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martes, 12 de julio de 2016

"LAS SOMBRAS EN LA PARED" (3º parte) de Adriana Gutiérrez





"Empezamos a desenrollar las alfombras que eran seis, dos tenían
paisajes de profundidad, lagos y bosques en primer plano y
montañas a lo lejos; dos eran abstractos, más bien geométricos y de colores fuertes; los dos restantes eran casi lisos, uno mostraba
diminutas manchas alargadas, como estrías negras sobre un
fondo gris claro, el otro tenía motas color arena sobre un marrón
africano.
"¡Menos mal! -exclamó Héctor- estos cuatro permiten una excelente combinación de cortinas para dar a los ambientes la calidez que ellos quieren ¡ya va a ver como queda!"
Héctor estaba entusiasmado, hacía que sus hombres sostuvieran
los tapices subidos a dos escaleras, un tapiz después de otro, hasta que por fin se decidió por los abstractos que ocuparían, uno, el centro de una pared, y el otro, el extremo de un largo muro donde, la verdad, iba a quedar muy bien.
"Dejaré los paisajes de profundidad para habitaciones más
pequeñas -dijo Héctor- así las agrandaré. Me gustaría que empezara por ese muro, Juan ¿le importa? Entonces cuando quiera".
"Y así fue como me metí en el lío más peliagudo de mi vida, la pared que Héctor quería que decapara primero era el muro largo
y su aspecto era desastroso, no parecía que un profesional hubiera trabajado allí, los distintos colores, que eran cinco, habían sido puestos sin esperar que la mano anterior se secara, y mostraba claramente que por lo menos dos personas aficionadas habían manejado los pinceles, que tampoco eran los adecuados.
"Un trabajo de apuro -me dije- y qué color horrible!"
El azul de arriba estaba mezclado con el verde, que a su vez se mexcló con un naranja, quedando amarronado y sucio, muy deprimente.
De verdad, ese muro no tenía nada que ver con el resto de la
casa, y como dijo Héctor, "parece el pariente pobre de las otras paredes", empapeladas con motivos agradables o pintadas de colores claros.
Como yo tenía en mi rastrojero todo lo necesario me puse
a acarrear cosas, Héctor y su gente desaparecieron en el piso
de arriba con más tapices y yo me quedé solo, me subí a la escalera y empecé, a la tarde volvería con mi hijo Martín, que en vacaciones "trabaja", y un peón que seguramente sería su amigo Alejandro.
Pero ya que estaba decidí quedarme por el resto de la mañana
y trabajar un poco, sin sospechar lo cerca que estaba de la
muerte, sin imaginar que en pocas horas más se abriría un abismo bajo mis pies, y más aún, sin adivinar ni remotamente
que sería yo mismo quien levantaría el telón para dar
comienzo a una obra macabra que esperaba

su protagonista".

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