No puedo recordar tu cara, Manija ¡Es que ha pasado tanto tiempo! ¿Recuerdas ese viaje? El tren estaba lleno y viajábamos parados, ustedes se sentaron en el suelo. Subieron con sus pelos largos y sus ropas gastadas y se instalaron. El vagón entero quedó en silencio, ustedes eran cinco, no miraban a nadie y charlaban bajito, se corrían atentos para que los demás pasaran; los demás los miraban con fastidio y trataban de no tocarlos. Yo me puse en seguida de parte de ustedes. Nadie se dignaba hablarles. A mi no me parecían tan malos y empecé escuchando a propósito, lo reconozco. Las personas con las que viajaba me llamaron al órden... ustedes eran el desorden. A mi no me molesta el desorden y decidí hacer migas. Me agaché y los miré sonriendo, como soy tímida no dije nada. Vos, Manija, gozabas con la situación, no lo niegues; tus compañeros se reían y una chica me dijo "hola ¿cómo te llamás?" Vierna, dije ¿y ustedes? "Yo soy Manija" dijiste, todos se presentaron, me hicieron lugar y yo me senté en el suelo muy chocha. Mis adultos acompañantes se acercaron a vigilarme; yo me sentía muy avergonzada y furiosa, y recuerdo que terminé mi viaje a dedo; ustedes se morían de la risa. La gente empezó a mirarme con fastidio a mi también, es que sentada en el suelo, de vaquero y pelo largo no me diferenciaba en nada. Ésto sacaba de quicio a mis adultos. "A dónde vas?" -me preguntaste- a un congreso religioso -te contesté. Uno de mis adultos quiso darles cátedra y llevarlos con nosotros; amablemente le dijiste que no podían porque algunos de ustedes debían trabajar para que los otros pudieran estudiar. Yo te pedí que me contaras como vivían, dónde; cuántos eran, de que trabajaban y que estudiaban; quería saberlo todo. Me dijiste que eran de familias muy pobres: "entonces nos juntamos unos cuantos y alquilamos una casa grande y vieja; trabajamos de de cualquier cosa, peón de albañil, lavacopas; las chicas de camareras o mucamas. Elegimos carreras cortas y baratas, claro. Ahora venimos de (y nombraste una provincia que recuerdo perfectamente) de visitar a los padres de él -dijiste, señalando a un chico- estaban preocupados así que juntamos plata y nos largamos; nunca salimos sin cosas para vender, siempre hacemos collares y pulseras, es un rebusque más. ¿Y vos?"
Yo... yo me sentí tan chiquita al lado tuyo, Manija, que no podía ni mirarte; tal vez por eso es que no recuerdo tu cara, y no sabés cuánto lo siento.. Pero quiero que sepas algo: jamás dejo de comprarte cosas cuando te veo en la calle con esas telas negras vendiendo cuentas de colores; mis hijas tienen pulseras con sus nombres que tú hiciste, y les gusta agacharse, como yo, a conversar con vos; y vos siempre te quedás asombrado si te pregunto como te llamás, de donde venís; y si te digo: "bueno, chau ¡que tengas suerte! me agradeces con tu ancha sonrisa y... ¡vamos, si hasta te he visto llorar! Adios, Manija; saludos a los demás.
-Vierna, verano del 66-
- FIN -
Adriana Gutiérrez
Otoño 1988
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