"Sí -continuó el ricacho- estuvo a un tris de hacerlo de nuevo, pero el hermano, que lo vigilaba de cerca, vio los síntomas y evitó los asesinatos de la niña y su madre, que debieron ser tratadas por psicólogos durante largos meses, y eso que ignoran los crímenes antiguos. Esa niña es mi esposa y su madre aún vive; el cuñado de mi suegra me lo reveló todo cuando volvimos de la luna de miel. Mi suegro permanece recluido desde entonces, tiene 92 años y está completamente desquiciado. Desde aquella noche reproduce su horrendo crimen sin cesar, en esa clínica blanca de Suiza, colgada de la ladera del monte. En fin -la voz se le puso ronca- mañana sacaremos los ataúdes, los dejaremos en el sótano y después construiremos un panteón. Edgardo..." El secretario, a medias recuperado, preguntó: "¿con cuánta gente leal cuentan ustedes?" "Yo no voy a involucrar en ésto a mi hijo -dije- solo tiene 18 años" "Yo tampoco puedo meter en algo así a mis empleados -dijo Héctor- pero cuento con mi padre". "Bien -dijo Edgardo- somos cuatro, ustedes lleven las herramientas que yo conseguiré una de esas plataformas con ruedas que usan en los talleres; para trasladar los ataúdes -agregó al ver nuestras expresiones. Mañana al amanecer". |
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