Cuando estaba terminando enero Bruno me llamó una tarde para decirme que era tiempo de arreglar el viejo cobertizo, yo había traído ya, muchas cosas desde el pueblo para mi escuelita, como pizarrones, cajas con tizas, borradores, manuales, libros de textos y un sin fin de útiles escolares; me enamoré en cuanto lo vi, del cobertizo del lado sur, tenía al frente un tristísimo lapacho al que se le había secado su compañera, y parecía resignado a morir en completa soledad, pensé que una escuela llena de niños lo ayudaría a vivir, no sé por qué pensé eso, pero por un segundo "vi" mi escuela, la bandera en el mástil, los guardapolvos blancos y el lapacho florecido. Bruno no estaba conforme, el cobertizo estaba en ruinas, prácticamente era el techo y las paredes, sus aberturas y la pequeña galería ya no existían y los arbustos lo habían invadido por completo, pero yo lo imaginaba rodeado de plantas, con unas alegres cortinas y me dispuse a convertirlo en un hecho. Subimos a la rural y empecé a hablar de mis proyectos, Bruno me escuchaba en silencio y cuando llegamos a casa me dijo: "Gabi, haz la lista de las reformas y mándasela al capataz para que compre los materiales"; me miró un instante y agregó "no dudo que el lapacho estará feliz"... |
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