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domingo, 4 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (12º parte) de Adriana Gutiérrez





Al llegar a este punto, es como si estuviera observando
a Liza, parada delante de mi, con esos ojos tan buenos
y llenos de cariño, sin hablarme porque ella sabía que
yo no podría contestarle debido a la emoción tan intensa
que sentía, además toda esa mañana íbamos de emoción
en emoción, y dándose cuenta de mi estado de ánimo se
llevó a las niñas consigo para que yo me repusiera.
También ahora son las 12 del día y ella debe estar en el
comedor dando el último vistazo a la mesa, Margarita
siempre olvida algo y es Liza la que nunca se olvida de
nada ni de nadie... se conserva como entonces, con el
cabello rubio ceniza recogido en un gracioso rodete muy
flojo que hace más perfecto su perfil, vestida siempre
con esos vaporosos vestidos que iguala su edad con la
nuestra aunque nos lleva 18 años; tenía por aquella
época 36, don Bruno 41, las gemelas 6 recién cumplidos
y Simón 19 años; Simón...

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¿Acaso no sospechaba yo, aún "antes de abrir los ojos", que ese día sucedería algo que cambiaría mi vida? ¿No me había despertado con la sensación de que "algo me esperaba desde hacía mucho tiempo?" Pués bien, ahí estaba, erguido ante mí, cubierto sólo por un short, dejando ver su espléndido corpachón de muchacho sano y vigoroso, con la piel marrón de tanto trabajar en ls campos, el pelo ondulado y del color del trigo maduro como el de su padre, mirándome con esos ojazos color almendra, inquisitiva la expresión y todo el cuerpo tenso por la sorpresa de verme allí, en su rincón privado, aprovechando la espesa sombra del naranjo y calmando mi sed con sus frutos; ahora comprendo la mirada divertida y burlona de don Bruno cuando le dije que nunca dormía siesta, que estaría bajo "aquel naranjo". Claro, era el naranjo de Simón, su sombra era el teatro de sus ensueños y la miel de sus naranjas el potaje embriagador, dormitar la siesta es mejor que dormirla, casi se puede vivir lo que se sueña y cuando uno despierta cree que está soñando.
Se sentó junto a mi, tomó unas cuantas naranjas y con los dientes arrancó un poco de cáscara para chupar el jugo, el ruido que hacía de a ratos me daba rabia y de a ratos me daba risa, comprendí que su intención era que lo dejara solo y por eso soporté estoicamente hasta que terminó con la decimocuarta, estoy segura de que con ocho o diez estaba satisfecho, pero quería hacerme volar de su nido y yo podía sentir a través del tronco del viejo naranjo, el temblor de su impotencia; a mi lado habían quedado dos naranjas peladas y, dándome vuelta se las ofrecí, dijo "¡¿que?!" y me miró con tanto enojo que por un momento me asusté, pero al ver su desconcierto y contrariedad me eché a reír de manera tan escandalosa que no pudo menos que imitarme; cuando nuestros ojos estaban llenos de lágrimas y nuestros estómagos doloridos nos hicieron callar, todo cómico deseo de venganza terminó y a partir de ese momento Simón y yo no nos hemos separado jamás, y ninguno de los dos puede imaginarse viviendo esta vida sin la compañía del otro.

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