La vieja Marta, jubilada desde hace años, se levanta despacito y camina hasta un mueble antiguo, de puertas corredizas, en el centro del mismo, dos estantes repletos de carpetas iguales podrían contar su vida entera, y mientras ella busca entre las últimas, sacando y poniendo, Clara mira su espalda encorvada, como tantas veces la viera desde su tercer banco; dulces recuerdos la invaden y oleadas cálidas de emoción le mojan la cara. "Pobre maestrita de provincia -piensa- ¿dónde y cuándo murieron las ilusiones que la subieron al tren? ¿En qué momento habrá enterrado la más hermosa, ser madre? ¿Cómo he sido capaz de abandonarla? No volverá a estar sola, desde ahora será la tía Marta". La carpeta aparece al fin y la maestra se vuelve triunfante con ella en alto: "¡Acá está! Miren: Marita, 17 de Noviembre, ya me había olvidado de ese recorte, es que eludo las cosas triste ¿saben? ,después no me puedo dormir. Y, alargando el pedazo de papel, agrega: es muy elocuente". Era un dibujo de José, María y el niño, sobre la cabeza de José decía Miguel y sobre la de María, Marita; el niño lucía anteojos de miope y le habían dibujado unas cejas que hacían maligna su mirada, se notaba, además, que la aureola del pequeño había sido prolijamente borrada con lavandina. Se pasan el dibujo unos a otros, todos coinciden en que una niña capaz de descubrir la personalidad oculta de alguien no puede estar tan loca, a no ser que se considere locura a la genialidad. "Nuestro psicólogo se va a relamer de gozo -dijo el detective- ahora debo irme; señora, le quedo sumamente agradecido ¿vienen conmigo? -pregunta a los otros". Dejan a doña Marta parada al frente de su pequeña y adorable casa, agitando la mano en una despedida que se repetiría muchas veces, y pensando regocijada en las últimas palabras de Clara: "en casa de mamá hay un laurel rojo que ha dado varios retoños, uno de los cuales ya está grandecito y necesita espacio ¡quedaría perfecto junto a esa ventana! ¿Me permitirá que se lo regale? Además, me gustaría mucho que lo plantáramos juntas. ¿Qué dice, señorita Marta?" La vieja maestra mira muy hondo a Clara, pensando que ésta habla por impulso de la emoción, y que como tantas veces le ocurriera, sus alumnos le hacen acariciar sueños que luego la ausencia destroza, entonces le acaricia la cara y le dice: "solo si me prometes venir a verlo crecer..."
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