"Porque ignoraba todo eso seguí adelante silbando bajito, a las 11 hrs. tenía lista la cuarta parte; subí a decirle a Héctor que me iba, le pregunté que pintura usaría porque tenía que hacer el presupuesto y salí. Antes de las 12 me encontraba de vuelta en el hotel con Edgardo que me dio el cheque sin parpadear y me fui a casa, puse en movimiento a Martín para que busque a su amigo y a las 2 ya estábamos los 3 en la quinta y les dije a los muchachos que empezaran. Empezaron por la otra punta, como novatos que son tardaron bastante y yo estuve toda la tarde con Héctor, consultando las muestras de revestimientos, pieles y cortinas; seleccionando texturas que armonizaran con los colores de cada cosa. Me fascinaba verlo trabajar y verlo elegir el tono exacto para suavisar determinada superficie, convertir el brocado de los tapizados en algo más confortable por efecto de la luz difusa y provocar en uno el deseo de morar en cada rincón de esa casa, de vivirla. En los bocetos de Héctor, la quinta del ricacho se fue vistiendo, se veía hermosa, cálida, invitadora y alegre, hasta la habitación en la que se había instalado (con el teléfono en el suelo), estaba llena de detalles delicados, los lugares de los cuadros eran garabatos que marcaban su sitio; pude comprobar cómo un mueble pequeño pero con personalidad puede ocupar más espacio sin quitar luz, que uno grande. Solo el muro alargado no figuraba en los bocetos de Héctor, pensé que sería porque ya estábamos trabajando en él y sería el primero en estar listo. Héctor me dijo que a menos que le pidan otra cosa siempre empezaba por la habitación de entrada antes de dedicarse al resto de una casa, "porque así, cuando los dueños la vienen a ver se sorprenden agradablemente ¿entiende, Juan?,entonces recorren las otras con espíritu más complaciente". Eso sí lo podía entender yo y decidí aprovecharlo para mí de ahora en adelante. Me despedí de Héctor y bajé, allí me esperaba una especie de desilusión homicida con los muchachos: no solo no habían terminado sino que tenían una "cita" en la ciudad y contaban con el rastrojero. Mi primer impulso fue enojarme, pero después recordé que yo había haraganeado en el piso superior, y aunque me siento plenamente justificado porque tengo una hija que estudia decoración, y vi en Héctor un buen contacto para ella, me contuve; haciendo gala de mis excelentes modales, dije: "está bien, yo lo termino y me voy en micro, pero si al rastrojero le pasa algo, a ustedes les pasa el doble". Y ahí fue donde firmé el contrato para actuar, esa noche, en la función de terror y suspenso dentro del muro alargado. |
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