En contra de lo que Héctor quería, el vestíbulo fue la última habitación que decoró, desde el fondo de los garajes salió, para ocupar su lugar en la casa, por tanto tiempo perdido, la macisa puerta de incienso lustrado, con sus pequeños vitraux ovales, que cambiaban el lugar dándole vida y luz. La esposa del ricacho hizo traer muchas plantas y el parque fue restaurado; cuando llegamos para la boda de Edgardo, tres meses después, el vestíbulo estaba exuberante de helechos y caña malaca, con los que se creaba un ambiente claro y alegre, totalmente opuesto al que había tenido, oscuro y triste. Un año más tarde leímos la noticia en los diarios: el ricacho y su esposa viajaban a un país de Asia para acompañar el cuerpo del padre de la señora, muerto en su residencia durante la noche; también serían repatriados los restos de su primera esposa y sus hijos gemelos, que fallecieran en un accidente de avión hace 60 años, a quienes acompañaba un anciano mayordomo; y una semana después otra noticia ilustrada con fotos de los cuatro ataúdes transportados por cuatro carrozas de lujo. Pero el último coche, el que llevaba ese cajón negro y brillante no guardaba los restos del asesino, era el que nosotros sacamos de su nicho improvisado, y descansaría en la cripta familiar junto a quienes él murió por salvar. Yo seré un pintor ignorante por falta de escuela, pero estoy seguro que si existe alguien con un exacto sentido de la justicia, es el ricacho. Esos pobres muertos han tenido que viajar por todo el mundo para beneficio de los vivos, y ahora descansan en el lugar que les pertenece, cerca de la familia verdadera, que elevará por ellos plegarias sentidas y pondrá en sus tumbas flores de su propio jardín. Y así es la vida ¿no?
- F I N - |
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