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martes, 13 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (21º parte) de Adriana Gutiérrez




Acabé al fin con mi trabajo y me fui a ordenar mi dormitorio, tendí la cama, guardé el camisón y repasé el baño, luego me dirigí nuevamente a la cocina donde ya estaría Simón, esperándome no solo estaba él sino también Val, Maruja, Pancho y Max, los saludé y nos sentamos a desayunar, ese día lo hicimos en la cocina para no desordenar el comedor, Mammy nos sirvió la espesa leche recién hervida, untamos el pan horneado esa mañana con manteca de campo y dulces hechos por la señora Liza.
Después del delicioso desayuno fuimos a recorrer los caminitos de piedra entre los canteros, eran las 7 menos cuarto de la mañana.
Como hacía muchos días que no pasábamos tanto tiempo juntos hablábamos todos al mismo tiempo, me refiero a mis hermanos y yo, Simón nos escuchaba en silencio y pude observar cuánta atención ponía a nuestro trato; después, cuando ya estábamos los dos solos, me dijo: "te quieren mucho".
"Sí -le contesté- y yo a ellos, significan mucho para mi, nosotros no crecimos en una familia organizada como tú, no tenemos a nadie de nuestra sangre por eso nos aferramos unos a otros, cuando éramos pequeños y nos pasaba algo, no teníamos unos padres a quienes llamar, todos nuestros recuerdos infantiles se remiten a los demás chicos del horfanato y a los empleados, y eso hizo que poco a poco fuéramos sintiendo un amor desesperado por los demás, como nos sentamos en la misma mesa desde que llegó Diego que fue el último, nos criamos como hermanos; Val aún no caminaba y ésta es la primera vez que nos separamos".
Se quedó mirándome, sus ojos estaban húmedos, nos sentamos en el pasto mojado del rocío y tomando mis manos, me dijo: "mientras tú hablabas recordé una vez que, siendo muy pequeño, antes de que tú nacieras, estaba yo montado en un caballo muy manso porque mi padre me iba a enseñar a cabalgar, mi madre lo llamó desde la casa y él me dejó solo por un momento, tal vez yo me moví o tal vez el caballo se asustó, el caso es que de pronto comenzó a andar y a alejarse del patio, yo me di vuelta para llamar a mi padre y ese movimiento hizo que me cayera del caballo que se puso a pastar junto a mi, sentí terror y me eché a llorar, al instante mi padre estaba a mi lado y detrás de él llegó mi madre, ámbos me apretaron entre ellos y sus palabras y caricias me calmaron haciendo que pronto olvidara el temor; qué extraño, Gabi, nunca había recordado ese pequeño accidente mío, hasta que tú hablaste de tu niñez privada de unos padres protectores".
Nos abrazamos y permanecimos mudos largo rato, supongo que pensando, cada uno, en sus años de infancia, y alegrándonos de que nuestros hijos tendrían tanta familia que correría en su auxilio.

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