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martes, 23 de agosto de 2016

"EL DIBUJO" (23º parte) de Adriana Gutiérrez





En la Seccional Moreno los estaba esperando: "no estuvo en su casa ni en lo de su prima Nina, tampoco en lo de la maestra; ni fue a la casa de salud. Tiene una amiga (cosa rara), pero ésta la va a ver cuando María está en su casa.
Tuvimos que decirle todo a los padres; ahora dígame, Nicolás:
¿por qué no ha intentado asesinar a su amiga o a su prima que son casadas? ¿y qué me dice de los padres y demás familiares, vecinos, conocidos, etc.?"
"Porque no es ninguna tonta -dijo éste- y usted se olvida de un gran detalle: lo religioso. Sus víctimas deben tener, por fuerza, un patrón en ese sentido, como la chica que iba a ser monja, una prostituta con un crucifijo, un homosexual de pelo largo parecido a algún antiguo profeta, o los Peralta, que tomaron parte en el pesebre, eso debe buscar".
"Sí..- dijo Moreno- facilísimo ¿no?"
"Deme los archivos y podré decirle exactamente cuales fueron los crímenes cometidos por ella; sabremos su modus operandi al menos".
Moreno lleva a Nicolás al archivo y al volver se encuentra con Miguel hablando por teléfono, éste lo ve y dice en el tubo que esperen un momento: "fue el gordito con el manuscrito, parecía acabado y se retiró enseguida".
"¡Dígale que se lo entregue al agente que lo va a ir a buscar!"
Miguel dio el mensaje y colgó.

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Adolfo, seguido de cerca por el vigía, regresa
a su casa; maquinalmente hace los
movimientos de siempre pero ya no hay gestos
de fastidio por sus olvidos ni satisfacción por
sus aciertos.
Tan abatido está que aún dándose cuenta de la
hora, no enciende la luz.
Se tira en un sillón y permanece con los ojos
cerrados.
Las lágrimas corren por sus mejillas y
¡cuántas ha derramado ya!
Pero éstas tienen otro sabor, son de alivio, de paz.
Lentamente su alma se va tranquilizando.
Está listo, preparado para el último acto de amor
que la vida le exige.
Feliz de haber encontrado para ese cuento
macabro el final adecuado; el único posible.
Arrepentido de no haberlo escrito antes por
cobardía ante la muerte, esa que, suya sola, se
le acerca por la espalda.
Desde el extremo del túnel en que cae ve las
sombras que lo llaman y tratan de alcanzarlo, pero
él, más rápido que todas, huye hacia lo oscuro
vertiginosamente.

                                                               
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Semanas después, con el manuscrito inédito en las
manos, Moreno leía para todos el último párrafo
del cuento del gordito:

"..mas o menos así debió ocurrir todo; yo siempre
lo supe; siempre la ayudé; siempre la amé.
Espero que esté tranquila ahora, que descanse.
Yo también lo haré algún día, cuando los crímenes
de su demencia se borren con el tiempo.
La tea ardiente se apagará por sí sola.
El fuego que alienta su vida está tibio ya.
Y yo, que no quise hacer de ángel del pesebre, he
tenido que ser el suyo ¡pobre ángel caído!"

- F I N -

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