De pronto una voz avisó desde afuera que llegaban los novios, y todos se agolparon a ventanas y balcones. Un carruaje se detuvo y de él bajaron el hermano menor con su esposa y una pareja jóven. "Mis habitantes -pensó la casa- ellos me llenarán de risas de niños y de momentos felices, y tendré recuerdos de historias de familias como las otras casas". Pero no fue así, claro, entre brindis y felicitaciones alguien le preguntó a los novios donde vivirían, y si se instalarían aquí. "Oh no -dijo la novia- ¿en este mausoleo? jamás! Viviremos en el centro, en una casa que estamos re-decorando". El hermano menor, padre de la novia, dijo: "nuestra primera casa tuvo mala suerte, ninguna de las mujeres la quiso, de hecho, ésta es la última vez que venimos, está prácticamente vendida -y bromeando agregó- si es que podemos deshacernos de ella". Dicen que las casas tienen un corazón que late al compás de lo que se vive en ellas, absorbiendo sensaciones y llenándose, saturándose, y devolviéndolas como en un reflejo, benéfico o maléfico. Esta casa solo había recibido sensaciones tristes, abandono silencio y por último, desprecio. Tal vez fue demasiado para la casa como sería demasiado para alguien, máxime cuando había llegado a tal punto de ilusiones que había olvidado de verdad los antiguos tiempos solitarios. Eso hizo que su odio acumulado creciera con nuevos condimentos y la casa dejó que se expandiera a todos sus rincones, y así henchida, tuvo el deseo casi humano de vengarse, en su corazón de casa triste los condenó al silencio eterno que reinaría en ella desde ahora. En ese momento dieron las 12 de la noche, era el 21 de Diciembre de 1700 cuando los sonidos murieron dentro de la casa. Los invitados a la boda comenzaron a gritarse atemorizados por no poder escucharse, los niños y las mujeres lloraban abrazados y los hombre empezaron a increpar a los dos hermanos, pidiéndoles explicaciones con ademanes frenéticos, aterrorizando más a las mujeres y los niños. Pronto todos huían de la casa golpeándose en su desesperación y pisando a los más débiles que caían sin poder levantarse; arrastrándose, algunos alcanzaron la puerta o las ventanas por las que se tiraban. Luego solo corrían porque sus carruajes no estaban, los caballos también huían destrozando todo a su paso, estrellando los carruajes contra los árboles en su loca carrera. Un km. más adelante los invitados se detuvieron agrupándose, pálidos, lastimados y con sus trajes hechos jirones, miraban espantados hacia la casa, escuchando los gritos y ruidos de lo que había pasado, que los alcanzaban ya. Desde el monte cercano, la Nana y su niño de 2 años también se habían detenido y escuchaban, intrigados por ese impulso que los alejó de la casa. Ahora saben.
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