Seguidores

domingo, 19 de junio de 2016

"LOS HIJOS DE LA LEYENDA" (6º parte) de Adriana Gutiérrez







De pronto una voz avisó desde afuera que llegaban los novios, y todos se agolparon a ventanas y balcones.
Un carruaje se detuvo y de él bajaron el hermano menor
con su esposa y una pareja jóven.
"Mis habitantes -pensó la casa- ellos me llenarán de risas
de niños y de momentos felices, y tendré recuerdos de historias
de familias como las otras casas".
Pero no fue así, claro, entre brindis y felicitaciones alguien
le preguntó a los novios donde vivirían, y si se instalarían aquí.
"Oh no -dijo la novia- ¿en este mausoleo? jamás! Viviremos en
el centro, en una casa que estamos re-decorando".
El hermano menor, padre de la novia, dijo: "nuestra primera
casa tuvo mala suerte, ninguna de las mujeres la quiso, de
hecho, ésta es la última vez que venimos, está prácticamente
vendida -y bromeando agregó- si es que podemos
deshacernos de ella".
Dicen que las casas tienen un corazón que late al compás
de lo que se vive en ellas, absorbiendo sensaciones
y llenándose, saturándose, y devolviéndolas como en
un reflejo, benéfico o maléfico.
Esta casa solo había recibido sensaciones tristes, abandono
silencio y por último, desprecio.
Tal vez fue demasiado para la casa como sería demasiado
para alguien, máxime cuando había llegado a tal punto
de ilusiones que había olvidado de verdad los antiguos
tiempos solitarios.
Eso hizo que su odio acumulado creciera con nuevos
condimentos y la casa dejó que se expandiera a todos sus
rincones, y así henchida, tuvo el deseo casi humano de
vengarse, en su corazón de casa triste los condenó al
silencio eterno que reinaría en ella desde ahora.
En ese momento dieron las 12 de la noche, era el 21 de
Diciembre de 1700 cuando los sonidos murieron dentro de
la casa.
Los invitados a la boda comenzaron a gritarse atemorizados
por no poder escucharse, los niños y las mujeres lloraban
abrazados y los hombre empezaron a increpar a los dos
hermanos, pidiéndoles explicaciones con ademanes
frenéticos, aterrorizando más a las mujeres y los niños.
Pronto todos huían de la casa golpeándose en su desesperación
y pisando a los más débiles que caían sin poder levantarse;
arrastrándose, algunos alcanzaron la puerta o las ventanas
por las que se tiraban. Luego solo corrían porque sus
carruajes no estaban, los caballos también huían destrozando
todo a su paso, estrellando los carruajes contra los árboles
en su loca carrera.
Un km. más adelante los invitados se detuvieron
agrupándose, pálidos, lastimados y con sus trajes hechos
jirones, miraban espantados hacia la casa, escuchando
los gritos y ruidos de lo que había pasado, que
los alcanzaban ya.
Desde el monte cercano, la Nana y su niño de 2 años
también se habían detenido y escuchaban, intrigados por
ese impulso que los alejó de la casa. Ahora saben.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario