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viernes, 5 de agosto de 2016

"EL DIBUJO" (6º parte) de Adriana Gutiérrez





Adolfo se quitó los lentes, se restregó los ojos y se estiró
en la silla.
Sintió hambre así que fue a la cocina y abrió la
heladera, sacó unas milanesas, puso a hervir una papa
y se dio una ducha.
De regreso en la cocina comprobó que la papa ya estaba
cocida, frió dos milanesas, hizo un puré y se dispuso a comer.
Con fastidio notó que otra vez había olvidado la sal y se
levantço a buscarla, de paso colocó la cafetera sobre la
hornalla y volvió a la mesa, está comiendo y ve que no
encendió la cocina, se para de nuevo y lo hace.
Al fin termina de comer, lava todo y va con el café al
escritorio pero ni bien lo prueba se da cuenta que está
amargo, muy tranquilo busca el azucar, deja la azucarera junto
a la taza y, mientras relee lo que ha escrito, se toma
el café sin endulzar.

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Cuando Miguel entra en la oficina, de una ojeada se da cuenta del estado anímico de su familia: las dos mujeres angustiads, su suegro deprimido y Adrián tratando de darle ánimos con la mirada. A un ademán del detective, Miguel toma asiento, todos evitan mirarlo y él clava sus ojos en las manos del taquígrafo.
"Van a tener que contarme sus vidas enteras. dice el detective- quiero saber de todas y cada una de las personas que conocieron desde que tuvieron uso de razón, qué tipo de relación los unía, quiero que sean objetivos y me digan si alguno de ellos tenía (o tiene), problemas de caracter social: imposibilidad para relacionarse, rechazo de la gente hacia esa persona o viceversa; alguien que haya sido sospechoso de un delito, del caracter que sea, y no importa si era inocente o no. Deben olvidarse de los afectos y verlos como personas ajenas a ustedes, no como el "amigo", o la "prima de, o el "vecino de toda la vida". Para que no se les olvide nadie les diré cómo tienen que hacerlo: no hagan una lista de hombres, empiecen con su primer recuerdo y continúen año a año cronológicamente.
¡Vamos! ¿Quién empieza?"
"Bueno -carraspeó Miguel- puedo hacerlo yo".
"Adelante, pués" -dice el detective.
"Mis padres y yo vinimos aquí hace 17 años, yo tenía 7..."
"...¡No! -dice el detective- dije desde que tenía uso de razón".
"¡Perdone -se excusó Miguel- inconcientemente descarté a la gente que está lejos; bueno, yo recuerdo solo chicos, mis tíos y mis primos, dos varones; los vecinos del fondo, otros dos varones con los que jugábamos a la siesta, en total, cinco chicos.
De los padres de los vecinitos solo tengo imágenes vagas, más que nada recuerso sus voces a través del cerco llamándolos para tomar la leche. Éramos... somos más o menos de la misma edad, los veo siempre cuando voy a la provincia, todos casados y con hijos, buena gente, jamás un problema con ellos, nunca.
Y llego de vuelta al día en que nos vinimos para la capital.
Mi padre es carpintero y allá nos moríamos de hambre, entonces un hermano de mi madre le consiguió un trabajo de oficial en una fábrica, así que nos largamos y vivimos en su casa por un tiempo. 
Después alquilamos una casa y nos mudamos.
Con los primos de acá sí tuve líos, ellos tenían mucha ropa y juguetes y me hacían rabiar, sobre todo mi prima, que era adolescente y se daba aires de princesa ¡una tilinga, bah!, los veo menos a ellos que a los del interior, pero si alguien tenía que sentir odio en este caso era yo, no ellos".
"Se asombraría de los odios que hemos visto -dice el detective- siga".

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