Habían pasado las fiestas de ese Diciembre triunfal, habían comenzado las clases y se estaba acabando el verano. Jorge y Mario observan el desmantelamiento de la casa cuando ven llegar a Cacho, que había pedido estar presente. "Gracias, don Jorge, por avisarme -dijo- pero quería verla caer a pedazos para asegurarme ¿entiende?" "Te entendemos -dijeron los 2 hombres riendo- y además, te lo mereces ¿y Laura?" "Con su señora; ah, ella no puede estar sin trabajar, así que hoy empezó a ir a su casa para ocuparse de la ropa; yo en cambio estoy muy contento jubilado, me gusta manejar mi auto nuevo y quiero leer ¡no paro de comprar libros! Laura se enoja, dice que estoy al divino botón, pero el sueño de mi vida fue estudiar y no pude, así que ahora me desquitaré con una buena biblioteca ya que hay una enorme y vacía en el departamento de doña... eh, en casa". "Estás muy hablador -dijo Mario- yo creía que eras mudo". "¡No, don Mario... era el miedo que me daba esa casa -dijo señalándola- pero ya lo voy achicando". Mudos quedaron ellos al comprender, de golpe, cómo ese hombre había resignado todo por una familia ajena, sin quejarse, sin demostrarlo, con una lealtad a prueba de todo. Padre e hijo lo miraban con una mezcla de admiración y ternura, pensando cuánto respeto merecía. En cambio él, Cacho, ahí estaba, ausente de los pensamientos y miradas de sus patrones, disfrutando el final de una era de terror. ¿Cómo no iban a dejarlo participar de ésto después de todo lo que había soportado? "¿Y de doña Silvia hay alguna noticia?" pregunta al rato el casero. Rápidamente Jorge y Mario volvieron a la realidad, el menor comenzó a contarle a Cacho las últimas novedades, mientras Jorge se apartó abstraído, recordando el pasado 22 de Diciembre, cuando él y su mujer quedaron solos, esperando el llamado que finalmente llegó a las 4 de la tarde.
|
No hay comentarios.:
Publicar un comentario