, pero que esconde una historia macabra, de esas
que son lindas para ver en el cine, pero que no tienen nada de
gracioso en la vida real, aunque eso de real... bueno.
El caso es que de ésto nunca se supo nada y por eso no hay
una leyenda, pero la verdad, la casa se presta: alta, cuadrada, con ese porche de las 4 columnas; el estilo es... antiguo, yo no sé
quién la hizo ni quienes la ocuparon, pero que había lugar
para todo, había.
Un día me llama el Ingeniero (el Ing. es mi antiguo patrón), y
me dijo: "mirá, Juán, un amigo mío se viene a radicar en la Argentina, en realidad vuelven a la Patria, y quiere que le pinten la casa íntegra por dentro y por fuera, me pidió que le recomendara a alguien y yo le hablé de vos.
Yo ya la conozco, no necesita ningún arreglo y él quiere
conservarla tal como está, los reboques están buenos pero
la pintura no, sobre todo en los lugares de más uso, como la
cocina ¡es horrible!, capas sobre capas.
Está dispuesto a pagarte muy bien, andá a verlo, tomá, aquí
está su tarjeta, vas a necesitar un par de peones.
¡Sacá bien la cuenta y no aflojés con el precio!"
"Ésto me lo gritó cuando yo ya me iba.
Buen tipo el Ingeniero, me quizo hacer un favor y casi
me manda a la tumba".

sábado, 9 de julio de 2016

"LOS HIJOS DE LA LEYENDA" (26º parte) de Adriana Gutiérrez







"Vimos a los caseros en su casa y buscamos el camino de tu
cabaña, mamá.Cacho (Cacho da un respingo) ¿recuerdas esa
nota que encontraste en tu coche?, bien, yo la puse ahí, sí, cuando
mi madre, Willy, la nana Valeria y Ofelia se dormían a las 12 de la noche, Norma y yo despertábamos en el altillo (caras de sorpresa de todos), y donde quiera que nos encontraba la salida
del sol, regresábamos instantáneamente.
Mamá, tu cabaña tiene un altillo donde nosotros dormiremos
a menos que nos despierten leyendo ese papel; este último 21 de Diciembre no podremos despertar solos, se imaginarán por qué.
Deben ubicarse al inicio de la escalera y leer mirando hacia arriba, ahí se abrirá la puerta y el altillo aparecerá. 
Si mi madre y nuestro hijo no lo logran, déjennos dormir por siempre. Los esperamos. Carlos".
Muy distinto fue el viaje de Mario y Cacho hasta el antiguo departamento de Silvia, Cacho miraba de reojo a Mario en las curvas y "frenó" todo el tiempo.
Ya de regreso le dan el papel a Silvia, Jorge pregunta- ¿estás
segura?, debes leerlo de un tirón".
"Claro que estoy segura -dijo ella- más segura que nunca".
Se para de delante de la escalera y, con todos detrás, tomando
aliento, lee la letanía sin prisa y sin pausa.
Frente a ella una zona en forma de triángulo comenzó a cambiar
como si la pared se "ablandara", tomando otro tono y un aspecto
algodonoso, luego se oye un chasquido y el triángulo desapareció
dándole paso a una luz intensa. 
En el silencio que reinaba, que ni las respiraciones interrumpian,
muy lentamente se dibujan dos siluetas y una voz de hombre que
pregunta "¿mamá, eres tú?"
"¡Oh!" -dice Silvia en un sollozo y un instante después está abrazada con su hijo, y Norma con Willy en brazos, que no entiende por qué todos lloran y lo besan tanto.
Horas después, con todas las preguntas respondidas y todas las explicaciones dadas, se sientan a almorzar en esa cabaña mágica, planeando un futuro que ahora tienen claro ante ellos, felices por el templo que se levantará donde estaba la casa, riéndose de su
ingenuidad y elevando plegarias por los antepasados muertos
a quienes estará dedicado el templo, por el descanso de sus almas.
"En fin -dijo Jorge- los sanadores tenían razón en parte y
fueron muy útiles".
"Sí -dijo Carlos- mantuvieron dormido el lugar y acertaron bastante".
"Hubiera sido horrible -dijo Norma- que esas... cosas se vinieran
para acá".
"No podían -dice Carlos- allá es donde está la entrada... o salida, y con la iglesia arriba quedará bloqueada; nosotros nos ocuparemos de que las futuras generaciones lo cuiden. Vamos -agrega mirándolos a todos- volvamos a la vida".
Y se alejaron en el auto de Mario y en el viejo furgoncito de 
Silvia.
Si alguno se diera vuelta ahora, verían que la cabaña mágica
ya no está, solo queda, flotando, el humo blanco de su chimenea.



- F I N -

viernes, 8 de julio de 2016

"LOS HIJOS DE LA LEYENDA" (25º PARTE) de Adriana Gutiérrez







"Primero armamos un altar (sobre la cómoda de Norma), a las
3 de la tarde, con un mantel de lino blanco y sobre él
ubicamos 2 velas de altar en las palmatorias, un quemador 
de perfume y los accesorios (naveta, brasas, incienso), una vela
corriente no consagrada o una torcida de cera, una copa
llena de agua lustral, una daga o un cuchillo ritual consagrado
con guarnición cruciforme (conseguimos este último), y una
alcuza llena de aceite bendito; todo ubicado como nos enseñaron.
Luego nos vestimos con trajes totalmente blancos preparados
por ellos y nos sentamos a esperar.
Teníamos los rituales escritos en orden, y los debíamos comenzar
exactamente a la hora planetaria de Mercurio, las 6 de la tarde.
Las velas no debían soplarse ni apagarse, a partir de esa hora, debíamos estar de pie ante el altar, recitando una y otra vez
las letanías, hasta las 12 de la noche, y soportar si queríamos
vivir. Por más que deseábamos pensar en Willy y en ti, debíamos
nacer lo qie nos dijeron: concentrarnos completamente y con
total conciencia de lo que hacíamos, así que, con un último
pensamiento hacia ustedes y un último abrazo entre nosotros, comenzamos a encender las velas.
Ya nos habían explicado que las largas horas de pie debilitarían nuestros espíritus, y debíamos evitar cerrar los ojos para no dormirnos y caer en su poder; nos dijeron que no debíamos dejar de recitar las letanías y que no nos miráramos por nada del
mundo, que si uno de los dos "caía", el otro debía seguir hablando más alto.
Creo que Norma fue más fuerte que yo, su amor de madre, no sé, el caso es que hubo un momento en que solo su voz nos mantuvo con vida. Parecía que a nuestro alrededor de libraban guerras de otros mundos y otras épocas, con la primera campanada aparecieron esas formas oscuras tratando de meterse en nosotros por nuestras espaldas, donde estaban las cruces; un olor horrible venía desde atrás nuestro; a pesar de la cruz, alguna de las formas intentaba penetrarnos y se quemaba dando chillidos horripilantes.
Fueron peores, sin duda, los 12 segundos que duran las 12 campanadas que las 6 horas que llevábamos de pie.
Con la última todo se calmó, agotados y llorando nos abrazamos, apagamos las velas con el apagavelas y salimos.