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miércoles, 7 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (15º parte) de Adriana Gutiérrez





Nos dimos cuenta de que no nos veíamos porque alguien prendió la luz de ese lado del patio, don Bruno asomó la cabeza y dijo:
"Simón, Gabi, a la cama, tuvieron bastante por hoy". Simón me dio el beso de las buenas noches y me dijo: "siempre desayuno con los peones, pero mañana lo haré con la familia ¿quieres decirle a Mammy que ponga otro tazón de cereal para mi?"
Así llegamos hasta el corredor y nos fuimos cada uno a su habitación; las gemelas dormían, las besé despacito y bajé hasta el cuarto de Maruja y Val que estaba en las dependencias de servicio, las dos estaban sentadas en la cama de Val esperándome, y cuando me vieron entrar se abalanzaron sobre mí atragantándose a preguntas: les conté todo sin omitir detalle y Maruja dijo: "estabas tan "entretenida" con Simón que no viste que Max y yo estamos de novio, nos casaremos el mismo día que lo harán Val y Pancho"; quedé muda de asombro, cuando reaccioné les dije: "si no se apuran, tal vez Simón y yo los podamos acompañar"; esta vez tuvimos que prescindir de nuestros tres hermanos varones para abrazarnos, pero sabíamos que ellos, en su dormitorio del pabellón nº3, estaban tan felices como nosotras. Me despedí de Val y Maruja, fui a mi dormitorio, me acosté en la primorosa cama y me dormí para tener el sueño más dulce esa noche.





- El Sueño de Gabriela -

A la madrugada desperté murmurando, me di cuenta de que estaba sonriendo y de nuevo, blandamente, fui hundiéndome en la tibieza de los sueños para verme a mi y a Simón, ámbos vestidos de ropas blancas y transparentes, largas hasta el suelo, corriendo por el campo, riendo, cayéndonos, levantándonos; luego era una playa de arenas finas y doradas como la piel de Simón, yo entraba al agua cristalina perseguida por él que me daba alcance y juntos salíamos de ella con las ropas pegadas al cuerpo, corríamos al viento y cuando nuestros cuerpos, nuestros vestidos y nuestros cabellos se secaron, entramos en una iglesia cuyas paredes, puertas y ventanas eran blancas, así como los bancos y todas las cortinas, estaba enteramente iluminada por un sol resplandeciente y en ese momento se casaba una pareja, nosotros andábamos entre las personas pero ellos parecían no darse cuenta de nuestra presencia; nos dirigimos hacia el fondo y comenzamos a subir por una estrecha escalera de caracol, llegamos arriba y vimos que era el campanario, nos asomamos por una de las aberturas de las paredes y en ese momento salía el cortejo nupcial, mirarnos y hacerlo fue todo uno: tomamos dos cuerdas cada uno y empezamos a tocar las campanas, eran cuatro y cada una tenía un sonido distinto, todo el aire se llenó de su canto y no quedó en el pueblo una sola persona sin asomarse a su puerta o a su ventana, pronto todo el mundo de hallaba congregado en la pequeña placita frente de la iglesia, todos tenían caras felices y miraban a lo alto, hacia el campanario, la pareja de recién casados y sus acompañantes comenzaron a cantar y al rato el pueblo entero los imitaba a todo pulmón.
Dejamos las cuerdas, bajamos las escaleras y salimos por el fondo hacia un prado verde que bajaba cada vez más, a medida que bajábamos aumentaba la vegetación hasta convertirse en arboleda, de pronto, al doblar un recodo, el paisaje cambió por completo.

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