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lunes, 25 de julio de 2016

"LAS SOMBRAS EN LA PARED" (15º parte) de Adriana Gutiérrez





Ubicamos la filmadora en el suelo y bien sostenida dentro de la
habitación que era uno de los salones; nosotros nos sentamos
en dos butacas, yo al lado de la luz y Héctor junto a la filmadora, pero ninguno de los dos estaba en el vestíbulo sino dentro del salón. Antes de encender la luz miramos al piso y después, lentamente, levantamos nuestras cabezas; esta vez, dejamos qu
el drama se desarrollara hasta el final.
Como estábamos fuera de su influencia hasta podíamos hablarnos y comentar lo que veíamos, Héctor creía que hacia el fin veríamos
la puerta vidriera tal como existió, y acertó.
Cuando la mujer y los niños tenían al hombre encima de ellos, una luz que se prende desde adentro, tal vez esa misma araña
que nos alumbra ahora a nosotros, les da de lleno en los
rostros y una sombra que se interpone de espaldas, abre la puerta.
Pero el hombre del cuchillo ya está sobre la mujer y la apuñala
mientras el otro, vestido de mayordomo, trata de sacar de
allí a los niños, que golpean al hombre que está matando
a su madre, gritándole: "¡no, papá! ¡papá, no! ¡déjala, papá
por favor!"
Pero el padre se vuelve furioso contra ellos gritando:
"¡Bastardos, bastardos!"
Tiene los ojos rojos en sangre, el mayordomo, que se había ido, vuelve con un atizador interponiéndose entre los niños y el
padre, luchan, y parece, en un momento, que el viejo mayordomo
le va a dar un buen golpe en la cabeza, pero el otro hombre lo
para con un brazo y, enfurecido por los gritos de sus hijos, que tratan de levantar a la madre, acaba salvájemente con el pobre
viejo, entonces los niños comienzan a golpearlo justo cuando llega más gente, dos mucamas en camisón y un hombre en bata;
pero demasiado tarde, ya los niños están muertos.
El hombre que acaba de llegar golpea en la cabeza con el caño de la pistola que empuña y luego, ayudado por las mucamas horrorizadas, los entran a todos.
Héctor y yo seguimos mirando por un largo minuto esa puerta
vidriera con sus cortinas ensangrentadas y rotas, moviéndose con la brisa, y después, poco a poco, el muro comenzó a asomar tal como está ahora, y cuando la luz de la araña se apagó en la
visión, todo desapareció.

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