Ubicamos la filmadora en el suelo y bien sostenida dentro de la habitación que era uno de los salones; nosotros nos sentamos en dos butacas, yo al lado de la luz y Héctor junto a la filmadora, pero ninguno de los dos estaba en el vestíbulo sino dentro del salón. Antes de encender la luz miramos al piso y después, lentamente, levantamos nuestras cabezas; esta vez, dejamos qu el drama se desarrollara hasta el final. Como estábamos fuera de su influencia hasta podíamos hablarnos y comentar lo que veíamos, Héctor creía que hacia el fin veríamos la puerta vidriera tal como existió, y acertó. Cuando la mujer y los niños tenían al hombre encima de ellos, una luz que se prende desde adentro, tal vez esa misma araña que nos alumbra ahora a nosotros, les da de lleno en los rostros y una sombra que se interpone de espaldas, abre la puerta. Pero el hombre del cuchillo ya está sobre la mujer y la apuñala mientras el otro, vestido de mayordomo, trata de sacar de allí a los niños, que golpean al hombre que está matando a su madre, gritándole: "¡no, papá! ¡papá, no! ¡déjala, papá por favor!" Pero el padre se vuelve furioso contra ellos gritando: "¡Bastardos, bastardos!" Tiene los ojos rojos en sangre, el mayordomo, que se había ido, vuelve con un atizador interponiéndose entre los niños y el padre, luchan, y parece, en un momento, que el viejo mayordomo le va a dar un buen golpe en la cabeza, pero el otro hombre lo para con un brazo y, enfurecido por los gritos de sus hijos, que tratan de levantar a la madre, acaba salvájemente con el pobre viejo, entonces los niños comienzan a golpearlo justo cuando llega más gente, dos mucamas en camisón y un hombre en bata; pero demasiado tarde, ya los niños están muertos. El hombre que acaba de llegar golpea en la cabeza con el caño de la pistola que empuña y luego, ayudado por las mucamas horrorizadas, los entran a todos. Héctor y yo seguimos mirando por un largo minuto esa puerta vidriera con sus cortinas ensangrentadas y rotas, moviéndose con la brisa, y después, poco a poco, el muro comenzó a asomar tal como está ahora, y cuando la luz de la araña se apagó en la visión, todo desapareció.
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