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jueves, 26 de noviembre de 2015

LA SONRISA DEL LLANTO



      Alegre, la sonrisa salió esa mañana a pasear por las calles inundadas de sol. Con el corazón inocente que estrenaba se instaló, confiada, en la primera cara que se le cruzó. Incómoda, sentía que la cara la rechazaba, que ella no le cabía, y que no producía en las caras que se le cruzaban ningún gesto de simpatía o amistad. Frente a una vidriera donde la cara se paró, vio que se había convertido en una sonrisa forzada, y como no había nacido para eso se desprendió de ella, dejando en su lugar el gesto adusto que había intentado borrar.
      Minutos después encontró una cara en el parque, carecía de sonrisa y la sonrisa fue a ofrecerse. Ningún músculo hizo fuerza para echarla y la sonrisa creyó que había encontrado su cara. La gente que andaba cerca la miraba indiferente y por sus caras, la sonrisa se dio cuenta que era triste, que espantaba, y que la cara estaba más sola que antes. 
      Luego esperó a la salida de una escuela pensando que una cara naturalmente alegre era lo que necesitaba, pero las caras alegres estaban invadidas de sonrisas tan anchas como ella y no encontró cabida. Vagando por la ciudad vio caras con vestigios de antiguas sonrisas, pero todas parecían estar en huelga de comisuras caídas. Se cruzó con un grupo de sonrisas estúpidas, como muecas dibujadas, que la saludaron desde caras blancos con ojos sin miradas. La sonrisa tuvo un escalofrío y apuró el paso, a lo lejos venía una cara sin sonrisa y ella salió a su encuentro, pero justo cuando va a instalarse una cínica sonrisa le gana el lugar; sintiéndose brutalmente agredida la sonrisa huye. 
      Si al menos hubiera sido una sonrisa irónica que es más humana, vaya y pase, pero el cinismo es muy cruel para llevarlo como escudo, justamente ese había sido el motivo de que abandonara la cara en que naciera, porque habían querido convertirla en una cínica. Con una horrible sensación de soledad la sonrisa continuó buscando una cara que la quisiera, probó unas cuantas pero el resultado era siempre el mismo: no encontraba eco en las otras caras.
      Solo unas pocas intentaron corresponderle dibujando una tímida sonrisa que duraba segundos, pero sin fuerzas para seguir viviendo, las sonrisas se extinguían; eran todas pálidas y tibias. Entonces se dio cuenta de la verdad y ella también se quiso morir: no son las caras las que la rechazan sino los ojos tristes de la gente, que con el alma agobiada ya no puede sonreir.
      La sonrisa refleccionó largo rato, luego, aceptó su destino. Salió a buscar una cara que llorase y encontró miles, asombrada, no sabía con cual quedarse; finalmente, justo cuando se ponía el sol, se acomodó despacito en una cara fría y arrugada; se estremeció al dolor de esa alma pero decidió quedarse con ella y ser, cada vez que la quisiera, una sonrisa para el llanto.

                                             - FIN -

                                    Adriana Gutiérrez

                                   Invierno de 1988

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