Rodeé la mesa besándolos uno por uno, costumbre mía ésta
de la que no tengo memoria cuándo comenzó, y ante la que
los tres varones protestaban enérgicamente, pero que si
amenazaba con dejarla se ponían serios.
Finalmente llegue a mi lugar entre Maximiliano y Diego, éste
último era el mayor de todos y ocupaba la cabecera, en la otra
estaba María Eugenia que es la mayor de las chicas, y a los
costados estábamos, intercalados, un chico y una chica en el
siguiente orden: a ámbos lados de Diego nos sentábamos Valeria
y yo, Gabriela, y a ámbos lados de María Eugenia estaban Maximiliano y Francisco; en el instante mismo de sentarme recibí un formidable codazo de Max que me señaló en dirección de
Diego, levanté la cabeza y vi a mi querido hermano mayor con
los ojos llenos de lágrimas y las manos temblorosas, que untaba
con manteca una rebanada de pan, miré a los demás y comprendí que ninguno desayunaría ese día, Maruja tomó una de mis manos y me dijo: "Gabi, háblale tú"; como era nuestra costumbre sin
nadie haberla propuesto, juntamos nuestras manos sobre las de Diego y yo dije: "querido hermano, sabes que recibirán nuestras cartas a diario ¿verdad? los lúnes una mía, los martes de Max, los miércoles de Maruja, los jueves de Pancho y los viernes de Val,
¿crees que tendrás tiempo para contestarlas? Ya deja esa cara y trata de disfrutar el tiempo de cambio que estamos viviendo, la nueva etapa en nuestras vidas que nos dará nuevos recuerdos".
Todos corroboraron mis palabras con manotazos y reproches cariñosos y Diego tuvo al final que convenir con nosotros en
que su destino no era "tan trágico", después de todo.
"Vengan -dijo- quiero mostrarles algo", nos llevó junto a su cama
y abrió el armario donde guarda sus libros, sacó una caja de
zapatos, le quitó la tapa con mucha ceremonia y puso ante nuestros emocionados ojos, cinco sobres con nuestros respectivos nombres
"¿ven? -dijo- yo pensaba escribirles una carta a cada uno ni bien
llegara a casa de mi pariente, pero estos últimos días aquí, solo..."
Nos miramos los cinco, lo miramos a él y rompimos a reír...
e inmediatamente dejamos de hacerlo, al notar en su mirada una
mescla de dolor y desconcierto, Pancho se apresuró a explicarle:
"resulta que eso de toda una semana tú solo aquí nos tenía bastante preocupados, por eso le pedimos al Director que te
dejara pasarla con nosotros en la estancia, al dueño no puede importarle un chico más por unos días, y tu pariente no se
enojará ya que tendrá que hacer menos camino para ir a buscarte allá que para venir aquí; es decir... si tú quieres".
Pancho nos miró buscando apoyo, todos asentimos y quedamos observando espectantes a Diego, éste salió al rato de su sorpresa y gritó: "¿que si quiero? ¡hurra! sabía que no me podían fallar, pero qué mal me sentí hoy ¡gracias, hermanos!"
Y terminamos brazados los seis, balanceándonos suavemente, como siempre que recuperábamos a un hermano cuando lo creíamos perdido.
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