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lunes, 19 de septiembre de 2016

"EL NARANJO" (27º parte) de Adriana Gutiérrez






Comencé a caminar muy despacio mirando a Simón que no quitaba sus ojos de mi, estábamos a 20 pasos de distancia y él también empezó a caminar hacia nosotros, seguido de Pancho y Max, lentamente nos fuimos acercando, cuando quedamos a dos metros solté las manos de las gemelas y tomé las de Simón que se extendían hacia mi, me besó y luego me ofreció su brazo para dirigirnos hacia el lugar de la ceremonia, detrás nuestro venía Liza con las niñas de la mano, luego Val y Pancho y por último Maruja y Max.
Bajo la pérgola habían colocado un caballete cubierto por un mantel de hilo blanco almidonado, detrás de éste se hallaba sentado el juez y enfrente había, alineadas en semicírculo y en dos hileras, 12 sillas, en las 6 de adelante nos ubicamos las tres parejas,
Simón y yo en el centro, en la fila de atrás se sentaron las gemelas, Liza y Bruno, Diego y Margarita que eran testigos.
Aunque sabíamos de memoria lo que el juez iba a decir y las preguntas que debíamos contestar, era muy grande la emoción que nos embargaba, por turno nos fuimos parando para casarnos, repitiendo juntos lo que cada pareja había elegido; Pancho y Val fueron los primeros, eran los novios más "antiguos" y dijeron, para sellar su unión, esta pequeña prosa que Val tenía guardada desde hacía 4 años:
"Nada te exigiré, lo que tú me des estará bien para mí
siempre te daré lo mejor de mí y siempre estaré junto a ti".
Cuando Pancho besó los labios de Val me dije que nunca los había visto besarse y qué hermosos quedaban haciéndolo.
Les tocaba el turno a Maruja y Max, se pusieron de pie y escucharon al juez rígidos, ellos prefirieron repetir las palabras de rigor ya que no hubo tiempo para escribir nada, y cuando se besaron sentí una alegría inmensa de verlos juntos al fin.





Ahora era nuestro turno, nuestro momento.
Simón y yo nos paramos, sentí que detrás nuestro
Liza y Bruno también lo hacían, el juez observó el
movimiento y quedó esperando, un minuto después
todos estaban de pie y creo que hasta el juez se
emocionó, leyó por tercera vez todo y cuando nos
llegó el momento de repetir el soneto que habíamos
escogido, nuestras voces se negaron a salir de
nuestras gargantas, nos abrazamos fuertemente y
permanecimos así un largo rato, Simón dijo en mi oído:
"te quiero tanto, Gabi, tanto..."
"Simón -dije- yo... yo te adoro".

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