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lunes, 7 de diciembre de 2015

CARTA A MANIJA


     Una historia real, fue durante la travesía desde San José hasta el apeadero en Diamante cerca de Paraná. Me enojé tanto por el maltrato que sufrieron que no lo soporté y me bajé para seguir a campo traviesa.

        No puedo recordar tu cara, Manija ¡Es que ha pasado tanto tiempo! ¿Recuerdas ese viaje? El tren estaba lleno y viajábamos parados, ustedes se sentaron en el suelo. Subieron con sus pelos largos y sus ropas gastadas y se instalaron. El vagón entero quedó en silencio, ustedes eran cinco, no miraban a nadie y charlaban bajito, se corrían atentos para que los demás pasaran; los demás los miraban con fastidio y trataban de no tocarlos. Yo me puse en seguida de parte de ustedes. Nadie se dignaba hablarles. A mi no me parecían tan malos y empecé escuchando a propósito, lo reconozco. Las personas con las que viajaba me llamaron al órden... ustedes eran el desorden. A mi no me molesta el desorden y decidí hacer migas. Me agaché y los miré sonriendo, como soy tímida no dije nada. Vos, Manija, gozabas con la situación, no lo niegues; tus compañeros se reían y una chica me dijo "hola ¿cómo te llamás?" Vierna, dije ¿y ustedes? "Yo soy Manija" dijiste, todos se presentaron, me hicieron lugar y yo me senté en el suelo muy chocha. Mis adultos acompañantes se acercaron a vigilarme; yo me sentía muy avergonzada y furiosa, y recuerdo que terminé mi viaje a dedo; ustedes se morían de la risa. La gente empezó a mirarme con fastidio a mi también, es que sentada en el suelo, de vaquero y pelo largo no me diferenciaba en nada. Ésto sacaba de quicio a mis adultos. "A dónde vas?" -me preguntaste- a un congreso religioso -te contesté. Uno de mis adultos quiso darles cátedra y llevarlos con nosotros; amablemente le dijiste que no podían porque algunos de ustedes debían trabajar para que los otros pudieran estudiar. Yo te pedí que me contaras como vivían, dónde; cuántos eran, de que trabajaban y que estudiaban; quería saberlo todo. Me dijiste que eran de familias muy pobres: "entonces nos juntamos unos cuantos y alquilamos una casa grande y vieja; trabajamos de de cualquier cosa, peón de albañil, lavacopas; las chicas de camareras o mucamas. Elegimos carreras cortas y baratas, claro. Ahora venimos de (y nombraste una provincia que recuerdo perfectamente) de visitar a los padres de él -dijiste, señalando a un chico- estaban preocupados así que juntamos plata y nos largamos; nunca salimos sin cosas para vender, siempre hacemos collares y pulseras, es un rebusque más. ¿Y vos?"
        Yo... yo me sentí tan chiquita al lado tuyo, Manija, que no podía ni mirarte; tal vez por eso es que no recuerdo tu cara, y no sabés cuánto lo siento.. Pero quiero que sepas algo: jamás dejo de comprarte cosas cuando te veo en la calle con esas telas negras vendiendo cuentas de colores; mis hijas tienen pulseras con sus nombres que tú hiciste, y les gusta agacharse, como yo, a conversar con vos; y vos siempre te quedás asombrado si te pregunto como te llamás, de donde venís; y si te digo: "bueno, chau ¡que tengas suerte! me agradeces con tu ancha sonrisa y... ¡vamos, si hasta te he visto llorar! Adios, Manija; saludos a los demás.

                                                          -Vierna, verano del 66-

                                         - FIN -

                                Adriana Gutiérrez

                                   Otoño 1988
    

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