Si bien lo que vimos afuera nos dio una idea del interior de la casa, reconozco que sobrepasó el límite de nuestra fantasía para dejarnos asombrados y maravillados, pero claro, no teníamos con qué compararla. Ni bien traspusimos la puerta de entrada nos encontramos en un ambiente que servía de pasillo, de ahí pasamos a otro de grandes dimensiones dividido en estar y comedor por un cantero desde el que se levantaba una reja de hierro negra, por ella trepaba un jazmín de flores celestes cuyo perfume era una maravilla; desde donde estábamos parados había que subir un escalón para ir al comedor, y bajar uno para ir al estar, éste constaba de dos sofás tapizados en azul francia y diversidad de sillones y mesitas con lámparas de tulipas blancas, como las cortinas de los cuatro ventanales y la ovalada alfombra de felpa, el piso era de cerámica roja, pulida y brillante, las paredes estaban trabajadas a la cal sobre el ladrillo sin revocar, sobre una de ellas había una chimenea cuya repisa estaba cubierta de piezas de ajedrez en tono marfil, y en la pared opuesta habían empotrado una estantería de madera marrón muy brillante, en la que lucía objetos de adorno pequeños y delicados, fotografías enmarcadas en cuero claro y repujado hablaban de la vida de los dueños de casa: cabalgando, pescando con ridículos sombreros, sentados en una lona sobre la hierba. Don Bruno nos dejó un momento mientras llamaba a su familia, no tenía por qué hacerlo él mismo, bastaba con llamar a una doncella, pero quiso dejarnos solos para que nuestros ojos recorrieran toda esa muestra de decoración y buen gusto, comentamos qué hermoso es todo y que exquisita debe ser la señora Matienzo por el prolijo arreglo de la casa, cuando oímos detrás nuestro una voz suave y educada que decía: "buenos días, muchachos, bienvenidos a nuestra casa, espero que sean tan felices en ella como nosotros lo somos". |
No hay comentarios.:
Publicar un comentario