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martes, 6 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (14º parte) de Adriana Gutiérrez




Las rodillas de su pantalón color arena quedaron verdes, igual que el trasero de mi vestido de hilo blanco, no sé que pensaría cualquiera al vernos volver así, sucios y despeinados, pero lo cierto es que cuando Simón me llevó con los demás y entramos, en ninguno vi reproche o una mirada acusadora, la señora Liza me dijo que fuera a cambiarme y que volviera a divertirme, Simón hizo lo mismo, me dejó en el corredor y allí me esperaba de regreso, en un recodo entre dos tinajas tomó mi cara entre sus manos y dijo: "Gabi, mis padres dicen que tú y yo estamos enamorados desde hace cuatro horas y media, los oí hablar, dicen que les ocurrió igual ¿tú qué crees?"
"Simón, me dolió mucho que te rieras de mi, nunca sentí eso de otra persona, pero tú... no lo hagas nunca más"; me besó, tan lentamente se acercó y fue tan suave la caricia de sus labios que casi no llegaba el momento de cerrar los ojos, yo sabía que debía hacerlo, pero no podía si él seguía mirándome así; se separó de mi, se recostó en la pared de enfrente y me observó, yo también lo hice; luego, como en cámara lenta, nos abrazamos apretadamente en medio del corredor; hacía mil años que nos conocíamos...



Sí, recuerdo que esa era la sensación de ámbos, nos parecía
que siempre estuvimos juntos, que se borraban todos
nuestros recuerdos y que todas las personas ligadas a
nuestra vida estaban en otra dimensión, los veíamos pero
no los oíamos, andábamos entre ellos pero no podían
tocarnos; como entre sueños, entre brumas, los oímos a todos
que nos besan y felicitan, vemos sus rostros sonreir pero
no oimos sus risas y chistes, pasamos hacia la terraza y
como a 20 pasos de la algarabía de los demás nos recostamos
en una hamaca ancha, nos mecemos suavemente, la brisa
mueve nuestro cabello, sentimos calor, no decimos nada, solo
mirarnos de tanto en tanto y besarnos deliciosamente
despacio...
El mundo está desierto, solo hay un árbol en él, del árbol
cuelga una hamaca, y en ella hay una pareja de enamorados
desde hace miles de años...





... Estos recuerdos no están en el diario, no lo
están por la sencilla razón de que también
son presente, son el hoy, porque cada
atardecer, cuando los niños ya duermen
su sueño de ángeles, Simón me busca y me
lleva de la mano hasta la vieja hamaca de
lona rayada, y entonces se repiten los lentos
y dulces besos, las caricias doradas de sus
grandes manos en mi vientre y mis dedos
tirando de su pelo... si... pronto nacerá otro
niño en la Resolana...

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