"Entré a la casa, los tristes pensamientos debían estar en mi cara porque Héctor se rió al verme, diciendo: "vamos, Juan, no sea tan exigente con los muchachos, ya aprenderán". Comprendí su error y lo dejé en él ¿cómo puede saber, sospechar siquiera? Es cierto -dije-tratando de animar mi semblante ¿sabe, Héctor? tengo 41 años y mi esposa 39, a la edad de Martín los dos trabajábamos y juntábamos plata para casarnos, y a la edad de Agustina, que tiene 21, estábamos casados y la esperábamos a ella, comprábamos muebles viejos y desvencijados que yo restauraba quitandole horas al sueño, y ella, con su gran panza, los lijaba y los pintaba; todavía los tenemos. Nada nos hará deshacernos de esos "trastos". "Lo comprendo, Juan, me gustaría conocer a su esposa ¿qué le parece si organizamos un asado? cada uno trae su familia y su tirita ¿qué dice? "¡Cómo nó! -dije- ¿usted tiene hijos?" "¡Oh no! -contestó- yo soy soltero, pero traeré a mis padres; bueno ¿el domingo, entonces?" Y quedó acordado, el domingo que planeábamos era hermoso y así fue, todas las mesas plegables que llevamos eran distintas y las butacas también; los manteles y los platos, los cubiertos y los vasos, todos de diferentes formas y colores, pero cuando nos sentamos alrededor de la mesa larga que quedó, dejamos de notar los detalles, y pasamos un mediodía en que lo importante era conocernos, todos sentíamos que seguiría en contacto siempre. Los padres de Héctor eran un matrimonio muy agradable, él pronto se jubilaría como gerente de banco y ella era docente y estaba decidida a tomar alumnos particulares: "cuando me jubilen, porque si fuera por mí, jamás dejaría de enseñar". Los dos ayudantes de Héctor eran muy jóvenes y también solteros, fueron solos y sin perder el tiempo hicieron planes con Martín y Alejandro para salir en "mí" rastrojero. Después de comer recorrimos la casa, las mujeres nunca habían visto una tan grande y sus exclamaciones no estaban del todo erradas: "mire que tener un lugar para leer, otro para fumar, otro para tomar café ¿y si uno quiere hacer todo eso junto?" Nos reímos mucho imaginándonos al ricacho, corriendo de un salón a otro para hacer las tres cosas simultáneamente "¡con lo circunspecto que es!" En eso veo que Héctor me hace señas y luego sube, yo espero un momento en que nadie me mira y rápido voy a su oficina. "Juan -me dijo- le hablé al dueño de ese muro y de los planos, de que sería interesante re-abrir esa puerta ya que estaba el saledizo, etc., etc.; se puso pálido, se puso furioso, con la voz ronca y ahogada me dijo que no tocáramos el muro, que estaba "perfecto", que ya haría sacar el saledizo, y después, cuando ya me iba me dijo algo que me sonó muy mal, Juan, muy mal!" "Bien ¿Qué le dijo?" "Que no debía creer en todo lo que oía..."
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