Con el correr de los años, al llegar marzo, solíamos ir con Liza, Mammy y Margarita a abrir la escuela, a la que se le habían agregado dos aulas y un pequeño salón de actos, tenía un hermoso huerto que los niños cultivaban aún en vacaciones y cuyos frutos llevaban a sus hogares.
Recuerdo que siempre había algunas madres que se nos unían en la limpieza y con las cuales hice amistad, así conocí a Olga y Clara, dos hermanas que habían sufrido tanto que no quedaba en este mundo dolor que no conocieran, ámbas perdieron a sus respectivos hijos en un horrible accidente casero y luego adoptaron un niño y una niña que eran hermanos, a los que daban tanto amos como les hubiera quedado, pero no ese cariño desesperado que reciben los hijos adoptivos porque vienen a reemplazar al que no se pudo tener o se perdió, sino el verdadero, desinteresado y auténtico amor de madre.
Ahora, en las bodas de las gemelas, rodeadas de tanta familia y amigos que las acompañan, con Bruno y su vieja máquina corriendo detrás de los novios y todos riéndose de las escenas tan cómicas de siempre, miro hacia el parque, veo mi plantita de violetas en el lugar marcado, el naranjo de Simón y la hamaca rayada; las preciosas casitas de Val y Maruja. Con la puerta abierta oigo el aparato de música y a Liza cambiando a Pascual, mi hijo de 18 meses, algo que sin ponernos de acuerdo siempre hace si yo estoy embarazada: yo les doy las comidas pero ella los cambia; cierro la ventana y me siento al escritorio.
Sé que mañana tendré más cosas para escribir, pero
ya no lo cierro como antes, y no lo dejo en el
cajoncito, un día descubrí que Simón había anotado
algo en la hoja siguiente y cuando la di vuelta, leí:
"besar a Gabi sin falta"
Las niñas lo vieron y ellas también quisieron dejar
allí plasmado lo que hicieron esa tarde, después
fue Liza y luego Bruno, escribiéndose mensajes
entre ellos.
Por eso mi habitación siempre está abierta y el diario
sobre mi escritorio, y es lo primero que miro al
despertar y lo último al dormir; nuestros hijos
también lo usan aunque solo borronean y dibujan,
pero es nuestra bella tradición familiar.
- F I N -
P.D.
Este cuento fue mi primero, lo escribí a los 14 años.
Tiene un lenguaje un poco anticuado y se darán
cuenta de que las situaciones y personajes respetan
las costumbres de nuestros abuelos, tan diferentes
a las de ahora. No quise cambiar nada por respeto
a la niña que fui, que valoraba tanto el amor puro
y la familia, no me crié con hermanos pero sí con
muchos primos, y ahora, tantos años después, me
parece que estoy fuera de mi época, añoro esa del
cuento y a veces, muchas veces, quisiera volver allá.
Gracias por leerme, A.G., primavera de 2016
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