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lunes, 12 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (20º parte) de Adriana Gutiérrez





- Nuestras Bodas -

¿Por qué ese día desperté creyendo estar en el hogar, si ya hacía un mes que abría los ojos en la estancia?
¿Por qué sentí nostalgia y un poco de tristeza?
Yo creo que pensé en Diego, ahora sí que estaría solo, en cierto modo yo era lo único que le quedaba y, al casarme también, lo convertía en el hermano soltero, el futuro tío solitario que vendría los domingos con los brazos cargados de golosinas y los ojos llenos de esperanza.
Miré mi pequeño relojito y vi que era muy temprano, todavía faltaba como una hora para que fuera completamente de día, en realidad estaba bastante oscuro, di unas vueltas en la cama y cuando no pude más, decidí levantarme.
Antes de salir de mi habitación descorrí las cortinas de la ventana, abriéndola, y vi que la luna todavía se hallaría al alcance de la vista unos minutos más; cerré los vidrios dejando las persianas abiertas para cuando saliera el sol y me fui a la cocina, al abrir la puerta quedé sorprendida de ver la luz encendida y sobre la hornalla la gran cafetera de la que se desprendía un delicioso aroma. "Quien sea que la puso ya volverá
-pensé- seguramente es Mammy que tampoco puede dormir más".
En eso llegó hasta mis oídos una carcajada divertida que identifiqué en el acto como de la señora Liza, salí de la cocina y ya antes de ver lo que ocurría me estaba riendo por lo bajo contagiada de la risa de mi futura madre política, doblé la esquina de la casa y me encontré con un espectáculo que hizo que durante todo el día no pudiera mirar a don Bruno sin tentarme de nuevo: estaba éste sentado en el césped con un enorme tarro de leche junto a él y blanco de la cintura para abajo, también se estaba riendo ahora y eso impedía que pudiera levantarse, con la señora Liza lo ayudamos a hacerlo una de cada mano y se dirigió al lavadero para cambiarse, allí siempre hay una muda de él y Simón, así no tienen que entrar sucios en la casa. Cuando entró en la cocina la señora Liza y yo nos habíamos servido café negro y estábamos conversando, ella se levantó y le dio una taza, los tres juntos tomamos el café caliente y don Bruno salió para el campo, "vendré a las 9 "-dijo. La señora Liza fue a arreglar su alcoba, ella nunca permitió que otra lo hiciera, y yo me fui a realizar mi ocupación habitual: limpiar el comedor.
Era éste, para mí, el trabajo más lindo de la casa, pues sus muebles coloniales, de pulidas superficies y torneadas patas, dejaban correr la gamuza suavemente, la mesa era redonda, con un solo y grueso pie, las ocho sillas, pesadas y de altos respaldos, se componía también de un aparador de puertas talladas donde se guardaba todas las piezas de loza, estaba ubicado en el centro de una pared y a ámbos lados tenía dos esquineros con gran cantidad de pequeños objetos de bronce, todos camperos, en la pared opuesta estaba el cantero, y en la que quedaba en medio, frente a uno de los ventanales, había tres vitrinas de vidrio y armazón de bronce, repletas de cristalería blanca en su mayoría, pero había también algunas de otros colores.






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