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viernes, 29 de julio de 2016

"LAS SOMBRAS EN LA PARED" (19º parte) de Adriana Gutiérrez







Al terminar de quitar los 4 ataúdes nos tomamos un descanso
y un café en la cocina.
Yo miraba al ricacho, todo blanco de sucio, con las manos
temblorosas apretando la taza y sentado sobre un cajón, en esa
casa abandonada, pero tan abatido que no parecía el mismo
del elegante despacho, con todas esas teclas y botones que 
él manejaba como un maestro de orquesta; no pude aguantar
más y le dije: "mire ¿por qué no se va a su casa?, creo que
podemos seguir solos".
"Sí -dijo Héctor- además, íbamos a ser 4 con mi padre, y al
venir usted somos cinco".
"¡Por supuesto! -dijo el padre de Héctor- yo también creo que
ya soportó suficiente".
"Se los agradezco mucho -dijo él- sí, muchas gracias, pero me
quedaré, ellos tienen el derecho de que alguien de la familia
les conceda el honor de su presencia, y yo quiero rendirles
ese homenaje; se lo prometí al tío de mi esposa para evitar que
viniera; es mi deber".
Pobre familia -pensaba yo mientra íbamos al vestíbulo otra
vez, qué manera de acosarlos la tragedia.
El ricacho no dejó que nadie más llevara los ataúdes, ayudado
por su futuro yerno sudaba y jadeaba por la angosta escalera hasta el sótano, pero en un descanso entre los niños y la madre
permitió que lleváramos el del mayordomo.
"Es que eran hermanos de mi mujer ¿comprenden?, y ella fue una
buena persona y el tío Arthur la quería".
Claro que comprendíamos.
"Bueno -dijo Edgardo- creo que ya podemos abrir para que
entre el sol ¿verdad?"
"Todavía no -dijo el ricacho- hay más... ¡no!, no son
cadáveres, son sus maletas, no se olviden de que ellos se
fueron "de viaje", allí ¿ven?, en ese sector de medio metro se
colocaron todas sus cosas".
Allí estaban las valijas lujosas de la mujer y los niños, de esas que se llevan en vehículos privados, y las modestas del mayordomo
que fueron a parar, también al sótano.
Entonces sí abrimos todo u picamos el resto, es decir, las planchas que formaban los nichos, pero dejando la pared del fondo para 
que la casa no quedara desprotegida.
"Solo falta un detalle -dijo el ricacho- llevar los escombros de
aquí, mañana los muchachos verán que son demasiado pocos
para una pared tan gruesa".
Durante las 4 semanas que trabajamos en la casa nunca vimos al ricacho de nuevo, pero nos dimos cuenta de que alguien iba 
al sótano los domingos; o eso nos contaba el perfume de las flores.


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